¿Sacrificios humanos, responsabilidad o regeneración?

Lo que está ocurriendo en estos últimos tiempos en nuestra economía nos está llenando a todos de congoja y preocupación. Quienes no somos muy duchos en la Ciencia Económica estamos, además, confusos y desconcertados porque nos da la impresión de que nos mueven fuerzas que van más allá de la lógica y que los que deberían saber de qué va la cosa no acaban de aclararse. Y a ello se añade que nuestros gobernantes también parecen desconcertados, dando una imagen de apresuramiento e improvisación (en alguna tertulia radiofónica dicen que Rajoy parece el estudiante empollón que ha sido suspendido y no sabe por qué), y que en la esfera pública se dan una serie de escándalos  (en sentido técnico, acciones que incitan al pecado) que van haciendo crecer en la población un sentimiento de indignación y rabia apenas contenidos.

En tiempos pretéritos, se consideraría que los dioses de la Economía, atrabiliarios y volubles, se habían vuelto contra nosotros y exigirían algunos sacrificios humanos para ser calmados, como aparece en el mismo Antiguo Testamento y por supuesto en multitud de culturas primitivas que, desconcertadas ante fenómenos de la naturaleza que no podían explicar, atribuían a los dioses las causas de sus penurias y pensaban que así podrían aplacarlos.

Desde luego, no parece que esta idea de sacrificio vaya a prevenirnos de desdichas, pues parece probado que a las culturas antiguas no les valió para nada. Pero en el aspecto de expiación de culpas sí puede tener un aspecto benéfico: no calmará a los dioses pero sí al ciudadano contrariado con la mezcla de escándalo y desgracia que nos está atenazando.  Por supuesto, me refiero a que quien la haya hecho, la pague: este es el sacrificio humano que es de recibo hoy en día. Y no me refiero a que “la paguen” mediante responsabilidades penales y civiles (aunque sin duda ello es imprescindible) pues está visto que esto no es suficiente, ya porque estas responsabilidades tardan mucho en llegar, perdiendo así su eficacia de prevención,  ya porque que  la “liquidez” del Derecho actual, de que hablaba Bauman, nos hace sospechar que muchas veces la cosa puede acabar en nada. Lo que quiero decir es que la la ley se revela muchas veces impotente para obtener resultados cuando no hay un tejido de normas sociales que apoya su cumplimiento, del mismo modo que para que funcione la enseñanza no basta meter dinero en las escuelas (les recomiendo al efecto la película “El profesor Lahzar”). Además, y también en este blog lo hemos dicho varias veces, hay muchas cosas que no entran dentro de la letra del Código civil o penal, pero que deberían ser inaceptables. 

Y es que en este país, en este sentido, nunca pasa nada: el presidente del Tribunal Supremo se va de viaje a nuestra costa; el yerno del Rey se forra también a nuestra costa, a Botín le perdonan unas cuentecitas en el extranjero, hay numerosos banqueros que hunden entidades financieras y se van a su casa tan tranquilos (e incluso con el bolsillo bien forrado) y aquí nadie pide perdón ni se le cae la cara de vergüenza, ni dimite, ni se le coloca el sambenito (prenda utilizada originalmente por los penitentes católicos para mostrar público arrepentimiento por sus pecados), ni siquiera es condenado al ostracismo social, o sus hijos se cambian el apellido por la presión escolar, o sus cónyuges les abandonan escandalizados.

Todos sabemos que en otros tiempos no muy lejanos, el incumplimiento del deber llevaba a tremendas consecuencias, no necesariamente legales: los samuráis procedían al suicidio ritual en caso del incumplimiento del bushido o código del honor; mancillar el nombre de un caballero antiguo suponía un duelo a muerte o primera sangre; la dignidad de los honrados comerciantes se veía comprometida si dejaba de de pagar una letra de cambio; no se veía mal por Calderón de la Barca dar muerte a quien comprometía la pureza de nuestras hijas. Y por supuesto, silbar el himno nacional podía producir disturbios públicos.

