El régimen de incentivos de la política española, o la paradoja de la pirámide invertida

 
Como ya hemos escuchado casi hasta la saciedad, el ciudadano español responsable, preocupado por la situación política del país, que ha votado a distintas opciones en los últimos años y que ahora se encuentra profundamente desencantado, está muy interesado en una serie de reformas elementales de nuestro sistema político: democracia interna en los partidos, transparencia, rendición de cuentas al electorado (listas abiertas) y reforma del régimen electoral, fundamentalmente. No cabe duda de que si éstas se consiguen se desatascarán otras igualmente imprescindibles, como la independencia de los reguladores, el adelgazamiento y reforma de las Administraciones o la independencia de la Justicia. Es precisamente la existencia de una dirección política colapsada, profundamente contaminada por incentivos perversos, lo que impide afrontar esas reformas con una mínima esperanza.
 
Ahora bien, además de ese tipo de ciudadanos, que hoy parecen tan abundantes, existen otros actores cuyos intereses no coinciden exactamente con los de aquellos, y que es necesario tener muy en cuenta. En primer lugar, los fieles simpatizantes y los militantes de base de los partidos mayoritarios están interesados en la mayor parte de esas reformas de carácter político, pero no en todas. Les interesa, lógicamente, la democracia interna, la transparencia y la rendición de cuentas, pero bastante menos la modificación del régimen electoral. Una modificación que no tendría otro resultado que limitar claramente la preponderancia del correspondiente partido, dificultando su periódico e inevitable acceso al poder, tal como hoy ocurre con nuestro actual bipartidismo. En segundo lugar, los cuadros intermedios de los partidos tiene mucho interés en la democracia interna,  bastante reticencia por la transparencia y la rendición de cuentas(por lo menos los situados en ciertos puestos sensibles) y verdadero pánico a una reforma electoral que pueda limitar sus posibilidades de acceder a un puesto de trabajo en nuestro vigente reparto partitocrático. Por último, las élites de los partidos no tienen interés absolutamente en nada de nada.
 
Resulta así bastante curioso que la reforma más importante -la democracia interna de los partidos- que interesa a la práctica totalidad de los españoles, parezca de consecución imposible, pesé a que únicamente se opongan a ella apenas unas docenas de personas en todo el país (que van cambiando, claro). Tal cosa recuerda a las satrapías orientales, pero como no vivimos en una de ellas sino, con todas sus imperfecciones, en una democracia, habrá que reflexionar sobre qué responsabilidad tienen el resto de los sujetos examinados en el mantenimiento de esta pirámide invertida que sostiene todo el chiringuito. Pues, efectivamente, desde ese vértice se irradia al conjunto un perverso sistema de incentivos que implica que en la práctica no se emprenda reforma alguna.
 
Prescindamos completamente de consideraciones morales o simplemente cívicas. Prescindamos también de actitudes ejemplares y de la retórica sentimental. Son sin duda cosas muy necesarias -no soy un cínico- pero, en los tiempos que corren, demasiado escasas; así que examinemos la cuestión desde el punto de vista de los puros intereses materiales en juego.
 
Los cuadros intermedios, pese a estar muy interesados en la democracia interna (por ejemplo, bajo el sistema del voto secreto típico de los partidos alemanes) y también en que la cúpula de los partidos asuma sus responsabilidades (y dejen paso, en su caso) no tienen incentivos para reclamar tales cosas de manera franca y abierta. Lo hemos comprobado repetidamente, pero bastaría fijarse en lo que está pasando ahora mismo en el PP. Qué mejor momento que éste cabría encontrar para reclamar responsabilidad y democracia interna, máxime cuando no hacerlo puede implicar un descalabro electoral (relativo) en el que ellos van a ser los principales sufridores. Sin embargo, están sujetos al dilema del prisionero. El que se mueve, especialmente el primero que se mueve, no sale en la foto, o, mejor dicho, sale demasiado en la foto como para ser capaz de eludir sanciones y penalidades dirigidas desde arriba. Sería necesario un movimiento concertado difícil de preparar y sumamente arriesgado. Sólo si se produjese una fractura en diversas familias lo suficientemente sería y patente existiría cierta posibilidad de que luchar por la regeneración no resultase un mal negocio, porque la familia excluida a priori puede presuponer que la obediencia a la cúpula no le va a suponer rédito alguno. Por eso, los ciudadanos responsables deben apoyar en la medida de lo posible este tipo de derivas, aunque quienes los protagonicen sean tan (a)morales como los que aspiran a sustituir. Simplemente, porque el precio que estarán dispuestos a ofrecer y pagar por llegar a la cúspide -transparencia, democracia interna y regeneración- nos interesan a todos. Apoyemos entonces a Esperanza Aguirre y a Carme Chacón, aunque sea con las narices tapadas. Más tarde llegará el momento de pedirles responsabilidades también a ellas.
 
