Carmena y el concepto de “belén” en un Estado laico

Con la llegada al Consistorio madrileño de Ahora Madrid, los belenes que el Ayuntamiento tradicionalmente ha colocado en lugares públicos no han desaparecido pero sí han menguado un tanto en dimensiones y ubicaciones. Significado es el caso del Nacimiento que antes se colocaba en la Puerta de Alcalá, que ahora solo presenta un juego de luces. Ello ha provocado la indignación de algunos ciudadanos, los cuales (siguiendo una iniciativa difundida en Twitter) han plantado, bajo el monumento y en señal de protesta, sus propios belenes.

La verdad es que la polémica tiene una solución muy sencilla: por una vez y sin que sirva de precedente (permítanme una sonrisa), Pablo Iglesias ha proporcionado la clave, al reconocer que le encantan los belenes y que se va a pasar la Nochebuena cantando villancicos, amén de comiendo langostinos y hasta nécoras, lo cual también le honra. Y ello por la sencilla razón de que estos son símbolos culturales de nuestra tradición, con independencia de que uno profese o no el concreto sistema de creencias que está en su origen histórico. De ahí que no contradiga el mandato de aconfesionalidad de nuestra Constitución el hecho de que los Ayuntamientos, verbigracia, financien y exhiban las figuras de María, José y el Niño Jesús. No me puedo meter en la cabeza de nuestra Alcaldesa y no sé si en verdad ha querido o no reducir la visibilidad o intensidad de los símbolos navideños de origen cristiano, pero si así hubiera sido, no debería; y se ahorrará polémicas bobas en el futuro, si no solo no los recorta, sino que los potencia sin ambages.

Ahora bien, me sorprende que estas cosas tan claras a menudo se discutan, desde ambos extremos del arco político. Por eso, vale la pena hacer una breve reflexión sobre lo que significa un Estado laico, que quizá sirva de orientación en otros casos más peliagudos.

Con arreglo al art. 16.3 de nuestra Constitución, “ninguna confesión tendrá carácter estatal”. Quiere esto decir que los poderes públicos no pueden aliarse con ni privilegiar a ningún sistema de creencias.  Y si bien es cierto que el propio precepto pide tener en cuenta “las creencias religiosas de la sociedad española” e incluso menciona expresamente a la Iglesia católica, ello es solo a efectos de “cooperación”. Lo cual significa, según el DRAE, obrar conjuntamente para conseguir un fin común, nada más.  El Estado no se pronuncia sobre si Jesús era Hijo de Dios o no, mas si los que tal defienden acometen iniciativas en pro, por ejemplo, de la paz y la solidaridad socioeconómica, el poder público estará encantado de coordinarse con los cristianos e incluso ayudarles económicamente, porque ello coincide con sus propios valores e intereses. Obsérvese, no obstante, que esto es bien distinto de lo que sucede en la práctica estadounidense: allí se subvenciona a las confesiones para que hagan proselitismo de sus creencias en cosas sobrenaturales; aquí no, aquí solo juzgaríamos y pagaríamos a los creyentes (o no creyentes) por sus obras…

Se equivocan, por tanto, los ciudadanos que colocaron cartas bajo la Puerta de Alcalá argumentando que allí debería haber un Nacimiento porque España es una “país católico y si celebramos la Navidad es porque nació Jesús”. No sé si seremos un país, pero desde luego no somos un Estado católico y de eso es de lo que se trata cuando se pide a un Ayuntamiento que obre de una u otra manera. Ya podía haber 40 millones de católicos en España y seguiría siendo improcedente pedirle al poder público que haga algo porque “nació Jesús”. Otra cosa es pedirle que haga eso mismo porque da la casualidad de que ese Niño Jesús, ese símbolo, transmite unas emociones y unos valores que entroncan con los de nuestra civilización y la propia Norma Fundamental de nuestro sistema jurídico.

A la inversa, se equivocan quienes desde la izquierda defienden el dogma de la erradicación del espacio público de todo símbolo de connotaciones religiosas. Es curioso que nuestra derecha ha evolucionado algo últimamente, al menos en materia moral, haciéndose menos dogmática. Así, el PP al final se ha tragado el matrimonio homosexual y la actual de la ley del aborto y supongo que lo ha hecho porque se ha quitado de los ojos el velo ideológico, viendo el daño que hacían sus prejuicios. En cambio, la izquierda, sobre todo la nueva izquierda, se muestra a menudo rígida y falta de gracia. “Ha de desterrarse todo lo que huela a religión”, se dice, “porque somos laicos”. No, hombre, los principios son como señales de tráfico, que nos ahorran pensar marcando el camino, pero hay que aplicarlos con flexibilidad, conforme a su espíritu, so pena de extraviarse. Lo que el Estado no puede promocionar en el fenómeno religioso es la creencia indemostrable en lo sobrenatural: 1º porque cada religión tiene un Dios, o una versión del mismo, y todas están peleadas; 2º porque también los ateos tienen libertad de no-credo.  Pero, aun sin abrazar una fe, se pueden abrazar en ella las cosas que compartimos, todo lo que more en esa zona de intersección entre posiciones que siempre existe. De hecho, vengo defendiendo que deben reducirse los conceptos a esas áreas de consenso. Habrá otra acepción del término “belén” sobre cuya bondad o realidad disentiremos, pero existe una común, que puede entrar hasta la sala de plenos del Ayuntamiento, porque es en puridad, bien entendida, un símbolo laico. Y luego está lo de la “gracia”… Las luces de la razón, como las que nuestra regidora ha puesto en la Puerta de Alcalá, son el final del camino, pero resultan más bien sosas. En cambio, los mitos, las historias imposibles de héroes y de magia, pese a las ambigüedades y oscuridades que las lastran, son lo que engancha nuestras emociones y nos impele a la acción. Y de eso también sabe mucho Pablo, con su famoso “asalto a los cielos”, de momento diferido…