Crisis, crítica, criterio

Este blog en el que escribo tiene cada vez más lectores e influencia y ello hace que editores y colaboradores recibamos cada vez más comentarios sobre lo que decimos y ahora también sobre lo que hacemos, habida cuenta de que participamos en la plataforma por una nueva ley de partidos que, precisamente ayer, se comentaba aquí mismo.
 
Y hoy que es domingo cabe hacer alguna reflexión más general sobre ello, porque no todas son buenas. Algunos amigos y allegados nos dicen que quizá nuestra crítica es excesiva, que todo lo vemos negativo y que las cosas van mal, pero no tan mal. Que en realidad, si se ve con perspectiva, esta es una época muy civilizada, en la que la riqueza, cultura y libertad son mucho mayores que en cualquier otra época, al menos en el mundo occidental, y que en nada ayuda a salir de la crisis en la que nos encontramos el “feroz análisis de todo” que rodea cual jauría hambrienta a todas las instituciones y personas, causando inestabilidad.
 
Otros, en cambio, consideran que la peculiar idiosincrasia de nuestro país hace imposible cualquier cambio. Me pareció muy significativo el artículo de Antonio Ruiz de Elvira, catedrático de física que, con motivo de la evidente ignorancia que los dirigentes tienen frente a las necesidades reales de los investigadores y la sorpresa que se llevan cuando se proponen por estos cosas distintas a las normas arbitrarias existentes, se lamenta desgarradamente de que la sociedad española lleva profundamente, casi genéticamente, “inserta la idea de no rebelarse nunca, de aguantar carros y carretas, de ser servil ante el poderoso, aunque éste sea tan mediocre como Lerma, y arrogante ante el humilde”.
 
O sea, que de acuerdo no estas posturas, o no hay que cambiar nada o no es posible cambiar nada. En ambos casos, inacción.
 
Pero me parece a mí que en ambas actitudes hay algún tipo de sesgo cognitivo, concepto del que hemos hablado últimamente en el blog. Ya saben que un sesgo cognitivo, en psicología, es una opinión o prejuicio, un procedimiento mental de simplificación (heurística) que, si bien con carácter general puede ser útil para la vida corriente, puede dar lugar en ocasiones a errores o sesgos (biases) porque no se basan en hechos irrefutables sino en la información disponible, aunque ésta no sea lógica. Por ejemplo, el sesgo de confirmación es la tendencia del sujeto a filtrar una información que recibe, de manera que, de forma inconsciente, busca y sobrevalora las pruebas y argumentos que confirman su propia posición inicial, e ignora y no valora las pruebas y argumentos que no respaldan la misma.
 
Y, en fin, me parece que esas dos actitudes, positiva y negativa tienen algo de sesgado y como no encuentro ninguna denominación científica (miren aquí todos los que salen en  la denostada por poco científica Wikipedia), las invento yo ahora mismo:
 
Sesgo del “cristal con que se mira”: tiende a confundir la situación particular de cada uno con la situación del entorno y si a uno le va bien, parece que todo va bien, y que si me va mal, todo va mal.
Sesgo “los españoles somos así”: tiende a considerar que nada puede cambiar porque nuestro destino está escrito en la Historia o en nuestros genes.
 
En el primero, la deformación nos llevaría a ver el panorama bien si nos encontramos en una buena situación personal, nos relacionamos con el establishment, ganamos dinero y tenemos y una proyección social, lo que paralelamente nos lleva a reducir mentalmente las disfunciones del sistema. Y viceversa, si nuestra situación personal es mala, tenderemos a agrandar las disfunciones del sistema. Tengo que reconocer que a veces pienso que yo mismo estoy afectado por este sesgo, y que soy más crítico porque gano mucho menos, me asaetean a impuestos, me nombran a un Director General que odia mi profesión, me sacan leyes constantemente sin orden y concierto, etc. Puede ser, pero lo cierto es que la inquietud regeneradora la tengo hace tiempo. Y como yo los demás editores. Como anécdota curiosa contaré que en la presentación de la plataforma Por una nueva ley de partidos nos dimos cuenta varios de los asistentes de que habíamos simpatizado en los años ochenta con el fracasado Partido Reformista, y que observamos entre nosotros unas inquietudes muy parecidas en el momento actual.
 
