El pastor devorando a sus ovejas, o con pastores así, ¿quién necesita al lobo? (una reflexión sobre la banca actual)

Michel Foucault, el gran filósofo moderno del poder, prestó siempre mucha atención a una de sus más antiguas modalidades: la “pastoral”. El poder pastoral es un tópico oriental ajeno a la filosofía política griega, pero que fue incorporado a Occidente por el cristianismo. El pastor pastorea su rebaño preocupándose por el día a día, no sólo del conjunto, sino de todos y cada uno de sus integrantes. El pastor conoce el estado y las necesidades individuales de sus ovejas. Sin el pastor, las ovejas descarriadas se pierden y el rebaño desaparece, lo que igualmente ocurre si, enloquecidas, no le obedecen. El pastor asume un deber, una responsabilidad por el destino de cada oveja, pero también -y esto es interesante destacarlo- por cada una de sus acciones. Sencillamente porque, gracias a ayudar al rebaño a hallar la salvación, el pastor encuentra también la suya.

 

Foucault insistía en que esta forma de poder no sólo pervive claramente en la actualidad, sino que resultó potenciada a partir de la Ilustración. Él pensaba sobre todo en el Estado moderno -y no únicamente, aunque también, en el Estado del Bienestar-, pero sus manifestaciones son muy variadas, porque ha contribuido a determinar el tipo de racionalidad que estamos habituados a utilizar. Obedeciendo el mercado a esta misma ley, es fácil comprender cómo la relación de poder de las grandes entidades financieras con sus clientes se ha adaptado perfectamente a este esquema.

 

La entidad tiene un conocimiento especializado de nuestras necesidades. Se informa de ellas y provee en consecuencia, ofreciendo a cada uno la solución adecuada. Lógicamente, obedecemos, nos dejamos guiar por el pastor, porque en caso contrario nos perjudicaríamos a nosotros mismos. Hemos delegado en él la responsabilidad por nuestra salvación (material), y es muy lógico, porque su salvación depende también de la nuestra. La confianza está justificada, ya que su destino particular está ligado al de sus ovejas. Eh… Un momento, en algún punto del camino nos hemos perdido, ¿que su salvación depende también de la nuestra?

 

Bueno, esto lo que nos habían contado hasta ahora, así que tampoco es justo tratarnos tan duramente como ingenuos e irresponsables, o simplemente como idiotas. Al fin y al cabo, esta es la racionalidad dominante en la que nos han educado… desde hace siglos. Pero resulta que, como sospechaba el propio Foucault, las cosas no son exactamente así. O para decirlo con mayor exactitud, son así, hasta que súbitamente dejan de serlo, y tan malo es una cosa como la otra.

 

Hoy el pastor ha llegado al convencimiento de que para subsistir tiene que comerse a un buen puñado de ovejas. No desde luego a todas, porque si no se queda sin rebaño y sin futuro, pero esa preocupación individualizada por el destino de cada una ha cedido (¿cómo decirlo?) a una preocupación más global por el futuro del pastoreo en general. Sus manifestaciones son globales y podemos detectarlas en infinidad de lugares.

 

Fijémonos por ejemplo en Inglaterra, cuna indiscutible de este particular mercado pecuario. Hace unos días The Sunday Telegraph informaba de varias demandas interpuesta por distintas PYMES contra un conjunto de grandes bancos (Barclays, HSBC, Lloyds, RBS, etc.) por colocarles productos financieros (básicamente swaps) totalmente inadecuados a sus deseos y necesidades particulares, ocultándoles información relevante que podía haberles disuadido de realizar la inversión. Entrevistado por el diario, uno de los afectados comentó: “If you had asked me in 2007 if it was possible that your bank, that has supported you for so long, could have sold you a product that could cause so much damage, I would not believe you“; (típica manifestación de oveja traicionada).

