barcelona-11-septiembre

Golpe al Estado en Catalunya

 

Llevamos muchas décadas intentando ocultarlo, sólo unas minorías mayormente intelectuales y poquísimos políticos de cierta altura (Borrell o Piqué, por ejemplo), lo pusieron de manifiesto: se estaba fraguando lenta pero inexorablemente un verdadero asalto a las instituciones del estado constitucional y democrático en Catalunya. Hizo falta que un personaje mediocre, osado y con la corrupción pisándole los talones, Artur Mas, hijo político de Jordi Pujol, diese un paso adelante para que todo el entramado constitucional comenzase a tambalearse en Catalunya. Ahora ya no es  posible arreglarlo como no sea de forma coercitiva, o sea con la fuerza de la ley. Porque lo que está ocurriendo en Catalunya es un continuo golpear al estado constitucional por medio de la desobediencia. Un golpe, no de estado pero sí al estado, que unos astutos juristas catalanes tratan de justificar con esa espuria distinción entre legalidad y legitimidad. El estado quizás tenga la legalidad de su mano, pero carece de legitimidad en Catalunya, dicen.

Al margen de los comentarios jurídicos que puedan suscitar la sentencia que condena a Mas y otras dos personas a penas de inhabilitación, hay un hecho evidente y es que cuando esa sentencia penal adquiera firmeza, los tales políticos deberán abstenerse de hacer política durante el tiempo que dure la condena. Aún en el hipotético caso de que saliesen a la calle más de un millón de personas a protestar, el estado estaría legitimado, moral y jurídicamente, para hacer cumplir la ley. En Catalunya se han extendido varias mentiras que se hacen pasar por verdades que sólo voy a enunciar porque son archisabidas: que el camino hacia la independencia es posible legalmente y pacífico; que estaríamos mejor los catalanes fuera de España; que la tal España, como si fuese una ladronzuela, roba a la pobre y sufrida Catalunya; que en Europa recibirán al nuevo estado catalán con los brazos abiertos; y etcétera, etcétera y bla, bla, bla. Son mentiras que se han ido extendiendo como una mancha de petróleo por el mar de la verdad. Y ahora una gran parte de catalanes ya no distingue entre lo que es verdad y lo que es mentira. Porque para colmo de desastres el estado esta desaparecido en Catalunya ya que el gobierno no tiene ni idea de lo que debe hacerse.

Hace unos día falleció un conocido empresario catalán del que se ha destacado, como una de sus principales virtudes, la discreción, sobre todo a la hora de expresarse políticamente. Todos los empresarios catalanes, o casi todos salvo honrosas excepciones, grandes, medianos y pequeños, tienen esa misma actitud. “Tenemos que trabajar”, dicen, y significarse podría acarrearles serios perjuicios. Así, en Catalunya, se dejó el poder político en manos de desaprensivos que permitieron la desaparición del estado, y se aprovecharon con lo que de forma suave se llama “cronycapitalism” o corrupción pura y dura en román paladino. Ahora, en Catalunya, la llamada burguesía está descabezada. No hay nadie que la represente, ni a ella ni a toda esa extensa clase media que, más o menos, caminaba con ella. El PP no es nada en Catalunya; Convergencia i Unió ya no existen; el nuevo partido que les ha sucedido, PDECAT, es una mala caricatura de lo que fueron; el PSC se debate en no se sabe qué y cada vez tiene menos votos; y Ciutadans mucho tendría que catalanizarse para alzarse con esa inmensa masa de potenciales votantes. Total que sólo les queda, a la burguesía y a la clase media,echarse en los brazos de la Esquerra como mal menor. Y es este partido el que va a recoger los despojos de CiU. Que camine en el futuro por la misma vía que lo hace ahora el PNV o prefiera caminar por la vía de la demencia, está por ver. Tenemos, pues, lo que nos merecemos. ¡Vivíamos tan tranquilos!…

Hoy ya no hay marcha atrás. Los independentistas no pueden, salvo que sea haciendo el ridículo, hacer otra cosa que llevar sus actos hasta las últimas consecuencias, y convocar el referéndum. Y el gobierno sólo tendrá la salida poco brillante de aplicar la ley, que no significa necesariamente utilizar las facultades que le otorga el artículo 155 de la Constitución. Una vez más será incapaz de hacer política. El fin de semana pasado nos enteramosque ETA entregaba las armas, que se rendía. Y Urkullu ha pactado con el PP la aprobación de los presupuestos vascos. ¿De que ha servido tanta violencia independentista, casi mil muertos, en el País Vasco? De nada. Solo de inmensa tristeza para los familiares de quienes fueron asesinados. La novela “Patria”, es una pálida visión, muy bien narrada por cierto, de lo que ahí pasó, de esa horrenda tragedia que ni en cien años se olvidará. Es cierto que en Cataluña no hubo tanto independentismo terrorista, pero también lo hubo. Ahí está la historia negra de Terra Lliure o el Moviment de la Terra, esos chicos, nuestros “nois”, ahora reciclados y encuadrados algunos en la CUP o en el ala más radical de la Esquerra. Incluso a “nuestros” asesinos les homenajean, con nombres de plazas,en algún pueblo sin que casi nadie proteste. Qué indignidad.

La sentencia condenatoria de Mas y dos más no pasará a la historia como monumento jurídico, desde luego que no, e incluso es probable que tenga resquicios que hagan viable que prosperen los recursos ante el Tribunal Supremo. Mientras tanto Catalunya cada vez se va hundiendo más en la irrealidad y se pierden todas las energías en esta lucha estéril y a deshora por la independencia. Y como la política española carece de rumbo, al menos en esto,el independentismo coge alas antes de que se den, y todos los catalanes  nos la daremos con ellos, la bofetada final. Y esperando la catástrofe que se avecina, seguimos -¡somos tan discretos!- tomando nuestros aperitivos, viendo como se bailan sardanas en la plaza de un pueblecito de la Costa Brava junto al mar, o como los castellers logran un 2 de 9. “¡HappyisEngland!”, escribió Keats a principios del XIX, “¡DolçaCatalunya!”, escribía Verdaguer por las mismas fechas. Pero estamos ya en el siglo XXI, ¡y aquí sin enterarnos!