¿Qué ha pasado aquí, que no hay honor ni vergüenza, ni despecho ni sambenito? Javier Gomá, filósofo y hermano del que suscribe y de otro editor de este blog, mantiene en su libro “Ejemplaridad Pública” interesantes tesis al respecto que ha prometido aplicarnos al caso en un futuro post. En síntesis, sostiene que la lucha durante los últimos tres siglos del hombre occidental por la liberación individual de la opresión -ideológica, social, cultural, económica- ha sido una causa dignísima y se ha conseguido, dado que son pocas hoy los condicionamientos morales a los que está sometido el hombre (por mucho que los artistas quieran siempre trasgredir, ya está todo trasgredido). Pero eso no significa que haya obtenido una verdadera emancipación moral, que es preciso buscar. En lo que a nosotros nos concierne, dice que los políticos tienen dos maneras de influir sobre la sociedad: lo que ellos hacen y lo que ellos son. Lo que ellos hacen son leyes coactivas capaces de transformar la realidad, pero lo que ellos son es a menudo mucho más importante, porque son ejemplos que tienen mucha influencia en nuestra vida, nuestra hacienda y nuestra libertad y se convierten en una fuente de moralidad social. El ejemplo de las personas que ocupan posiciones de poder puede ser extremadamente vertebradora o desvertebradora de la sociedad, y cuando los políticos son ejemplos de un estilo de vida vulgar y no ejemplar, se produce un efecto desmoralizador sobre la sociedad. Lo peor es que los políticos sólo encuentran cómo solución aprobar más y más leyes, es decir, más coacción, con lo cual la falta de ejemplaridad de sus conductas acaba produciendo un exceso de legislación para remediar la corrupción que ellos mismos han generado. Véase aquí una reflexión suya sobre la dicotomía respeto a la ley-vida privada.

Seguramente el fraternal filósofo tendrá a bien desarrollarnos estas ideas y afearme lo mal que las he resumido. Pero de momento yo me pregunto, hasta que venga la nueva moral, ¿qué hacemos? Porque ahora no tenemos ni la nueva ni la antigua: la posmodernidad nos ha llevado a prescindir de las “ataduras” morales  (algunas muy bien eliminadas) que a modo de rienda socializaban al individuo disciplinando la esfera privada. El complejo de culpa ha pasado a mejor vida de manera que si una cosa no está en el Código penal es lícita y, aunque sea antiestética, la sociedad parece mirar hacia otro lado. Porque, seamos sinceros, la tolerancia que tenemos en este país a la defraudación fiscal (“¿con IVA o sin IVA?”), la indolencia (¿es que la gente no viene desayunada de casa?), la informalidad (“certifica, que ya firmaremos el acta”), la impuntualidad (“quedamos de 10 a 10.30”), el poco respeto a los derechos de los demás (“quisiera poner la casa a nombre de mi tía porque es posible que me embarguen”), el daño al patrimonio común (“el graffiti es una expresión artística”), la falta de respeto al descanso de los otros (la fiesta en la calle hasta las 4 de la mañana), la ineficacia (el mítico “vuelva usted mañana”), la picaresca (Pedrosa copia en el examen de Patrón de Yate y sigue siendo un héroe) y tantas otras cosas son el caldo de cultivo donde nacen las corrupciones políticas y, en un proceso de retroalimentación, la actuación de los políticos es la que marca los límites de lo correcto e incorrecto para la ciudadanía.  Y todo ello tiene un denominador común: la anteposición de lo individual y propio a lo ajeno o colectivo, cuando es lo contrario lo que debería ser considerado un valor.

El otro día el torero Julio Aparicio, haciendo gala de “vergüenza torera”, se cortó la coleta después de una faena muy mala. Los toros tienen de por sí algo anacrónico y tampoco sé las interioridades de la anécdota, pero me gustó el hecho. Seguramente no es cuestión de volver al pasado y pedir que nuestros políticos se claven el tânto en la barriga cuando incumplan con su deber, pero lo que es claro es que urge regenerar el código social de lo bueno y de lo malo, como base de un verdadero Estado democrático y de Derecho. Porque no debemos quedarnos solo con las responsabilidades. Ni volver a los sacrificios humanos.

