What money can´t buy (reflexiones sobre el libro de Michael Sandel y las elecciones… a lo que sea)

He leído recientemente el ensayo “What Money can´t buy, the moral limits of markets” de Michael Sandel, profesor de Harvard y autor muy conocido por su anterior obra “Justice”, que ya tiene traducción al español y es también muy recomendable. Las reflexiones que hace en este ensayo muy sencillo de leer son muy pertinentes para juristas inquietos, y más todavía si viven en España a principios del 2013. A mí, en concreto, me han venido a la cabeza un montón de ejemplos de aquí y ahora que ilustran perfectamente las tesis del libro, que, muy brevemente, puede resumirse en esta frase: es muy preocupante el que en nuestras sociedades de forma creciente todo esté en venta (“everything is up for sale”). Y las razones por las que debemos preocuparnos, y mucho son dos: la desigualdad y la corrupción que esta dinámica genera. La desigualdad, porque no todos van a tener las mismas posibilidades si todo se compra, de forma que la falta de dinero importará cada vez más. En cuanto a la corrupción, la idea central del libro es que poner precio a determinados bienes o servicios puede corromperlas o hacerlas perder su valor intrínseco. Los ejemplos del libro son extraordinariamente interesantes, y no se los cuento porque merece la pena leerlo.
 
Pues bien, uno de los casos –hay muchos más- que tienen que ver con la tesis del libro es precisamente el de las recientes elecciones al ICAM. Como saben, he ido en una de las candidaturas. Ya expliqué aquí que las elecciones solían despertar nulo interés entre los colegiados en Madrid y los motivos por los que yo pensaba que esto no debería ser así. Pues bien, después de una campaña electoral muy intensa desde todos los puntos de vista, en la que competían candidaturas con muchos medios o/y con muchos apoyos mediáticos (las dos cosas suelen ir de la mano) y también bastante sucia, para que engañarnos, la cosa culminó el día de las elecciones con un espectáculo bochornoso, como bien saben.
 
Efectivamente, la mayoría de los que estuvimos en el Palacio de Congresos el día 18 de diciembre pasamos mucha vergüenza, y desde luego la imagen de la abogacía como colectivo no ha salido muy bien parada que digamos. Pero, bien pensado, la escena final no era sino la lógica culminación de una campaña en la que pareció que todo valía para ganar los votos de los colegiados, desde las más habituales llamadas a los amigos, reparto de folletos, visitas y presentaciones en despachos, etc, etc hasta las invitaciones a comer o a cenar en sitios caros, las fiestas multitudinarias en discotecas, los regalitos, etc, etc pasando por los debates entre las candidaturas, incluido uno muy novedoso en twitter. No siempre nos es dado visualizar el grado de deterioro de una institución en tiempo real, pero ya les digo que no es un espectáculo agradable.
 
Y por degradación institucional no se entiende solo las escenas protagonizada por las candidaturas rivales en el Palacio de Congresos, voces y zarandeos incluidos, sino también a la forma en que el ICAM gestionó todo el proceso electoral, desde la complejidad del voto por correo, la negativa a proporcionar a las candidaturas el censo electoral, la falta de transparencia, etc, etc hasta los “encierros” de candidatos durante la noche del día 18, pasando por los gritos con que se llamó a los miembros de la Comisión Electoral (cuya composición desconocíamos), las filtraciones a la prensa o/y candidatos de la decisión de esa misma Comisión el fin de semana de dar por buenas las elecciones sin que hubiese comunicado oficial alguno a las candidaturas o las llamadas de abogados de la candidatura ganadora (extraoficialmente en ese momento) la noche de las elecciones en las redes sociales a rodear la sede del Palacio de Congresos. Evidentemente, todos estos problemas vienen de muy atrás, de una forma de gestionar el Colegio caracterizada por la opacidad y la falta de participación de los colegiados que ha durado muchos años y no son en absoluto imputables a la candidatura ganadora. Pero ahí están.
 
El final de la historia está recogido por ahora en el acuerdo de la Comisión Electoral que da por bueno el proceso electoral y por ganadora a la sra Gumpert, acuerdo cuya lectura recomiendo, básicamente porque pone de relieve gran parte de los fallos que han llevado a la necesidad de que la Comisión tenga que dictar esta resolución. Pero yo no quería referirme aquí a cuestiones de legalidad (ya lo ha hecho la Comisión Electoral) sino a otro tipo de cuestiones. La propia Comisión Electoral advierte que no le compete hablar de legitimidad de las elecciones, solo de la regularidad o legalidad del proceso electoral. De hecho, aunque muchas personas me preguntaron después del 18 si la candidatura ganadora había hecho algo ilegal por lo que hubiera que anular las elecciones, sinceramente les contesté que no tenía ni idea, dado que desconozco por completo la regulación electoral corporativa. Pero sí les contesté que había visto cosas que me parecían poco éticas, y no solo por parte de la candidatura ganadora, por cierto. Y les recordé que muchas veces los principios éticos no están recogidos sino implícitamente en las regulaciones de las instituciones, dado que se dan por supuestos. Creo que es a esto a lo que se refiere la Comisión Electoral cuando habla de “legitimidad” aunque no estoy segura.
 
