¿Crisis de la democracia o crisis del buen gobierno?

Para una generación que ha vivido la transición de la dictadura franquista a la democracia, cuestionar la democracia como el mejor modelo de gobierno puede parecer una broma pesada. Este debate, que a finales del siglo XX parecía superado,  ha vuelto a resurgir con fuerza en el siglo XXI. The Economist, en su número del pasado mes de Marzo, incorporó un artículo bajo el título “What´s gone wrong with democracy?” (ver aquí), que introducía de nuevo este debate, con el tono de preocupación que sin duda merece. El artículo es de obligada lecturaThe Economist no ha sido el único. El profesor Bo Rothstein, de la Universidad de Gotemburgo, experto en corrupción, transparencia e integridad del sector público, en la conferencia que impartió en la Fundación Rafael del Pino el pasado 16 de Enero dejó una frase reveladora: “El efecto de la democracia sobre el bienestar de la humanidad no ha sido hasta ahora demasiado impactante”.
La historia aporta datos interesantes. En 1941 solo había 11 democracias en el mundo. En el siglo XVIII solo Estados Unidos encontró una situación sostenible para un modelo democrático. En el siglo XIX se produjo un retroceso casi total, y a principios del siglo XX fracasaron los nuevos intentos de instaurar democracias.  Tras la segunda guerra mundial, y tras la derrota del fascismo, la democracia se postulaba como el régimen al que todo ciudadano del mundo aspiraba. Las dos últimas décadas del siglo XX trajeron la exitosa expansión del modelo por todo del mundo, de forma que en el año 2000 casi el 63% de la población vivía en países democráticos.
Parecía fácil predecir que el siglo XXI vería la democracia instaurada en todo el mundo. Pero el siglo XXI se ha iniciado plagado de fracasos: Ucrania, Rusia, Venezuela, Egipto, Irak, Afganistán, … No solo en regímenes que habían instaurado un régimen democrático se ha producido un retroceso a regímenes autocráticos, sino que muchos regímenes democráticos se han deslizado hacia democracias de muy baja calidad, donde solo las elecciones periódicas justifican el nombre de democracia. El cúmulo de fracasos ha hecho resurgir las dudas.
El siglo XXI ha traído dos elementos adicionales que han contribuido a sembrar estas dudas, tal y como señala el artículo de “The Economist”: una crisis económica y financiera que ha mostrado con crudeza las debilidades del modelo democrático, en particular a la hora de controlar el gasto público y el déficit, y un modelo de gobierno, el de China, que puede mostrar un notable éxito en el impulso del crecimiento económico y el progreso del bienestar en sus ciudadanos.
Si a finales del siglo XX, especialmente tras la caída del muro, los Estados Unidos se convirtieron en el único modelo de referencia para los ciudadanos y gobiernos de todo el mundo, hoy el gobierno chino aparece como una alternativa atractiva para muchos países. Antes de despreciar, bajo una óptica muy occidental, el modelo chino como alternativa deseable para los ciudadanos, conviene escuchar esta ponencia  de un economista chino, donde defiende el modelo de gobierno chino, como mejor garantía de progreso económico. En TED Talks pueden encontrarse algunas otras conferencias interesantes sobre el tema. Obviamente los argumentos no se plantean como una elección entre vivir en una democracia, o en una dictadura. La pregunta, algo más sofisticada, plantea si los ciudadanos prefieren vivir en un régimen en que a los líderes y a los gobiernos los eligen los ciudadanos en un régimen de votación universal y libre, o si prefieren vivir en un régimen en que los líderes y los gobiernos se eligen bajo un planteamiento meritocrático, en que se selecciona a los mejores. El planteamiento es simplista, y podremos hacer muchas objeciones sobre si el régimen chino es un modelo meritocrático, pero en la misma forma, podría argumentarse que las elecciones en las democracias occidentales también muestran muchas imperfecciones. Si alguno tiene dudas de la crudeza de esta situación, puede también ver esta charla, donde se argumenta, que muchos países emergentes, ante los sucesivos fracasos de las nuevas democracias en el siglo XXI, se muestran cada vez más reticentes a copiar los modelos de democracia occidental, y prefieren mirar en el espejo de China, como una alternativa de gobierno más atractiva.
