Élites cobardes

 
El pasado 29 de Abril los periódicos se hicieron eco de las declaraciones de María Dolores Dancausa, Consejera Delegada de Bankinter, en la que afirmaba que era necesario adelgazar la Administración Pública española, y que las acciones anunciadas por el Ejecutivo el 26 de Abril habían sido decepcionantes. Pueden leer estas declaraciones tal y como las recogieron algunos medios aquí. Que alguien de la élite económica de este país diga “lo obvio”, y sea noticia, es ciertamente sorprendente. Claramente Dolores Dancausa es una “rara avis”  que no tiene problemas para hacer este tipo de declaraciones. Porque si algo caracteriza a la élite económica e intelectual de nuestro país es su cobardía. Pocas son las declaraciones en las que se atreven a cuestionar al poder y a los políticos, más allá de los lugares comunes, y  de una tenue crítica, siempre políticamente correcta.
 
No solo eso,  la élite intelectual tiene también otro problema: su dispersión. Si en otras épocas eran fácilmente identificables las instituciones o las profesiones de las que el país podía esperar un liderazgo intelectual, hoy sólo es posible identificar, si cabe, individuos aislados. Instituciones clásicas como el Ateneo o la Institución Libre de Enseñanza no han tenido continuidad y hoy España no cuenta con casi ningún ningún foro (o think tank) que no tenga un claro sesgo partidista. De las tribunas universitarias ya nos hemos cansado de esperar cualquier aportación, Y en las profesiones con pretensiones intelectuales, ya se trate de juristas, economistas, sociólogos, periodistas, científicos o altos funcionarios del Estado encontramos en la misma proporción que en cualquier otra tontos solemnes y genios incomprendidos, pero todas ellas comparten la misma incapacidad para ejercer cualquier tipo de liderazgo intelectual en este momento.
 
 
Por supuesto no estoy afirmado que no se hagan críticas. Lo que afirmo es que todas se deslizan siempre por el lado cómodo. La élite intelectual encuentra un fácil acomodo en la defensa de los débiles, sean parados o desahuciados. Sin duda esta crítica es importante, no pretendo restarle mérito, pero desde el punto de vista intelectual, es esa una crítica demasiado simple. Siempre es más fácil una crítica sobre las consecuencias, pidiendo medidas paliativas, que una crítica sobre las causas, pidiendo medidas regeneradoras. El libro de “Por qué fracasan los países”, de Acemoglu y Robinson, ampliamente analizado y comentado en este post, debería ser una lectura obligada en universidades, e incluso en el bachillerato español. Encontramos una crítica más certera a la situación actual en ese libro, que la que hemos escuchado a toda la élite intelectual y económica española en los últimos 5 años. En cierto modo, la crítica de los intelectuales guarda cierta semejanza con la que se atrevió a hacer Bartolomé de las Casas sobre el trato a los indios en la colonización española, en su defensa de los indios y sus derechos, y su lucha contra la esclavitud. Sin duda pedir que a los indios no se les tratara como esclavos fue un gran avance, y sin duda requería un indudable valor en el siglo XVI. Visto con los ojos actuales, los indios probablemente habrían preferido que les permitiesen explotar sus tierras y sus recursos en mejores condiciones, con un modelo de colonización más “inclusivo”. En el siglo XXI, los españoles deberían poder aspirar no solo a que nos traten mejor como ciudadanos, sino sobre todo a poder prosperar como país.
 
