Cuando la imagen no lo es todo

Es muy frecuente que las compañías prescindan de sus fichajes más sonados cuando éstos, en vez de potenciar la buena imagen de la empresa, la enturbian. Hace poco hemos comprobado como la ONG conservacionista WWF eliminaba el cargo de presidente  honorífico de la organización, que ostentaba el Rey desde su fundación, en 1968, tras el famoso episodio de la cacería de elefantes en Botswana, comentado también en este blog (aquí). Pero lo cierto es que eso es una práctica común, que ha afectado a gente tan famosa como a Tiger Woods, tras su mediática infidelidad, o a John Galliano por sus comentarios racistas. Sin embargo, el caso Urdangarín es una excepción a la regla, y yo creo que puede ser interesante preguntarse el porqué.

 

Efectivamente, en este caso no hablamos de una cacería legal, aunque estéticamente desafortunada, ni de unos amoríos extramaritales que a quién sólo deberían preocupar es a su familia, ni de unos comentarios fuera de tono con unas copas de más. No, aquí estamos hablando de la imputación por unos delitos muy serios penados con años de cárcel (hasta 18, concretamente). Nada menos que por cinco delitos: evasión de impuestos, fraude fiscal, prevaricación, falsedad documental y malversación de caudales públicos (aquí). Y pese a ello, según informa la prensa, Telefónica le renueva el contrato por un año y por un millón y medio de euros fijándole una indemnización en caso de despido de 4,5 millones de euros. Y eso que este año no parece uno de los mejores de la historia de la compañía: acaba de anunciar que cancela el dividendo para el 2012, en una decisión que la prensa califica de “histórica” (aquí). La medida no hace más que presagiar un escenario complicado para el empleo a corto plazo, al menos si se quiere respetar los compromisos adquiridos con los accionistas para el año que viene. Todo ello contribuye a hacer el caso Urdangarín todavía más inexplicable.

 

Tampoco parece que el yerno del Rey sea un ejecutivo clave en la estructura de Telefónica internacional completamente insustituible, de tal manera que su aportación personal compense el coste de imagen que puede suponer su renovación. Su formación como jugador de balonmano no es la más adecuada para ayudar a defender esa hipótesis. No, lo más lógico es considerar que Urdagarín fue contratado por razones de imagen y que, en consecuencia, un acontecimiento tan serio como su imputación penal le haría perder automáticamente todo el valor que podría aportar a la compañía.

 

Por ese motivo, la renovación nos obliga a descarta también esta posibilidad. De hecho, parece que viaja mucho menos por el continente y vive casi recluido. La idea que alegan algunas fuentes de que con la renovación del contrato se ha pretendido no condenarle de antemano es totalmente absurda. No es Telefónica quién tiene que meterle en la cárcel, sino los jueces. Galliano no está en la cárcel, pero sí fuera de Dior, y eso que no podemos negar que personalmente aportaba bastante más a la firma. Lo único que debía entrar a valorar Telefónica es si a la compañía le interesaba mantenerle en plantilla o no, y si ha decidido que sí, será por algo.

 

Otra interpretación posible es que Urdangarín no está en Telefónica ni por competencia personal ni por imagen, sino por hacerle un favor a alguien. Puede que por hacerle un favor a la casa del Rey o al Gobierno de turno, o más bien a ambos. Sin embargo, el problema es que en las sociedades mercantiles el ánimo de lucro se presume y las donaciones están excluidas del ámbito de competencia del órgano de administración, al estar fuera del objeto social de la empresa (art. 234 LSC). Luego deberíamos descartar también esta hipótesis, pues la regulación nos pone sobre la pista de lo raro que resulta que una sociedad de este tipo haga favores a cambio de nada.

 

En conclusión, y a falta de más información, habrá que suponer que este caso es uno más derivado de ese estrecho conjunto de relaciones entre la clase política y las grandes empresas reguladas de este país, conocido con el nombre de “revolving door”, y que ya hemos denunciado en este blog (aquí y aquí). Hoy por ti, mañana por mí. Unas relaciones tan valoradas que compensan cierto coste de imagen.

 

Es verdad que, como se comenta en esos post, estas singulares vinculaciones son el pan nuestro de cada día, incluso a nivel internacional, pero lo cierto es que normalmente se intentan disimular un poco, aunque sea por decoro. Siempre he pensado que, por contraposición al cinismo típico de algunos países latinos (Argentina, Venezuela, Italia), es muy merecedora de elogio la clásica y casi venerable hipocresía anglosajona. Al fin y al cabo, como tantas veces se ha dicho, la hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud. De hecho, el historiador John Lukacs afirmaba que “la hipocresía es el cemento que mantiene unida a la civilización”. Por eso, un dato muy revelador del estado de cosas en España es que aquí empiece a importar muy poco disimular nada.