 

14 comentarios
  1. IÑIGO ROMERO DE BUSTILLO
    IÑIGO ROMERO DE BUSTILLO Dice:

    Un Rescate de Valores,Ignacio y una parada en seco,porque no tenemos en España la “finezza” italiana ni somos la”cuna ” de la civilización occidental: ergo solo nos tenemos a nosotros mismos y a nuestra histórica “resiliance”.Poco para los tiempos que corren.Y además pobres de solemnidad.

  2. Javier Aparicio
    Javier Aparicio Dice:

    Más que de acuerdo!
    Lo considero el principal de los problemas y su solución la única salida de esta crisis. En lo que más me asusta la situación actual no es el tema económico, sino en la pérdida total de la capacidad de convivencia y de la preocupación por la prosperidad común.
    Para añadir algún elemento a la crítica del Sr. Gomá, creo vital que se empiece a aplicar aquello de la protección de la juventud y la infancia y que las cadenas de TV se vinculen a un proyecto común de convivencia que trate de sentar las bases de una sociedad diferente, ya que esta está fallado a todas luces.
    Primero fue la cultura del pelotazo con la admiración por los fanfarrones, luego la cultura de la incultura con los programas de cotilleo y, actualmente, la cultura de la ruptura con la exaltación del gregarismo agresivo.
    A la vista del resultado, es lamentable que los medios de comunicación y, especialmente las cadenas de TV, hayan conentrado el mayor de los poderes en una sociedad, la educación social, robándoselo a las familias y a las escuelas (donde empezaba la revolución, según Azaña, aunque hay que reconocer que él no tenía TV).
    Creo que es ahí donde debería empezar a cultivarse esa regeneración moral que se postula, ya que la revolución cultural protagonizada por los medios está siendo la principal causa de destrucción.

  3. Curro Arriola
    Curro Arriola Dice:

    Pones el dedo en la llaga, Ignacio.
    Tras las crisis sociales, sean económicas o de otra índole, siempre hay una cuestión de  moral social.
    Superadas las morales “antiguas”, basadas en dioses o en Dios, el hombre moderno se siente feliz. Ya puede hacer lo que EL MISMO considere que es bueno. Es señor, es libre.
    Pero la felicidad le dura poco; el problema nace inmediatamente. Sin la presencia del Otro, la moral social acaba siendo de conveniencia. Conveniencia de la mayoría, pero conveniencia al cabo. Y la Sociedad se convierte en algo que no es precisamente la Arcadia.
    Cada uno será más o menos noble a la hora de elegir su moral, y nunca faltarán ejemplos excelsos. Gente habrá que piense eso de que “lo colectivo ha de prevalecer sobre lo individual” que dice el artículo. A mí me parece  muy bien. Pero, ¿y a quien no le convenza, qué se le dice? ¿Por qué ha de prevalecer? ¿Y si prevalece solo en teoría?  Socialmente predomina en seguida la moral de bueno es aquello que A MI me apetece.
    Añadimos las circunstancias de la sociedad de consumo ( materialismo, hedonismo, destrucción de la familia, ateísmo), y el coctel (Molotov) está servido.
    Si no tenemos una moral superior, objetiva, a la que poder referirnos, tendremos que ponernos de acuerdo en algunos principios básicos. Nacerán siempre de la decisión de la mayoría, ¿de qué si no? ¿De alguna Declaración de Derechos? ¿De alguna posición filosófica o política? Esas son meramente humanas, valen solo si la mayoría las hace suyas…
    Esa mayoría decidirá ¡con absoluta libertad! cuestiones como el aborto, la eutanasia, los derechos para los Grandes Simios, o el matrimonio gay; pero ¿por qué ha de detenerse ahí? ¿Qué blindaje existe contra el canibalismo, la esclavitud, el incesto…? Si no hay un Otro que lo prohíba, y la mayoría lo decide… pues fiat. Es “bueno”.
    Abierta así la veda, inugurada la temporada del “vale tudo”, la civilización en cuestión marchará por derroteros tumultuarios haciéndose cada vez más débil. Libre solo en apariencia, y mientras le dure.
    Mientras le dure, porque no está sola. Hay otra civilización que no adopta esa moral de mayorías. Que asume la moral propuesta por un Ser Superior. Y que choca con la nuestra. El último ejemplo lo tenemos en Afganistán: diez años llevan allí los ejércitos de Occidente. Peleando contra unos andrajosos analfabetos y mal armados. ¿Y quién va ganando? Dígase lo que se diga, el que abandona el terreno en manos del enemigo y huye  ha perdido la guerra. Y eso es lo que ya tiene anunciadísimo Obama. Se van y muy pornto. Los Talibanes, con su fe, vencen a Occidente, que lo tiene todo, que tiene libertad y democracia; pero no tiene fe.
    ¿Y se van a detener porque existan fronteras? ¿Tal vez les detendrán manifestaciones “·democráticas” cuando ya estén aquí? ¿O el tío del anuncio de la tele, que ante la invasión de un OVNI sale a decirles que tenemos a nuestros abueletes, al fútbol, y a la Mahou cinco estrellas?
    Los grandes planteamientos teóricos, por muy humanitarios y progresistas que sean, nunca han vencido a quien lucha por su fe.
    Ellos tienen a su Allah, mientras que nosotros hemos echado a Dios de nuestra civilización.
     