Hoy debería ser ya muy evidente que el problema básico al que se enfrenta España es el de unas instituciones que ya no sirven al interés general, sino que solo sirven al interés de los partidos políticos y de la élite política. Parece bastante evidente que el principal problema económico al que se enfrenta España no es tanto un déficit elevado, o una deuda desbocada, sino un sector público que ha invadido todos los sectores económicos y ha creado un régimen clientelar en el que es difícil que pueda desarrollarse la competitividad que precisa la economía española. Medidas obvias como la profunda reestructuración de la Administración pública y el adelgazamiento del sector público se enfrentan al problema infranqueable de que los partidos en el gobierno, sea el PP, PSOE, CIU o PNV no las quieren adoptar. Ya  hace tiempo que toman medidas solo pensando en el interés de mantener su “statu quo” y su red clientelar, sin importarle demasiado las consecuencias que ello pueda tener para España. La invasión de empresas públicas, innecesarias e insostenibles, en todos los sectores económicos, sigue ahogando a nuestra economía. Lo que España necesita perentoriamente es una profunda revisión institucional, basada en la revisión de una ley de partidos que ha permitido que hoy España sea la “finca” de los grandes partidos mayoritarios, basada en la estricta y rigurosa implantación de una política de transparencia que llegue a todos las instituciones públicas que reciben cualquier cantidad de dinero público, sean partidos, sindicatos, monarquía o fundaciones, y en el repliegue de los partidos políticos de su ocupación de todas las esferas de poder, sean organismos reguladores, televisiones públicas, sistema financiero, órganos de gobierno judiciales, o tribunales. El día que nombramientos como el de Miguel Ángel Fernández Ordóñez al frente del Banco de España o Elvira Rodríguez al frente de la CNMV sean solo un mal recuerdo, podremos albergar alguna esperanza sobre el futuro de España.
 
Lo sorprendente es que la élite intelectual, apenas empieza a abordar estos temas. Muchos de sus representantes se sienten cómodos criticando los recortes, sean a la investigación o al Estado de Bienestar, pero son pocos los que se atreven a cuestionar el sistema institucional clientelar y corrupto que mantiene maniatado a este país. Y es que lamentablemente, conviene decirlo, también muchos viven de él.
 
Y, en fín, las élites económicas parece que se encuentran cómodas en este capitalismo  “de amigos” que se instauró en España con la democracia, y que tan buenos réditos les ha dado a muchos de ellos. Palabras como las de Dancausa “ningún banco puede funcionar bien en una economía donde familias y empresas no tienen recursos para pagar sus deudas” no parecen tener aún demasiado eco.  Tenemos una élite empresarial que se siente cómoda criticando las subidas de impuestos, la reforma laboral, o la política económica, pero se siente incómoda denunciando el capitalismo “de amigos”, que con tanto acierto denuncia César Molinas (ver aquí). Un capitalismo  en el que es más fácil hacerse rico teniendo un amigo concejal o ministro, que con una idea innovadora. En un post anterior ya comentamos el ejemplo de lo sucedido en Estados Unidos (ver aquí) donde a finales del siglo XIX y principios del XX muchas ciudades presentaban corrupción y sus gobiernos estaban capturados por redes clientelares o mafiosas (perfectamente reflejado en la película Gangs of New York).  La historia recoge como los activistas que intentaban promover un tipo de gobierno local basado en directivos profesionales, solo tuvieron éxito cuando lograron convencer a los empresarios que les iría mejor si se cambiaban las malas instituciones utilizadas por los políticos para sostener sus redes clientelares.  Hoy parece que la élite empresarial española aún no ha comprendido este hecho tan obvio. Será necesario que el índice de pobreza crezca en España hasta niveles que realmente hagan peligrar sus intereses empresariales para que puedan siquiera planteárselo.
 
Probablemente una de las grandes diferencias entre esta etapa, y la que España vivió en la Transición, es que en aquella época había una élite que dio un paso al frente, consciente de su responsabilidad para guiar a España en el difícil camino de la dictadura a la democracia. Hoy esa élite, 40 años después, es sobre todo una élite acomodada y cobarde. Sin esas voces, el cambio en España va a ser mucho más difícil. Entre una élite política extractiva centrada en sus propios intereses, y unos movimientos ciudadanos de difícil gestión e incierto éxito, la élite económica y la élite intelectual tienen una clara responsabilidad en impulsar la regeneración española. Si no, pasarán a la historia como la élite que prefirió llevar su dinero al extranjero y mandar a sus hijos a estudiar y trabajar  fuera de España  mientras contemplaba el expolio y el hundimiento de su país.