Una explicación psicológica a la crisis política y económica: el triunfo del pensamiento débil y el optimismo irracional

Entre las múltiples explicaciones de la crisis que estamos padeciendo, echo de menos personalmente la que atienda a criterios psicológicos. Algo de eso hay, pero he encontrado poco (una muy interesante interpretación de carácter más bien sociológico se puede encontrar en un artículo publicado en su día por uno de los editores de este blog: http://www.elnotario.com/egest/noticia.php?id=1977&seccion_ver=0).

Y sin embargo si algo ha demostrado la crisis actual es que la “creencia” en que la mano invisible arregla por sí sola los problemas del mercado es equivalentemente irracional a las “creencias” en el progreso automático de la sociedad o en que la lucha de clases estaba destinada a ser superada de acuerdo con reglas científicas y mecánicas del materialismo histórico. Si algo queda claro hoy es que la crisis ha sido consecuencia de los excesos de los dos modelos ideológicos que compiten, todavía hoy, por ofrecer soluciones milagrosas a nuestros problemas: del liberalismo, por no prever mecanismos de control adecuados a las hipotecas sub prime y la cadena de reaseguros conectadas, y al keynesianismo, por haber propiciado un derroche de recursos y endeudamiento público no necesariamente conectado al modelo de protección social por cierto.

Se dice que la economía es cuestión de estado de ánimo, de generar confianza, todo ello con el fin de fomentar el consumo interno cueste lo que cueste, lo que se traduce en que hay que comprar lo que sea (no hace falta que sea necesario o útil) y como sea (y si para ello debemos endeudarnos, mejor que mejor). El buen ciudadano ya no es el que paga impuestos, cumple las leyes y hace bien su trabajo, es el que consume más. Tal vez por eso a los ricos se les ofrece fórmulas legales para no pagar impuestos (sicav) si a cambio siguen consumiendo en el país (la industria de productos de lujo no conoce la crisis) y no tanto invirtiendo en crear nuevas empresas.

Recientemente en un interesante libro, Barbara Ehrenreich [Sonríe o muere. La trampa del pensamiento positivo (trad. M. Sierra), ed. Turner, Madrid, 2011] ha planteado la provocadora tesis de que la presente crisis económica es la consecuencia de los excesos del llamado “pensamiento positivo” que ha inundado la sociedad y ha llegado a muchas empresas (y en concreto todas las americanas afectadas de primera mano por excesos financieros). Estas empresas decidieron contratar a gurús del pensamiento positivo, aparcando los métodos tradicionales de la estrategia racional o del mérito y el esfuerzo, así como de los mapas de riesgos. El empleado al que se despide debe estar contento y verlo como una oportunidad, trasladando a ellos y no a la empresa la responsabilidad de su pobreza sobrevenida, aunque se le haya despedido no por haber hecho mal su trabajo o por falta de beneficios sino como fórmula para incrementar el valor de las acciones. Los únicos a los que hay que mantener contentos son los accionistas y al propio equipo directivo, lejos quedan los tiempos de valorar y motivar al personal como principal activo de la compañía.  Esta forma de pensar ha llevado, entre otras cosas, a que la diferencia entre el sueldo del presidente y uno de los trabajadores medios pasara en EEUU de 24 a 1 en 1965 a 300 a 1 en 2000.

Como consecuencia de esta estrategia las cúpulas directivas de las grandes empresas se llenaron de visionarios refractarios a cualquier análisis de riesgos: había que ser optimista-positivo y a quien alertara de que las cosas iban o podían ir mal se le despedía sin miramientos por “negativo”, personas que se convierten así en los nuevos “apestados” sociales aunque su función fuera la muy sensata de alertar de posibles peligros. Se legitima así la figura del pelota pues al que no da buenas noticias se le despide o pasa un rincón como agorero. Si no se sonríe permanentemente pasa uno a ser sospechoso, una tiranía que recuerda bastante al “mundo feliz” de Aldous Huxley. De hecho, deshacerse de la gente (“negativa”) que alertaba de peligros o riesgos es lo que hicieron los altos directivos de Lehman Brothers o Goldman Sachs.

Las características de este modelo comparado con el anterior (que tampoco era perfecto) pueden quedar resumidas en el siguiente cuadro:

  Objetivo Medios Agentes Zona de influencia principal Consecuen-cias
Pensamiento racional (finales siglo XIX- fin. siglo XX) Hay que cambiar la realidad, el problema son los otros Reformas políticas y sociales. Alerta a los problemas sociales Partidos, sindicatos, asociaciones Modelo europeo Relaciones laborales rígidas y protegidas
Pensamiento positivo (finales Siglo XX- ppios XXI) Hay que cambiar la percepción de la realidad. El problema somos nosotros Selección de pensamientos.Alerta hacia cómo funciona nuestra mente El individuo y su coach o gurú Modelo americano Falta de protección. El empleado es un objeto más de consumo, de usar y tirar

En la práctica, el pensamiento positivo (o mejor sus excesos) ha acabado siendo el aliado más productivo del capitalismo más banal y consumista, pero también de los gobiernos mal gestionados y derrochadores, que encargaban a la providencia (o a unos intereses milagrosamente bajos) el resolver en el futuro que el déficit o la deuda se disparara: ¡había que ser “positivos” y “optimistas”! Queda por ver si este pensamiento también ha influido en el cambio en el perfil de muchos dirigentes políticos “modernos”, caracterizados por su incapacidad de reconocer errores, convertidos en visionarios que actúan siguiendo corazonadas, optimistas a carta cabal que prefieren negar las malas noticias o darles otro nombre para que parezcan buenas en lugar de encararlas y ponerse a resolver problemas, vendedores de eslóganes que huyen de los estudios rigurosos y la gestión sensata. Tal vez debería analizarse con más detenimiento de lo que permiten mis capacidades y estas líneas de qué manera estamos donde estamos por esta una nueva psicología ingenua y banal que ha contaminado nuestra forma de pensar. Esperemos al menos haber aprendido la lección.