¿Eximente de responsabilidad para los cargos negligentes?

Tenía pensado enviar este post, que ha surgido como consecuencia de reflexiones acerca de otro, publicado por Elisa de la Nuez hace tiempo (sobre “el mandatario infiel o la falta de rendición de cuentas”) cuando leo el nuevo artículo de Elisa en el Mundo (12/10/2011) titulado “El ministro en la gasolinera”. Magnífico artículo, al que me adhiero por completo, pero que me “pisa” una vez más el que ya tenía escrito, lo cual quiere decir, no sólo que estemos en sintonía de ideas, sino que el problema del que tratamos (la ausencia de responsabilidades de nuestros cargos públicos) es algo que requiere tomar decisiones urgentes. No obstante lo envío al blog tal y como estaba escrito a pesar de que pueda existir redundancia de planteamientos e ideas.

Porque a ver si los políticos se enteran de una vez que, por mucho que manden cuando ocupan cargos públicos, no dejan por ello de ser responsables ante todos nosotros de su gestión. Si están en  el convencimiento de que los dineros públicos no son de nadie (frase pronunciada no hace mucho por una conocida política) vamos realmente mal, porque ese dinero es de todos los ciudadanos y es a ellos a quienes hay que rendir cuentas de su utilización. Rendir cuentas significa, ante todo, trasparencia en la gestión y asunción de las responsabilidades de todo orden por una mala gestión y, evidentemente, por utilizar los caudales públicos para favorecer a los amigos o a los políticamente afines. Así las cosas, resulta simplemente esperpéntico leer y escuchar, un día tras otro, noticias relacionadas con lo que han estado haciendo los políticos con nuestro dinero (ese que es de todos) no como si fuera suyo -que más cuidado habrían tenido- sino como si no fuese de nadie. Que cada uno con su dinero es muy dueño de hacer lo que quiera – invertirlo, gastarlo o regalarlo-  pero con el dinero que otro deposita confiado en tus manos el asunto es muy diferente. Ese dinero ha de emplearse de la mejor forma posible, en beneficio de quien lo depositó, rindiendo escrupulosas cuentas y asumiendo la responsabilidad que corresponda por su uso indebido.

Aquí comienza la odiosa comparación entre la esfera pública y la privada, porque si una buena parte de nuestro dinero se utiliza para beneficiar a los amigos del gestor (vía subvenciones absurdas o contratando directamente para puestos sin contenido real no acorde con la remuneración que se paga) o para hacer frente a proyectos faraónicos sin ninguna clase de rentabilidad social o económica, el gestor debería dejar su cargo inmediatamente como primera medida. Y, a continuación, tendría que hacer frente a las responsabilidades de su insensata gestión asumiendo todas las consecuencias, entre las que debería encontrarse la inhabilitación para ejercer cualquier cargo público. Sin embargo, la realidad nos muestra cómo las cosas distan mucho de ser así, ya que a los malos gestores de la cosa pública no sólo no se les exigen responsabilidades sino que se les premia con un nombramiento “a dedo” o con un puesto en las listas electorales. ¿Que han dejado en la ruina a un Ayuntamiento o a una Comunidad Autónoma? Pues no pasa nada, o mejor dicho, pasa que encima reciben la recompensa de turno y a los ciudadanos se nos queda cara de pasmados ante tanta desfachatez en nuestras mismas narices. Total, como el dinero no es de nadie…

Con este tipo de planteamientos se utiliza, además, el conocido “y tú más ..” que parece servir para todo menos para poner un poco de orden y sentido común en las cosas. Porque el hecho de que “los otros” hayan caído en los mismos o semejantes errores (aún suponiendo que sea cierto) no veo en qué puede afectar a la responsabilidad de quien ha gestionado mal lo que tenía a su cargo. Eso mismo en una empresa privada puede suponer el despido inmediato sin que valgan para nada las excusas de que “fulanito” también ha actuado igual y, de momento, quien ha actuado irresponsablemente se va a la calle (luego veremos si fulanito le sigue también). Y es puede que hayamos perdido ya la capacidad para asombrarnos ante el derroche de dinero en aeropuertos sin aviones, estaciones del AVE sin pasajeros, carreteras a medio construir que conducen a la nada, y otros gastos similares. Probablemente la hemos perdido porque estamos conociendo ahora, también, la cantidad de subvenciones al cine (¿acaso es una profesión privilegiada?), a los Sindicatos (que sean financiados por sus afiliados) y a los propios partidos políticos (idem) sin que se haga nada al respecto. Claro que el hecho de que las subvenciones ala lenteja Renkahormonada (magnífico el artículo de Ansón sobre el asunto), al folklore o al fomento de una lengua se coloquen con preferencia a la sanidad o a la educación colman ya el vaso de los despropósitos.

A este paso, el tan proclamado Estado del bienestar (que se demanda, a veces, como expresión hueca) se va a trasformar en el bienestar de unos pocos y el malestar de muchos (entre los cuales ya hay casi cinco millones de parados). Y no me refiero ahora al bienestar de los “ricos” (esa es otra historia) sino al de unos políticos que pretenden gozar de una especie de eximente de responsabilidad en el ejercicio de sus cargos, lo cual resulta cada vez más inadmisible.