Jornada sobre la situación de la Justicia (I)
Iniciamos hoy nueva serie, con la finalidad de recoger en el blog de manera abreviada algunas de las intervenciones de la Jornada del día uno de diciembre celebrada en el Colegio Notarial de Madrid sobre la situación de la Justicia en España. Para abrir boca aquí tienen la introducción a las Jornadas realizada por nuestro coeditor Rodrigo Tena.
Una de las características más preocupantes de nuestra sociedad es su falta de sensibilidad institucional. Es una carencia grave que el Colegio Notarial de Madrid ha pretendido combatir desde hace muchos años con sus seminarios, cursos de conferencias y jornadas como la que hoy celebramos. Y, por su puesto, también con la revista EL NOTARIO DEL SIGLO XXI y con el blog ¿Hay Derecho?
Pues bien, como suele ocurrir también con otras muchas instituciones, a veces no somos conscientes de la amplitud de fines sociales a los que sirve un buen sistema de Justicia. Lo damos por descontado, como si fuese un producto espontáneo de la naturaleza, y no la ingeniosa producción de generaciones y generaciones de seres humanos empeñados en superar los terribles inconvenientes que a lo largo de la mayor parte de nuestra historia como especie ha generado la única justicia disponible: la privada.
Es por eso por lo que Werner Jaeger afirmaba que uno de los momentos culminantes en la historia de la humanidad se produce cuando Esquilo, plasmando la experiencia ateniense iniciada por Solón, termina su Oriestada librando al héroe de la furia vengadora de las erinias y, bajo el manto protector de Atenea (en definitiva, de la ciudad de Atenas) le somete a un juicio justo ante el Tribunal de Areópago. Era algo absolutamente revolucionario, hasta un alcance que hoy en día somos incapaces de comprender. Pensamos, “claro, cómo va a terminar esto si no es con un juicio”, lo que a la postre demuestra una vez nuestra falta de sensibilidad institucional. Porque desde luego no era lo corriente, como las tradicionales sagas micénicas y tebanas lo demuestran.
Pero el mensaje de Esquilo está muy claro: Una ciudad, una sociedad humana digna de ese nombre, no puede ceder a los impulsos naturales de la justicia privada y de la venganza, normalmente sólo a disposición de los poderosos, sino que si quiere evitar la disolución y fomentar un verdadero espíritu cívico, debe someter la resolución de los conflictos ciudadanos a la decisión y juicio de los propios ciudadanos, ya sea directamente, ya sea representados por instituciones permanentes creadas por la ciudad y para la ciudad. La historia posterior demostró que ese ideal ateniense terminó siendo algo tremendamente esquivo, incluso en la propia Grecia. Tras la caída del imperio romano Europa volvió a recaer en la práctica de la justicia privada, en la justicia familiar y de clan, la que se impone o se compra. Sólo a partir del siglo XI, con la revolución papal y el surgimiento de los tribunales eclesiásticos se inicia de nuevo un lentísimo camino por plasmar esos ideales ciudadanos, que prácticamente no queda culminado hasta bien avanzado el propio siglo XIX y que, curiosamente, corre paralelo a la consolidación de la ciudad.
Pienso que ese origen y esa historia nos demuestran varias cosas muy importantes. En primer lugar, que un buen sistema judicial, abierto a todos y que resuelva de manera eficaz los conflictos entre ciudadanos, es algo frágil y excepcional. Exige un cuidado y revisión permanentes y jamás puede darse por conquistado. Esta innegable realidad contrasta de una manera muy triste con la escasa preocupación que porla Justiciademuestran nuestros políticos, como demuestra que en la pasada campaña electoral sus problemas apenas fueran mencionados.
En segundo lugar, que la falta de un buen sistema de Justicia puede convivir perfectamente con el Derecho, entendido en un sentido formal, incluso con un magnífico Derecho, como ocurrió durante parte del imperio romano y durantela Europamedieval, renacentista y moderna. Hoy no tenemos un magnífico Derecho, desde luego, pero al menos en algunos sectores tampoco está tan mal. Sin embargo, si falla el sistema judicial la sociedad debe pagar un precio. Y ese precio es, lógicamente, la falta de justicia material. La ley y las costumbres pueden estar claras, incluso ser adecuadas y pertinentes, pero la falta de un buen sistema judicial no sólo las convierte en papel mojado, sino que las deslegitima socialmente. La edad de las revoluciones, iniciada en Europa a partir del siglo XVIII, lo probó suficientemente, pues buscaba combatir no sólo el privilegio legal, todavía muy extendido, sino también el derivado de un práctica alegal absolutamente injusta. La ola se lo llevó todo por delante, y para bien.
Y en tercer lugar, como conclusión de todo lo anterior, que el sistema Judicial es el baluarte y condición previa de una vida ciudadana. Sólo allí donde existe un buen sistema judicial reina el Derecho, que es la única medicina que los seres humanos hemos encontrado contra el abuso y, en consecuencia, contra la discordia y el caos. El sistema judicial está pensado, entonces, por la ciudad y para la ciudad. No es patrimonio de algunos, sino de todos. Y por eso todos tenemos, no sólo el derecho de opinar, sino el inexcusable deber de colaborar al máximo en su defensa y mejoramiento.
Editores del blog “¿Hay derecho?”