 
Pese a todo, no confiemos mucho en los políticos profesionales. Aspiran a que seamos nosotros los que les saquemos las castañas del fuego y a no mojarse aunque se caigan al río. Tampoco podemos confiar en que los medios de comunicación, que deberían constituir el primer ariete por la renovación de los partidos, traicionen sus propios intereses, demasiadas veces ligados a los del poder. Casi todos ellos han sido capturados por el sátrapa. Fijémonos mejor en otro grupo mucho más prometedor, cuyos incentivos no son tan perversos como los de aquellos: el de los militantes de base y simpatizantes de los partidos políticos. Bajo esta denominación incluyo un grupo muy amplio, desde luego. Pienso especialmente en aquellos ciudadanos que siempre votan al mismo partido, pase lo que pase, o que, como mucho y sólo en alguna ocasión, no votan a ninguno. Y ello por razones religiosas o éticas de carácter inamovible (aborto, matrimonio homosexual), por razones de “cultura” familiar (el tío que pasearon o fusilaron en la guerra), por supuestas razones ideológicas (uno “es” rojo o anti-rojo, qué le vamos a hacer) o incluso porque sinceramente creen que un partido defiende mejor a la libre empresa y el otro a los desempleados y a la Seguridad Social.
 
Pues bien, este grupo puede ofrecer más posibilidades porque, o no defiende intereses,sino  prejuicios (el tío de la guerra o “ser o no ser” rojo) o cuando lo hace (aborto, empresa, Seguridad Social) los está valorando incorrectamente. Y los pondera mal no únicamente porque al final ninguno de los dos partidos se haya diferenciado apenas del otro en esos temas, sino especialmente porque ese electorado está minusvalorando otros intereses mucho más importantes (los vinculados a la responsabilidad y al correcto funcionamiento del sistema democrático) cuyo olvido, a la postre, va a significar también el de aquellos otros asuntos que tanto le importan o, al menos, el de otros tantoo más relevantes, como la libertad, la seguridad y –no lo olvidemos- también laprosperidad. La vieja retórica de los partidos quiere seguir haciendo prisioneros entre este grupo (como demuestra Gallardón con sus reformas sobre el aborto o Rubalcaba con el tema del desmantelamiento del Estado del Bienestar), pero es una retórica hipócrita, hueca, sin fundamento, que lo único que pretende es fidelizar fraudulentamente a un gran sector de “su” electorado.
 
En el momento en que los integrantes de este grupo sean conscientes de sus verdaderos intereses, despierten del sueño dogmático y retiren su secular apoyo a los dos partidos mayoritarios, todo el montaje se vendrá paulatinamente abajo, la pirámide empezará a balancearse por el peso de la gravedad y los incentivos tenderán a coordinarse de manera eficaz. Las reformas del sistema político que todos los ciudadanos preocupados consideramos evidentes dejarán de parecer imposibles. Bastaría con que retirasen su apoyo sólo en una ocasión (pero eso sí, todos a la vez, por favor) para darle la vuelta definitivamente a esta pirámide de la democracia española y colocarla de una vez como debe estar. Voten a otro partido que proponga estas reformas, al que sea, hay algunos y si ninguno les gusta, funden uno nuevo. Sí, voten incluso a esos partidos que Rajoy llama “estrafalarios”. Aunque sospechen que si llegan al poder se comportarán como los demás. Porque, aún así, obligarán a los partidos mayoritarios a moverse en esa misma dirección, puesto que los incentivos de los cuadros intermedios, al sentirse amenazados, cambiaran, y llegará un momento en que todos queden prisioneros de la nueva retórica. Una simple encuesta electoral desfavorable puede servir más a los intereses de la regeneración que cien sesudos argumentos.
 
Termino ya. La Anábasis de Jenofonte narra el espectacular regreso a la libertad (a Grecia) de 10.000 soldados griegos desde el corazón de la Persia sátrapa. Apenas unos días después de la batalla de Cunaxa, cerca de Babilonia, los estrategos y capitanes griegos han sido capturados fraudulentamente por el Rey. Los soldados vagan en grupos, abandonados, desmoralizados, se echan a dormir en cualquier sitio pese a saber que con la mañana llegará el ataque definitivo del persa. Entonces, esa noche,Jenofonte, uno más de la expedición, tumbado en un rincón, se pregunta de improviso: “¿Por qué estoy durmiendo? La noche avanza.” (III, 13).