El segundo sesgo me parece que tiene una tradición muy larga. Ya lo traté en un post del verano pasado, que se llamaba “¿Que es ser español?” que, luego, en una versión reducida dio lugar a una Tercera de ABC, “Lo español, hoy”. Para ahorrarles la lectura, diré solamente que frente a las tesis, producto del noventayochismo, que consideran a España presa de un fatum ineludible que nos arrastra al desastre económico e institucional, trataba de defender que en realidad no existe una naturaleza de las naciones, pues lo que las naciones tienen es historia y su identidad es cambiante y evolutiva; que no hay que caer en la autoflagelación masoquista pero tampoco hay que renunciar al análisis crítico de la situación y en particular de las imperfecciones del sistema y exigir su mejora. Es decir, se precisa valor civil, cotidiano, lento y tenaz,  tener la perseverancia y la inteligencia necesarias para cambiar lo necesario: hemos de ser capaces de modificar nuestras instituciones (y nuestras costumbres), pues esas sí que definen la identidad nacional
 
En definitiva, creo que no hay razones para estar parado. Puede ser que esta actitud sea ilusoria, o que tal vez este infectada también de algún tipo de sesgo (¿el sesgo del bloguero emocionado?), pero creo que es realmente necesario cambiar las cosas y además que es esta crisis el momento para intentarlo: hace unos años no era posible porque la euforia nos impedía acometer los cambios que eran necesarios para impedir el batacazo, aunque los viéramos; y si este mes de mayo es el comienzo de la recuperación (ojalá) quizá nos olvidaremos de las injusticias que denunciamos, según se vaya la crisis.
 
Y es que la palabra crisis procede del griego Κρίσις, que a su vez deriva de krinein, que significa “separar”, “juzgar”, “decidir”, y de ella surgen también palabras como “criticar” o “criterio”.  Todo tiene así etimológicamente sentido: en este momento de inestabilidad a consecuencia del cambio originado por la crisis, es cuando es preciso tomar una decisión, basado en la crítica de la situación previa, para conseguir orientar el cambio en dirección más conveniente pues, como ocurre en la acepción médica de la palabra “crisis”, esta significa, una mutación considerable en una enfermedad tras la cual se produce o una mejoría…..o un empeoramiento.
 
Desde el punto de vista de la mayoría de los que escribimos en este blog, el origen de las enfermedades políticas y, a consecuencia de ello, económicas que nos afligen se encuentra en gran parte en una contaminación partidista de las instituciones, como causa inmediata, y como causa mediata, un deterioro o, al menos una mutación, de los principios rectores de la sociedad y de la convivencia; opinión desde luego no compartida por los que rigen esas instituciones. Y no me vale decir que con Franco, estábamos peor o que ahora no tenemos guerra: yo me quiero parecer a los mejores, no a los peores.
 
Trae a colación Niall Ferguson en “La gran degeneración” una frase de Adam Smith: que los países llegan a un estado estacionario cuando sus leyes e instituciones degeneran hasta el punto de que todo el proceso económico y político está dominado por una élite orientada a la búsqueda de ingresos. Lo mismo dicen Acemoglu y Robinson en ¿Por qué fracasan las naciones?, que comentaba hace unos meses; libro que, aunque pueda ser tildado de excesivamente simple tiene, aparte del muy difundido de élites extractivas, varios conceptos aprovechables, como los de “círculo virtuoso” y “círculo vicioso” en las instituciones, que muestran que una vez que una sociedad se organiza en una forma concreta, ésta tiende a persistir. Y también los de “pequeñas diferencias”  y “coyunturas críticas”.  La coyuntura crítica es un gran acontecimiento o confluencia de factores que trastorna el equilibrio económico o político existente y que puede conducir a romper el círculo vicioso de instituciones extractivas o a intensificar su juego, pues el cambio por mejoras graduales es muy difícil de consegior debido a la sinergia entre instituciones políticas y económicas extractivas. El que vaya de un lado o de otro depende de pequeñas diferencias institucionales en tales coyunturas. Estas pequeñas diferencias que inclinan la balanza pueden ser muchos factores históricos, diferencias institucionales, elementos aleatorios o, a veces, personas individuales.
 
Creo, señores y señoras, que merece la pena insistir: hay que movilizarse, criticar y decidir, con criterio, a ver si con ello creamos son esas “pequeñas diferencias”, a veces acremente, porque las cosas no van a cambiar con actitudes versallescas, la inercia es mucha. Es cierto que, como decía nuestro insigne comentarista Manu Oquendo en un comentario al post de ayer, hay pocos incentivos para enfrentarnos al sistema, pero quien no lo intenta, fracasa seguro: seamos la pequeña diferencia.
 
Terminaré con citas de dos humoristas, muy a propósito: Resulta que si uno no se apura a cambiar el mundo, después es el mundo el que lo cambia a uno” (Quino); y “Un optimista cree que todo tiene arreglo. Un pesimista piensa lo mismo, pero sabe que nadie va a intentarlo” (Perich).