No pretendo proponer un modelo de gobierno similar al chino como forma de superar la crisis institucional española,…, aunque estoy seguro que la propuesta tendría partidarios. No, lo que pretendo es mostrar que la democracia es un modelo de gobierno que requiere un equilibrio nada sencillo, y en el que no podemos cansarnos de educar, comunicar y defender que este modelo es mucho más que unas elecciones libres, y unas votaciones periódicas. Es interesante recordar que al instaurar el modelo de gobierno democrático en Estados Unidos, los padres de la constitución estaban mucho más preocupados por instaurar una arquitectura institucional que protegiera a los gobiernos de su propio poder, que de los modelos de elección y votación. Los “check and balances” tantas veces mencionados en la Constitución y en la Carta de Derechos de los Estados Unidos, para limitar el poder del gobierno federal.
Muchos de los fracasos democráticos se escriben bajo modelos en que los gobiernos entienden que las urnas otorgan poder para tomar cualquier decisión. Es el modelo del “winner takes all”, que se impuso en Egipto, en Ucrania, o en Rusia. El modelo en que los necesarios contrapesos al poder ejecutivo no existen, y las votaciones se convierten en meras legitimaciones formales para gobiernos autocráticos. Nunca es exagerado resaltar la importancia de esos contrapesos, en la forma de separación de poderes, independencia del poder judicial, independencia de banco central, independencia de organismos reguladores, transparencia, limitación de mandatos, apertura de los partidos políticos, etc … Sin estos contrapesos, solo podremos contar con una democracia de baja calidad. Las democracias de mayor éxito, como la inglesa, se corresponden con situaciones en que antes de instaurar los modelos de elección universal, ya contaban con una amplia experiencia de instituciones que servían de contrapeso a los gobiernos.
Al abordar la crisis de la democracia, no podemos obviar que el grado de satisfacción de  los ciudadanos chinos o rusos con su modelo de gobierno, y contra lo que podría suponerse es bastante elevado. El artículo de The Economist incorpora un dato muy revelador: a la pregunta de qué consideran más importante, una buena democracia, o una economía fuerte, sólo el 20% apuesta por la democracia, y el 80% se decanta por la economía. Esta encuesta no hace sino corroborar las ideas que mostró el profesor Bo Rothstein, que indican que la correlación entre democracia y satisfacción vital o riqueza, no es tan alta como podríamos pensar. La verdadera correlación se produce entre estos parámetros y el buen gobierno (o el control de la corrupción). El profesor Bo Rothstein mostró en su conferencia muchas gráficas de correlaciones entre estos parámetros que pueden verse aquí.
En su conferencia, el profesor defendió que si bien los derechos democráticos (los votos) son una fuente importante e innegable de legitimidad democrática, aún lo es más el buen gobierno, y la calidad del gobierno. Ciertamente, podemos concluir que a lo que asistimos no es tanto a una crisis del  modelo de democracia, sino más bien a graves problemas de buen gobierno y de arquitectura institucional en los regímenes democráticos. Y España es un ejemplo muy paradigmático.
Son muchos los posts en este blog donde se ha abordado la preocupación sobre la deriva del actual régimen democrático en España. Tanto el artículo de The Economist, como el profresor Bo Rothstein proponen algunas medidas para recobrar la esencia del modelo democrático que merece la pena comentar, aunque ya tendrá que ser en otro post, para no hacer este demasiado largo.
Me gustaría terminar mencionando que sería deseable que el mismo nivel de contestación social que podríamos anticipar que se produciría en España si un gobierno suspendiera unas elecciones, deberíamos desear que también se produjera cuando un gobierno quita independencia al poder judicial, ocupa instituciones y organismos que no corresponden al poder ejecutivo o legislativo, o hurta transparencia en sus decisiones y comportamientos. Todo ello tiene la misma influencia, o acaso más, en la calidad de la democracia y en el bienestar de los ciudadanos, pero ciertamente aún la ciudadanía no lo percibe así.