     

  4. Luisa
    Luisa Dice:

    Por no hablar del mobbing en la función pública. En La Coruña tenemos un caso super sangrante: Dº Fundamentales 3/2012 del TSJ de Galicia. Un fiscal denuncia acoso laboral y un procedimiento que debe durar menos de 2 meses ya lleva 8 porque el TSJ no juzga los hechos, más de 2 meses en fase de contestación a la demanda cuando el plazo es de 8 días en Derechos fundamentales. La Fiscalía que no manda ni a la de 3 el expediente (¿algo que ocultar?) y mientras el compañero apartado y de baja.

  5. Luisa
    Luisa Dice:

    Por no hablar del mobbing en la función pública. En La Coruña tenemos un caso super sangrante: Dº Fundamentales 3/2012 del TSJ de Galicia. Un fiscal denuncia acoso laboral y un procedimiento que debe durar menos de 2 meses ya lleva 8 porque el TSJ no juzga los hechos, más de 2 meses en fase de contestación a la demanda cuando el plazo es de 8 días en Derechos fundamentales. La Fiscalía que no manda ni a la de 3 el expediente (¿algo que ocultar?) y mientras el compañero apartado y de baja.

  6. Penny
    Penny Dice:

    Muy interesante, Ignacio
     
    Dan Ariely recientemente nos recordaba la fragilidad humana
     
    Y es que parece que en cuanto se presenta la oportunidad, (casi) todo el mundo tiende a engañar al prójimo http://online.wsj.com/article/SB10001424052702304840904577422090013997320.html
     
    Así es la naturaleza humana

    Por este motivo, los mecanismos de ejemplaridad pública y códigos de conducta son importantes
     
    … pero no seamos ingenuos. Nunca van a ser suficientes
     
    Necesitamos también un diseño institucional que favorezca el control y la fiscalización de los actos de los poderes del estado
     
    Como recordarás, Louis Brandeis decía que la luz del sol es el mejor desinfectante
     
    Por eso nos quieren tener entre tinieblas

    Saludos 

  7. Matilde Cuena Casas
    Matilde Cuena Casas Dice:

    Interesante post, Ignacio, que toca un tema trascendental y que está en el origen de todo lo que está pasando y que no es otra cosa que una absoluta falta de valores en los que han gestionado entidades financieras y recursos públicos.  No hay mecanismos eficaces de fiscalización del poder público y esta falta de responsabilidad tiene un “efecto dominó” gravísimo que se extiende a las nuevas generaciones que están creciendo en un contexto en el que “todo vale”.. Es difícil educar en principios cuando la realidad nos muestra que si vas con principios y valores, literalmente “no te comes una rosca”.  La cultura del esfuerzo está trasnochada. Lo importante son los contactos, el “hoy por ti y mañana por mi” y todos tapándose las miserias unos a  otros.  Es precisa sin duda una regeneración moral y por supuesto, ejemplaridad pública. 