En cualquier caso, es el aspecto ético o moral de toda la historia de estas elecciones lo que las relaciona con el libro de Sandel. Que a mi juicio se refleja estupendamente en la frase de uno de los abogados jóvenes que apoyaron a la ganadora dicha a una abogada joven de nuestra candidatura que se había dejado la piel en la campaña con toda la ilusión propia de su edad: “Tenéis que tener claro que esto es como las elecciones al Real Madrid, gana quien tiene más medios”. Una reflexión muy interesante, máxime cuando se hace por una persona joven de una candidatura con muchos medios a una persona joven de una candidatura con muy pocos medios. En fín, dos concepciones del mundo, no solo del mundo corporativo y profesional, muy diferentes.
 
Efectivamente, si las cosas son así, entonces las candidaturas digamos más “pobres” en las elecciones a Junta de Gobierno a una Corporación profesional (y en general a cualquier tipo de elecciones del tipo que sean) tendrán siempre menos posibilidades de ganar por esa exclusiva razón. Es una de las consecuencias (la desigualdad) que preocupa a Sandel cuando se cuestiona la creciente tendencia a comprar y vender cualquier tipo de bienes o servicios en nuestras sociedades. Entre los servicios que se compran o venden hay que incluir, en todo tipo de elecciones, a los medios, los favores, los regalos, las cenas que al fín y al cabo se traducen en la capacidad de atraer y movilizar a los electores, e incluso en algún caso, de trasladarlos físicamente a la sede electoral para que se molesten lo menos posible. En el caso concreto de las elecciones al ICAM movilizar los votos de los colegiados e incluso a los propios colegiados físicamente era esencial para ganar. Insisto en que este no es un fenómeno exclusivo de las Corporaciones profesionales, todo lo contrario, probablemente es de los últimos sitios a los que ha llegado, aunque hay que reconocer que cuando lo ha hecho ha sido de forma muy vistosa.
 
Pues bien, siguiendo con el razonamiento del profesor de Harvard, en elecciones así concebidas en el mejor de los casos los electores perderán opciones, dado que solo podrán elegir entre candidatos que tengan muchos medios económicos a su disposición –dado que la capacidad de disponer de medios económicos está muy relacionada con la capacidad de obtener la atención de los votantes- con lo que esto puede suponer tanto en términos de perfiles de candidatos como en términos de los perfiles de los que ponen los medios para apoyarles.
 
Pero la otra consecuencia, a mi juicio más todavía preocupante, es la pérdida de valor intrínseco que esta circunstancia confiere a la propia institución. Dicho de otra forma, si las elecciones a una institución solo se pueden ganar si se dispone de muchos medios materiales su propio valor como tal institución disminuye, mientras que aumenta su valor económico o comercial, valores que no son intrínsecos o esenciales a la institución, o que no son los auténticos valores de la institución, por lo menos en mi opinión. En este contexto, tiene bastante sentido la pregunta que muchos de los que estábamos allí la noche del 18 de diciembre nos hicimos, y de la que se hicieron eco después los medios de comunicación ¿qué tesoro esconde entonces el Colegio de Abogados de Madrid? En cualquier caso, sea cual sea la naturaleza del tesoro, (dinero, favores, cercanía con el Poder, influencia, clientela etc, etc) si la razón fundamental para aspirar a ser Decano de un Colegio de Abogados (o Presidente de una Comunidad de Vecinos, o Alcalde, por poner otros ejemplos) es la gestión de ese tesoro, es más que probable que los incentivos materiales para aspirar al puesto desplacen a los motivos altruistas, cívicos, morales o simplemente profesionales que podrían también funcionar como estímulos (incluso como únicos estímulos) en otras circunstancias. Como explica muy bien Sandel en su libro en este caso, como en tantos otros, los dos tipos de incentivos no suman, sino que sencillamente, unos pueden eliminar a los otros produciendo un efecto de “crowding out”.
 
En cualquier caso, la experiencia ha resultado muy ilustrativa desde todos los puntos de vista y le deseo lo mejor a la nueva Decana del Colegio de Abogados de Madrid. Pero desde luego si resulta que las elecciones a una Corporación profesional son como las elecciones al Real Madrid, conmigo que no cuenten ni para electora ni para elegible. Si ni siquiera me gusta el fútbol!