El rector plagiario: reproducción de la Tribuna en El Mundo de nuestros coeditores Elisa de la Nuez y Rodrigo Tena

A NUMANTINA resistencia a la dimisión de Fernando Suárez, rector de la Universidad Rey Juan Carlos, constituye, en el fondo, una magnífica noticia. Pese al enorme daño reputacional ocasionado a la propia Universidad que dirige, nos está proporcionando la oportunidad de comprobar en vivo y en directo la profunda degeneración de una de nuestras instituciones clave. Como en su día ocurrió con el del Cardenal Cisneros, quizás con un poco de suerte el nombre de Fernando Suárez quede vinculado para siempre con el inicio de la gran reforma que está pidiendo a gritos la Universidad española; tan gigantesca, que sólo una catarsis descomunal puede desencadenarla. Porque si la figura de este rector representa ya una enmienda a la totalidad del modelo de gobernanza de nuestro entero sistema universitario es sencillamente porque él es un magnífico exponente de los males que se derivan de un sistema tentacular profundamente corrupto.

Si el rector no dimite es porque ha asumido con total desenvoltura que una carrera académica construida sobre el plagio sistemático y el trabajo científico de los demás constituye un mero rito de paso sin mayor importancia que permite acceder a una de las «élites extractivas» más opacas de nuestra sociedad: la universitaria. Por eso, como este mismo periódico ha publicado recientemente, el rector no plagia artesanalmente, sino que tiene todo un equipo de negros a su servicio dispuestos a proporcionar al por mayor publicaciones científicas a personas que no tienen ni el tiempo ni la formación ni la capacidad para leer, pensar y escribir por sí mismas. La ciencia es lo de menos, lo principal es garantizar la perpetuación de un sistema producto de una autonomía universitaria entendida de forma absolutamente perversa e impropia de un Estado moderno. A nadie debería extrañar que la gobernanza de la Universidad pública española comparta muchos rasgos con los de las extintas cajas de ahorros: politización, falta de profesionalidad, clientelismo, opacidad, resistencia a la rendición de cuentas, impunidad.

Como sabían bien los romanos, la clave del clientelismo descansa en la complicidad. Eso explica el apoyo entusiasta al rector de su Consejo de Gobierno y el silencio de instituciones supuestamente tan prestigiosas como las Reales Academias de las que todavía forma parte, de la Conferencia de Rectores de las Universidades españolas (cuyo presidente tapó un caso de plagio en su universidad), de la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación (ANECA) y, por supuesto, de las autoridades públicas competentes. La presidenta de la Comunidad de Madrid ha manifestado que «respeta la autonomía universitaria», quizá porque son muy numerosos los familiares y afines de altos cargos del PP de Madrid que están colocados en la Universidad Rey Juan Carlos, empezando por su hermana, promocionada de personal administrativo y de servicios a profesora visitante (cargo que se concede a dedo) por virtud de las buenas artes del rector. Ni una palabra tampoco del Consejero de Educación, anterior vicerrector de la Universidad Rey Juan Carlos. Ni siquiera del presidente de su Tribunal de oposiciones a cátedra, al que, por supuesto, también plagió. Y probablemente la lista de cómplices y padrinos irá creciendo en los próximos días. Una vez más (y ya estamos demasiado acostumbrados) todos los supuestos mecanismos de control han fallado estrepitosamente, por la sencilla razón de que quienes debían de haberlos activado fueron cooptados o capturados.

Pero la complicidad no se queda ahí. Piensen en el director de un periódico de tirada nacional, casualmente profesor interino de la Rey Juan Carlos, parodiando involuntariamente aquel chiste famoso de Groucho Marx («¿A quien prefiere usted creer, a mí o a sus propios ojos?») al explicarnos que realmente lo del rector no es plagio. No es un ejemplo chusco o aislado: insignes colegas suyos afirman que no han comprobado personalmente su existencia, como si eso fuera una excusa para eximirse de su responsabilidad de informarse. Con suerte, constituirán una Comisión de afines para investigarlo, lo que sin duda permitirá ganar tiempo por lo menos hasta después de las anunciadas elecciones. En fin, hay demasiada gente que prefiere no creer a sus propios ojos con tal de no tener que ver lo mismo que el resto de los mortales que no le debemos ningún favor a Fernando Suárez o que la universidad californiana que se apresuró a retirar los artículos plagiados sin más comprobación que leerlos.

Pero no sólo de cómplices vive el clientelismo, sino también de la intimidación. No olvidemos que cualquier sistema clientelar se perpetua adjudicando a una persona un poder omnímodo sobre sus subalternos, sin apenas frenos o contrapesos internos o externos, los famosos checks and balances. El rector nombra, designa, cesa, financia, premia, castiga, al más puro estilo del panóptico de Bentham, que todo lo ve y cuya mano siempre te alcanza. Ni siquiera los profesores con plaza asegurada están a salvo, porque una infinidad de pequeñas conquistas o represalias siempre está aguardando. Y si eso es así con los «fijos» ¿qué decir entonces de todos esos docentes que viven en la precariedad o incluso en la ilegalidad de un sistema corrupto en el que por vocación o necesidad no han tenido más remedio que ingresar? Sólo un gesto del rector y serán expulsados a las tinieblas exteriores.

Pero no le echemos a nuestro rector toda la culpa: esta forma de gobernar no la ha inventado él; más bien la ha heredado de sus predecesores, muy en particular de Pedro González Trevijano, rector de la URJC desde el 2002 hasta el 2013 y hoy magistrado del Tribunal Constitucional a propuesta del PP, que dejó en su actuación como rector un reguero de contrataciones irregulares, favores a personas con poder para devolvérselos y gastos protocolarios desproporcionados. Fernando Suárez es una criatura suya. Probablemente por eso no entiende nada de lo que está ocurriendo y se considera, con total sinceridad, un «chivo expiatorio»; sólo actúa como le han enseñado y como lo han hecho otros antes que él.

ENTRE LOS sufridores de esta situación están los buenos profesores e investigadores de la URJC, que por no aceptar este sistema clientelar y mafioso han condenado su carrera profesional a la mera satisfacción intelectual y que sufrirán ahora de manera injusta y en carne propia esta tremenda ola de desprestigio. Pero, sobre todo, los estudiantes. En particular los más desfavorecidos (por eso el silencio de los sindicatos resulta tan lamentable) cuya única oportunidad es recibir una educación superior pública de calidad. Ellos no tendrán las ventajas -ya sea en forma de red de contactos, idiomas o formación adicional- de sus compañeros con más recursos, que podrán suplir las deficiencias de la enseñanza oficial. La inevitable devaluación de los títulos de la URJC les castigará especialmente.

Pero no nos engañemos: es toda la Universidad española la que está en entredicho. Si no actuamos rápido terminaremos hundidos, no ya en el ránking de universidades de Shanghai (no hay ninguna española entre las 200 mejores) sino, lo que es peor, en la carrera por garantizar un futuro a las nuevas generaciones.

¿Quién ganará las próximas elecciones a rector? Necesitamos que sea un candidato muy distinto a nuestro rector plagiario. No puede ser un «buen gestor» (como interesadamente se califica a Suárez) quien fomenta la mediocridad, la precariedad y el clientelismo, se niega a rendir cuentas y no respeta las mínimas reglas de la ética personal y profesional, además de unas cuantas normas jurídicas. Tampoco se puede permitir que designe un sucesor para que todo siga igual. Porque quizás lo que no entiende ni él, ni sus padrinos ni su clientela, es que los tiempos están cambiando y que lo que antes se toleraba y se consentía académica, social y políticamente ahora ya no tiene un pase. Afortunadamente.