  8. Manu Oquendo
    Manu Oquendo Dice:

    Buenas noches.

    Aborda Ignacio un macro-asunto de naturaleza moral y lo hace en un entorno jurídico en el cual la mentira no está penada y la falsedad ideológica tampoco según cumplida jurisprudencia. 

    Un entorno que está tratando de alterar la definición de vida para poder eliminarla a cambio de votos y donde cargos en el poder han usado los excesos de contribuciones a la SS para comprarse votos y conseguir sus objetivos políticos sin tener que pasar por el Congreso a explicarse y pedir la apropiación de fondos aportados para pensiones. 
    Faltan 260,000 millones de euros de superávits contributivos.

    Es sólo un botón de muestra del grado de degradación moral que desde el estado se propaga igual que la lava de un volcán o el barrizal de una riada.

    Entiendo que Ignacio lo dice desde la perspectiva de una necesaria regeneración de valores.

    Llevamos décadas aplaudiendo el éxito y olvidando su causa y los efectos de las trampas.
    Décadas cerrando los ojos ante el interés inmediato.

    A causa de este interés hemos visto a un presidente de gobierno llamar accidente a un asesinato terrorista y, a una rendición obscena, “proceso de paz”.

    Hemos vivido el mayor exilio interior en tiempos de paz y nos cuestionamos si estos exiliados para depurar un censo a gusto del nacionalismo, tendrían derecho a votar en una parte de España mientras quienes lo cuestionan viajan a sus embajadas al otro lado del charco en busca del voto de descendientes hispanos de tercera generación.

    Hemos tenido hace bien poco un atentado con 200 muertos y 2000 heridos y el monumento en su memoria se diseña para que pase desapercibido ante cualquiera que vaya o regrese de la Estación de Atocha. No se ve. No se sabe qué es. Tratad de buscarlo.

    Ante esto, los trajecitos de un pobre hombre o las golfadas de otros son casi pecados veniales.

    Son muchos años de profunda y silente degradación moral, de un discurso que nos niega hasta la existencia de una moral autónoma y que promueve un estado sacralizado y, eso sí, generador de ley moral.  

    Al recordar todo esto y estando profundamente de acuerdo con Ignacio y el resto de comentarios, me temo que pecamos de ingenuidad.

    Es bastante más gordo que lo que sería soluble por mera regeneración.

    Re…Cordar es vivir dos veces con el corazón.

    Un saludo Cordial

  9. elisadelanuez
    elisadelanuez Dice:

    Me encantan las reflexiones filosóficas del autor, su hermano y los comentaristas que me preceden, pero creo que más modestamente, no hay que elevarse tanto para regenerar un poco este asquito. Hay una cosa que se llama vergüenza, y no tiene que ser torera, por cierto. No necesita estar inspirada en grandes sistemas filosóficos. Es sencillamente lo que te hace ponerte rojo, por ejemplo, porque algo te da vergüenza. Al que no tiene esa capacidad de enrojecer, física o moralmente, se le llama simplemente sinvergüenza. Yo no sé si el sr. Divar, y tantos otros como él, es o no un delincuente, por ejemplo, pero si sé que es un sinvergüenza.
    Tener vergüenza o no, en mi humilde opinión, no depende de tener fe, tener unas creencias filosófica u otras, haber leído muchos libros o no ver mucho la tele. Depende básicamente de la educación básica que te han dado en tu casa, y que incluye, de forma importantísima, lo que has visto hacer a tus padres y en general a tus mayores. 
    El caso es que el otro día hablando de estos temas con un alto cargo chileno responsable de la política de la transparencia que se ha implantado en ese país  (que nos contaba como dimiten allí los políticos, no por copiar tesis doctorales, como los alemanes, pero sí por mentir y por ocultar contratos,  o por utilizar el coche oficial para viajes no oficiales, por ejemplo) cuando le contaba la historia del sr. Divar (y eso que todavía no habían salido los otros viajes, ni había decidido el TS que no le iba a investigar)  me dijo una cosa que me pareció muy sencillita de entender: Bueno, es que en Chile tenemos más vergüenza.
    Y una pequeña maldad: ¿no se dan cuenta de que tenemos en política y en empresas muy ligadas a la política a generaciones de la misma familia? Pues eso.

