En el 10º aniversario del pinchazo de la burbuja inmobiliaria, 2006/2016: el 15-m y la crisis

En la última reunión del Circulo de Economía en Sitges, Pablo Iglesias dijo que el éxito de Podemos era una consecuencia del fracaso de la política económica anterior. Y creo que tiene razón, vamos a explicar qué tipo de gestión nos llevó a la gran crisis y lo que hay que hacer para no repetirla.

Cuando iniciamos el camino hacia la unidad de mercado ya destacamos los riesgos de este proceso. Era como cuando uno se plantea presentarse a unas duras oposiciones o participar en una competición de élite, ya sabe lo que debe hacer y lo que le va a pasar si no tiene una preparación suficiente.

Al unificar el tipo de cambio con los países que mejor competitividad ofrecían y a la vez, eliminar las barreras arancelarias y técnicas que permitían controlar la circulación de bienes, era vital reforzar la maquinaria productiva nacional para no destrozar nuestro futuro.

Si no mejorábamos la calidad y conteníamos los precios de la producción, cada vez tendríamos más dificultades para mantener las ventas en un mercado cada vez más globalizado.

Para ello, el programa era claro e inevitable. Había que dar preferencia  a la economía como motor, no solo de la  renta común, sino, también, de los ingresos públicos, del empleo para la población, de la garantía para la viabilidad del estado del bienestar y hasta de la estabilidad política y social.

Y desde esta base las reformas salen solas: mejorar el sistema educativo haciéndolo más riguroso y de mayor calidad técnica para proporcionar trabajadores más cualificados, reducir los costos del abastecimiento energético, racionalización de la política de infraestructuras, en materia laboral simplificar y hacer más atractiva la contratación, incentivar la mejora de la productividad y reducir el absentismo, potenciar la generación de emprendedores, únicos que pueden crear nuevo empleo, con una mejora en el marco legal empresarial, ayudar al sector exportador y sobre todo, dirigir los recursos financieros, fundamentalmente a las actividades productivas.

La crisis nuestra, como la de Portugal y la de Grecia, tenían un origen parecido: el acceder, a cuerpo,  a un mercado muy competitivo sin haber preparado a los ciudadanos ni a su sistema económico para este reto histórico.

Ni se hicieron las reformas fundamentales para mejorar la capacidad productiva, ni se adaptó el Estado en todas sus vertientes a la nueva situación política supranacional ni los ingentes recursos procedentes de los fondos comunitarios y de los mercados financieros , en un momento de exceso de liquidez y reducidos tipos de interés,  se dirigieron a la consolidación de una estructura empresarial moderna sino fueron, en su mayor parte , despilfarrados en consumo público y privado  desmesurado, gasto público ineficiente y en inversiones de discutible utilidad social ( y cuando no directamente objeto de extracción particular o partidista, como luego se comprobó).

Cada país, además, tuvo sus desvaríos particulares, el nuestro creó una estructura autonómica sin orden ni control ni justificación racional, que desarrolló un sistema ineficiente contrario a los principios comunitarios e inviable económicamente, por su desproporcionada dimensión y fuente de todo tipo de despilfarros ,  ,corrupciones y todo tipo de graves problemas y también generamos un boom inmobiliario que, en sus momentos más expansivos (2.005) llegó a producir tantas viviendas como Francia, Alemania y el Reino Unido juntas.

Y todo ello terminó cuando, en el 2.006 (no a finales del 2.008) dejó de manar el crédito exterior.

Y al final, acabamos contagiados de  graves problemas comunes: los déficits crecientes de todas las administraciones, el sobreendeudamiento tanto público como privado, la falta de competitividad de las economías que provocó desequilibrios históricos en el sector exterior, el crecimiento de los costes salariales por encima de su productividad y del paro a unos límites escandalosos, la falta de eficiencia de las administraciones del Estado, todo ello potenciado por un general desconocimiento de las obligaciones que suponía el ser miembro de un nuevo sistema político mucho más exigente.