 

Quizá podríamos sospechar que como los mercados financieros se hundieron con la crisis generando enormes pérdidas, esto no es más que un pataleo de algunas ovejas resentidas en busca de un chivo expiatorio (nunca mejor dicho). Pero lo cierto que  mientras todo esto sucedía, Greg Smith, un ejecutivo de Goldman Sachs, dimitía de su cargo asqueado por la conducta -podríamos calificarla de obscena- de los ejecutivos de la firma, que anteponían sin miramientos los intereses de su empresa a los de sus clientes, a los que denominaban despectivamente “puppets” (marionetas).

 

La verdad es que la filtración tampoco era muy necesaria, ya lo sospechábamos. Por lo menos tras tener conocimiento del acuerdo entre los poderes públicos y los principales bancos estadounidenses (Ally Financial, JP Morgan, Bank of America, Citigroup y Wells Fargo) por el que éstos se comprometían a pagar una indemnización de ¡26.000 millones de dólares!, como consecuencia de los abusos cometidos contra sus clientes al tramitar procedimientos de ejecución hipotecaria (aunque en el asunto hay más bancos implicados, entre ellos el inevitable Goldman Sachs, ver aquí y aquí)

 

Mientras esto pasa en EEUU y en el Reino Unido, España es un remanso de paz pastoril. Es cierto que la utilización masiva de productos sofisticados por nuestras entidades de crédito (swaps, bonos estructurados, acciones preferentes, etc.) ha dejado un reguero de sangre muy perceptible en el rebaño, pero, a diferencia de lo que está empezando a ocurrir en otros países, aquí todavía seguimos mirando embobados al pastor, el cual no es precisamente Sylvano, el personaje de Diana, la novela pastoril de Jorge de Montemayor, sino alguien más cercano a otro pastor, en este caso de almas, como es el terrorífico personaje de predicador que interpretaba Robert Mitchum en “La noche del cazador”.

 

Y algo de película de terror hay en todo esto: un extraño fenómeno producto de la caída de un muro, la globalización, y la destrucción de los límites razonables entre banca comercial y de inversión ha provocado el crecimiento monstruoso de ciertos entes –o entidades- hasta un tamaño nunca visto, de modo que su caída pone seriamente en peligro la estabilidad mundial. Hay que mantener con vida al moderno Moloch y para ello, dicen en los centros de poder, si ha de haber víctimas, sea pues, vayan las ovejas al matadero. La Razón de Estado es ahora la conservación del Sistema.

 

Los instrumentos legales e institucionales para defenderse del monstruo se han revelado inútiles: una legislación de defensa de consumidores y usuarios inoperante (¿cuánto tiempo se lleva pleiteando contra la cláusula suelo en hipotecas?), unos supervisores (Banco de España, CNMV) desactivados, unos partidos políticos asfixiados de deudas que indultan adecuadamente; y una prensa en igual situación que la de los partidos: hace muy pocos meses salió la noticia de que tres presidentes de tres bancos –tres presidentes distintos pero una sola familia- están siendo investigados por delito fiscal y falsedad documental, después de regularizar la módica cifra de ¡200 millones de euros!  Esto, que cualquier estudiante de periodismo lo consideraría un scoop de primer orden, para el cuarto poder es sin embargo una cuestión menor. No hay investigaciones, exclusivas, debates monográficos, preguntas incómodas. Un silencio ensordecedor.

 

Bien harán las ovejas, perdón, haremos las ovejas en repudiar a tan dudoso pastor, como hace el mediático Leopoldo Abadía, y considerar a los bancos como lo que son: la otra parte de un contrato. No buscan nuestra felicidad (a pesar de anuncios como éste), tampoco nuestra infelicidad, pero en todo caso la consideran un mal menor. Es sólo negocios, nada personal. Haga pues como ellos: si tiene mejores ofertas en un banco que no es el habitual, no lo dude, vele por lo suyo y traslade sus negocios. Si le ofrecen una sartén de regalo, mire que no le vaya a costar la cocina entera. Analice los papeles, incluso lléveselos a casa antes de firmarlos aunque pueda dar la impresión –oh, vaya- de desconfiar de su sucursal de toda la vida. Y si le han dado gato por liebre, reclame la liebre y abandone al vendedor de gatos, usted ya nos entiende.

 

Descubra el placer de ser una oveja negra…