  10. Manu Oquendo
    Manu Oquendo Dice:

    En una línea más pragmática sobre el asunto que suscita Ignacio estoy leyendo un diálogo entre Ferrajoli y Ruiz Manero. “Dos modelos de constitucionalismo” (Trotta) Poco más de 150 páginas de conversación.

    Abordan ambos especialistas el asunto de las democracias constitucionales modernas  en su doble vertiente del Derecho Garantizado y la Legislación Obligada.
    También hablan del valor de los Principios y de los diferentes grados de Concreción deseable en este tipo de leyes.
    Ferrajoli rechaza todo lo que huela a Iusnaturismo mientras Ruiz Manero reclama principios para evitar el relativismo y sus derivas. En lo referente a ambigüedad/concreción constitucional lo hacen desde el art, 38 (Seyés) de la Constitución Francesa de máximo grado de libertad a las generaciones futuras (máxima ambigüedad) a algo un poco menos abierto y que de alguna forma evite desmanes por parte del poder. Lo que aquí nos ha cucedido.

    Para mi, que no llego a esas alturas académicas ni en mis mejores sueños, me parece un diálogo de finísimos espadachines sobre sutilezas importantes.

    Es como estar escuchando una conversación demorada entre Rawls y Sandel. Esa especie de diálogo reflexivo en el cual la mayor parte del esfuerzo se dedica a entender y explicar los puntos de vista del supuesto adversario y sin embargo amigo respetado.

    Sospecho que entre los temas que suscitan es por donde vendrá la evolución de estas constituciones modernas que en muchos sentidos tienen que ser repensadas y refundadas porque han dado muy mal resultado demasiado pronto: han creado un monstruo de poder cuasi absoluto y una muy insatisfactoria y cada vez más distante democracia. Una ficción en la que ni la falsedad se disimula.

    Sumémosle un escrutinio vergonzoso sobre el ciudadano y una ruina creciente autoinfligida irresponsablemente y no nos faltará mucho para ver que todo ello nos fue anunciado y no hicimos el menor caso.

    Buenas noches

  11. Ignacio Gomá Lanzón
    Ignacio Gomá Lanzón Dice:

    Gracias a todos por los comentarios, interesantes y acertados. Quisiera discrepar un poco de mi coeditora Elisa sobre la necesidad o no de hacer reflexiones más profundas sobre la situación. Ciertamente, si te estás ahogando, no es momento de filosofar; pero sí creo que es muy importante saber por qué pasan las cosas. Evidentemente, la cuestión es tan sencilla como tener vergüenza, lo que pasa es que ese sencillo reflejo es en realidad fruto de muchos años de interiorización de enseñanzas durante la más tierna infancia, lo cual implica que los mayores tienen que tener a su vez ideas claras que transmitir. Y claro, el problema es que llevamos unos decenios en el que nos han cambiado radicalmente esas reglas (o valores) que conforman nuestro código protector contra la vergüenza.

