La Educación de un Economista (I)

 

En unos días daré una serie de charlas (en Estados Unidos y en Madrid) sobre la situación económica y política de España. Por ello, estas semanas últimas y en vez de escribir, he dedicado tiempo a pensar sobre nuestras tesituras. No solo esto me ha permitido delinear los temas sobre los que hablaré, sino que también me sirve para enfocar algunos de los aspectos en los que me gustaría construir argumentos más solidos.
Quizás no sea una sorpresa para aquellos que han leído mis columnas y mis entradas en internet, especialmente desde que me mudé a las más acogedoras páginas de este blog, que estas reflexiones me alejen de aspectos meramente económicos y me lancen contra los peligrosos arrecifes de la economía política de España.[1] En particular, contra las rocas de nuestro maltrecho estado de derecho, nuestro decadente sistema de partidos y nuestras doloridas instituciones.
Esta evolución es consecuencia de años de frustración ante la gestión de nuestra crisis económica. Cuando, en 2008, España entró en una profunda recesión disponíamos de amplios márgenes de maniobra. Nuestra deuda pública era reducida, el sector financiero contaba con ciertas reservas y, desde nuestra entrada en la Unión Europa, habíamos acumulado un amplio capital de credibilidad con nuestros socios.
La reacción del gobierno de Zapatero ante la crisis fue decepcionante. Primero se negó que la crisis fuera objeto de mayor preocupación (“no llegaremos a 4 millones de parados”). Luego se pretendió salir de ella a golpe de talonario público. Finalmente, se habló de unos brotes verdes que nunca existieron.
Este comportamiento del gobierno no me sorprendió. Nunca había tenido a Zapatero en mucha consideración. Intelectualmente no era más que un ejemplo de esos políticos superficiales que producen las sociedades modernas. Políticamente, su llegada al poder había sido producto de unos acontecimientos excepcionales en los que él solo había jugado un papel secundario. Entre sus asesores más cercanos, unos votaban al PSOE fruto de nuestras peculiaridades históricas pero poco tenían que ver con el resto del partido. Otros habían sido catapultados a posiciones de influencia muy por encima de sus capacidades fruto del reducido banquillo del partido. España estaba malgastado siete años y medio en días de vino y rosas.
Pero, si Zapatero únicamente cumplía con mis limitadas expectativas, para mi sorpresa, el comportamiento de Rajoy en la oposición cada vez me preocupaba más. El 21 de Diciembre de 2010, cuando ya estaba claro que el PP iba a ganar las elecciones, escribí con Luis Garicano:
“Ante la necesidad imperativa de llevar a cabo estas profundas reformas, y las enormes dificultades para hacerlo que suponen sindicatos, baronías regionales, etc., nos ha sorprendido la evolución aparentemente inexorable del principal partido de la oposición de popular a populista. Cada día, al leer el periódico, vemos noticias que cuentan como el PP vota en contra de la congelación de las pensiones o de la reducción de sueldo de los funcionarios, no apoya el incremento de la edad de jubilación o tiene una actitud cuando menos equívoca con los desmanes de los controladores aéreos.”
Y:
“Pero no solo es la posición con respecto a las pensiones la que nos parece incomprensible. Miremos aquellas situaciones donde el PP tiene un poder de decisión más directo. ¿Se entiende la lista de 11 consejeros, todos ellos más o menos políticos, que Cajamadrid propone para el consejo del banco del SIP con Bancaja y otras entidades? ¿Se entiende la demanda contra los administradores del Banco de España en la CCM? ¿Se entiende el nivel de endeudamiento del Ayuntamiento de Madrid o de la Comunidad Valenciana? Todas estas medidas nos hacen temer que la demagogia de las pensiones sea la prueba de una enfermedad mucho más seria que el electoralismo cortoplacista: el populismo, el todo es gratis, el vayamos despreocupadamente por el camino más fácil, el la culpa la tienen los demás, usted no tiene que hacer nada costoso.”
Esa columna no sentó demasiado bien. Una persona con razones para saberlo me comentó que Rajoy y su entorno no olvidaban este tipo de artículos en la prensa y que tendría que vivir con las consecuencias de mis palabras. Obviamente, tal amenaza me importó bastante poco (las ventajas de no querer nada del poder, ¿o se cree nadie que si yo hubiese tenido otras ambiciones –como se nos ha acusado en decenas de casos- hubiese escrito eso?).
Sin embargo, lo que no terminé de ver lo suficientemente claro es que lo que Luis y yo apuntábamos como una posibilidad (“una enfermedad mucho más seria que el electoralismo cortoplacista”), era una triste realidad. Que había un problema estructural con nuestro sistema político mucho más profundo que el que Zapatero fuera un mal guiño del destino o que Rajoy sufriese de veleidades populistas.
Cuando llegó el PP al poder tenía fundados temores sobre los dilemas a los que se enfrentaba y sobre la voluntad de atajarlos. Como escribí el 11 de Noviembre de 2011, el día antes de las elecciones (en un post que más de uno me criticó por no “respetar” esa institución infantil de la jornada de reflexión):
“No sé quién se paseará por la calle de Alcalá en Madrid en unas semanas, pero no le envidió en absoluto. Hagamos lo que hagamos, el 2012 y 2013 solo podrán moverse entre lo horrible y lo realmente horrible. Incluso la mejor política posible, que pasa muy a mi pesar por grandes sacrificios para todos, solo podrá aspirar a salvar los muebles lo mejor que podamos. Y lo realmente aterrador: si no seguimos esa política, los resultados serán aún más nefastos.”
A la vez, y quizás en un ejercicio de ingenuo optimismo, durante el verano y el otoño de 2011 pensaba que el gobierno del PP corregiría algunos de los peores defectos del PSOE. Tenía una idea más o menos clara de a quién Rajoy iba a poner en su equipo económico. Había hablado con ellos en muchas ocasiones y, si bien no siempre compartía sus diagnósticos o prioridades, si que esperaba una gestión relativamente competente aun si tuviesen que cumplir ciertas promesas demagógicas. Mis temores se centraban más en que fuera demasiado tarde para corregir la situación, en que -siendo todos ellos funcionarios- carecieran de la imaginación para acometer reformas radicales que España necesitaba y en que el resto del partido no les dejase márgenes de maniobra.
Además, y de manera egoísta, en el otoño de 2011, esperaba poder dejar de hablar de la crisis por una temporada. Como concluía, con cierta tristeza, en ese mismo post que cité anteriormente: “Yo me apunté a esto del blog para hablar del último modelo de aversión a la ambigüedad y de lo que acabábamos de descubrir sobre como computar verosimilitudes en paralelo.” Tras un par de años muy metido en la conversación de política económica, me apetecía volver a mis cosas. Trabajar en una universidad americana rica tiene muchas ventajas pero ninguna mayor que el poder vivir muy tranquilo dedicándose a leer lo que a uno le apetezca en cada momento y sin darle explicaciones a nadie.
Por ello, durante los siguientes Diciembre y Enero no comenté nada (o casi nada) sobre el nuevo gobierno y me dediqué a hablar de cosas raras como la política industrial en Corea o sobre las aventuras de Niall Ferguson (una serie de tres entradas que me hicieron mucha gracia: una, dos y tres).
Mi primeras sospechas de que mis temores de la columna en El Confidencial de Diciembre de 2010 eran fundados fue el anteproyecto Ley de Estabilidad Financiera (otra serie de tres entradas –una, dos y tres– en el que, con bastante esfuerzo, hice lo que nadie más hizo en España: leerse el anteproyecto en detalle y explicarlo en público). El anteproyecto desvirtuaba todo el objetivo de la reforma constitucional al eliminar cualquier mecanismo de control independiente de la situación fiscal. Pero incluso a finales de Febrero de 2012 aun me quedaba un residuo del optimismo de 2011 acerca de la posibilidades del nuevo gobierno.
Fue durante Marzo y Abril de 2012 que mi visión de los objetivos del gobierno cambió radicalmente. Se iba por ahí diciendo cosas peligrosas sobre el Euro que a muchos asustaban. Las reformas no se hacían. Y, en general, no avanzábamos. Esta evolución culminó en la famosa columna de EL PAÍS con Luis Garicano y Tano Santos, No Queremos Volver a la España de los 50. Pero esto lo dejamos para mañana.



[1] “Economía política” es una expresión que se utiliza en diferentes sentidos según el contexto. Aquí la empleo como el área que estudia la interacción entre la economía, el sistema político y el ordenamiento jurídico. Piso disculpas a los lectores que prefieran otros usos.