     

    Hace no mucho escribía en un artículo que he citado varias veces lo siguiente:

     

    “Con la modernidad, la razón tendría que reinar en el mundo y crear las condiciones de la paz, la equidad y la justicia. Pero después de las catástrofes de que ha sido testigo el siglo XX, y particularmente desde la Segunda Guerra Mundial, el valor de la razón perdió su fuerza por no haber conseguido materializar los ideales ilustrados que se había fijado como objetivo, pues en vez de garantizar una auténtica liberación, dio lugar a una esclavitud real al pretender mediante la disciplina, la jerarquía y la sanción, obtener del individuo una conducta estandarizada y normalizada, óptima para mejorar la producción. A ello se une, como un elemento clave, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XX, un desarrollo extraordinario del consumo, que ya no está limitado a la clase burguesa, sino que se convierte en un fenómeno de masas.
    La ruptura del ideal de la razón y el consumo de masas dan paso a la sociedad posmoderna en la que todas las trabas institucionales que obstaculizaban la emancipación individual se resquebrajan y desaparecen, dando paso a un proceso de individualización o personalización en el que lo que cuenta es la manifestación de deseos personales, la realización individual, la autoestima. Las grandes estructuras socializadoras pierden autoridad, las grandes ideologías dejan de ser vehículo, los proyectos históricos ya no movilizan, ha llegado la “era del vacío” que anunciaba Lipovetsky, pero “sin tragedia ni Apocalipsis”.

     

    Esto es lo que ha pasado. Y no sé si es fácil que cambie, pues no parece viable volver al pasado y aun no tenemos las nuevas reglas. De lo que sí que estoy seguro es que es preciso darnos cuenta de que nos va mucho en reflexionar sobre ello, porque sin reglas sociales claras no podremos tener una conducta recta y  previsible, nuestra y de nuestros políticos.

     

  12. Ignacio Gomá Lanzón
    Ignacio Gomá Lanzón Dice:

    Gracias a todos por los comentarios, interesantes y acertados. Quisiera discrepar un poco de mi coeditora Elisa sobre la necesidad o no de hacer reflexiones más profundas sobre la situación. Ciertamente, si te estás ahogando, no es momento de filosofar; pero sí creo que es muy importante saber por qué pasan las cosas. Evidentemente, la cuestión es tan sencilla como tener vergüenza, lo que pasa es que ese sencillo reflejo es en realidad fruto de muchos años de interiorización de enseñanzas durante la más tierna infancia, lo cual implica que los mayores tienen que tener a su vez ideas claras que transmitir. Y claro, el problema es que llevamos unos decenios en el que nos han cambiado radicalmente esas reglas (o valores) que conforman nuestro código protector contra la vergüenza.

     

    Hace no mucho escribía en un artículo que he citado varias veces lo siguiente:

     

    “Con la modernidad, la razón tendría que reinar en el mundo y crear las condiciones de la paz, la equidad y la justicia. Pero después de las catástrofes de que ha sido testigo el siglo XX, y particularmente desde la Segunda Guerra Mundial, el valor de la razón perdió su fuerza por no haber conseguido materializar los ideales ilustrados que se había fijado como objetivo, pues en vez de garantizar una auténtica liberación, dio lugar a una esclavitud real al pretender mediante la disciplina, la jerarquía y la sanción, obtener del individuo una conducta estandarizada y normalizada, óptima para mejorar la producción. A ello se une, como un elemento clave, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XX, un desarrollo extraordinario del consumo, que ya no está limitado a la clase burguesa, sino que se convierte en un fenómeno de masas.
    La ruptura del ideal de la razón y el consumo de masas dan paso a la sociedad posmoderna en la que todas las trabas institucionales que obstaculizaban la emancipación individual se resquebrajan y desaparecen, dando paso a un proceso de individualización o personalización en el que lo que cuenta es la manifestación de deseos personales, la realización individual, la autoestima. Las grandes estructuras socializadoras pierden autoridad, las grandes ideologías dejan de ser vehículo, los proyectos históricos ya no movilizan, ha llegado la “era del vacío” que anunciaba Lipovetsky, pero “sin tragedia ni Apocalipsis”.

     

    Esto es lo que ha pasado. Y no sé si es fácil que cambie, pues no parece viable volver al pasado y aun no tenemos las nuevas reglas. De lo que sí que estoy seguro es que es preciso darnos cuenta de que nos va mucho en reflexionar sobre ello, porque sin reglas sociales claras no podremos tener una conducta recta y  previsible, nuestra y de nuestros políticos.

     

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