Platón y el derecho a decidir

¿Quién debe votar para decidir si Cataluña ha de seguir siendo parte de España? ¿Quién ostenta el tan manido “derecho a decidir”? ¿El conjunto del electorado español o sólo el catalán? ¿Qué es lo democrático? Los defensores de ambas posturas lo tienen muy claro. Cada uno piensa que lo suyo es, como dicen los ingleses, self-evident y no requiere mayor justificación. De esta forma, parapetados ambos contendientes tras sus respectivas concepciones sobre la “naturaleza de las cosas”, la discusión se estanca y hasta deviene anodina.
Para salir de este impasse, no está de más lanzar un mensaje de socorro a la ciencia. Al fin y al cabo, estamos ante una discrepancia conceptual: se discute sobre cuál es el significado de “nación”, “nación soberana”, con derecho de “auto-determinación”. Para unos sólo abarca la que históricamente y con arreglo al Derecho positivo lo es; se admite sólo la excepción, consagrada en el Derecho internacional, de las colonias. Para otros, la nación sería una realidad natural que pugna por salir a la luz, incluso de las entrañas de los Estados centenarios. Pues bien, hay una disciplina (la gnoseología) que se dedica precisamente a esto: enseña a conocer, a delinear los conceptos con los que se apresa la realidad.  Veamos si nos puede ayudar.
Uno de los precursores de estos estudios fue Platón. Cabe disentir de su sistema, pero los grandes autores siempre nos proporcionan unas referencias que orientan e inspiran. Para el ateniense, los Conceptos (las Ideas) existen en un mundo supra-celeste, con independencia de las cosas del mundo sensible, que sólo son una burda imitación, un pálido reflejo de aquéllas. Y cuando el alma alcanza el conocimiento verdadero, el de las Ideas, se limita recordar lo que siempre ha sabido. Esto podría satisfacer a nuestros tirios y troyanos: los dos dirían que su Nación es la dama que legítimamente ocupa un escaño en el Olimpo de las Ideas, una especie de Volkgeist que desde allí nos sonríe y guiña un ojo, tocada con barretina o sombrero cordobés… Sin embargo, lo revelador del pensamiento platónico no es tanto lo anterior, el colofón,  como el camino que conduce a él. Platón no desdeña el mundo material. El alma recuerda las Ideas a base de estudiar sus copias terrenales y pasarlas por el filtro de la razón. Y en este proceso ha de actuar inspirada por la Idea cúspide, el Bien, que es como un sol que todo lo ilumina.
Esto ya es otra cosa, ya tenemos material para avanzar. El concepto de Nación, como cualquier otro, pivota sobre un medio y unos fines y un eje de racionalidad que los une. En nuestro caso, los datos de partida  son las consabidas afinidades entre las personas (raza, lengua, cultura, ideales…). El fin es establecer una organización política que funcione. Entre uno y otro polo viaja la razón, con idas y venidas. Es verdad que ciertos mimbres (afinidades) parecen reclamar determinados cestos (uniones o desuniones). Pero también lo es que si se modifican los objetivos, cambia como por ensalmo el círculo de sujetos afines, agrupables bajo una bandera.
Tradicionalmente, justo es reconocerlo, los fines considerados han sido egoístas. Uno se divide o agrupa en clanes, tribus y naciones para competir por los bienes escasos y salir mejor parado en esta lucha. Esto no es per se malo. Me trae a la memoria cuando discutíamos en España sobre la constitucionalidad de las cámaras de comercio o los colegios profesionales. Al final, como apuntó nuestro TC, la libertad de asociación es un trasunto del principio de legalidad impositiva, del no taxation  without representation. Cuestiones de imagen aparte, lo que nos preocupa en gran medida es cuánto dinero nos piden nuestros representantes y para  qué nos lo piden y eso es lo que queremos controlar manipulando el electorado que los elige.
Ahora bien, como es sabido, la mente racional puede en cierta medida ir más allá de su condicionante genético. También en política, como pedía aquí. Cuanto más generoso es el objetivo con el que se construyen, más fácil parece aunar naciones. Si todos tuviéramos un corazón tan grande y una mente tan ancha como la del escritor y europeísta Stefan Zweig, hasta ese adefesio que es la unión europea sería fácil de embellecer…  Mas tampoco diré que la nobleza obligue al unionismo: a veces lo grande será ceder ante ciertas fuerzas centrífugas, si las abonan razones plausibles.
¿Solución científica, por tanto? Lo científico es reconocer que a priori no la hay, aunque se pueda cocinar, combinando las dosis adecuadas de egoísmo y altruismo.  Estamos en definitiva ante una actividad creativa: el maestro Platón definió bien el método para cubrir el escaño de la Nación; sólo sucede que, en función de la calidad de nuestro trabajo, el asiento cambia de ocupante; los conceptos son una propuesta estética, que tiene vocación (sólo vocación) de enamorar a todos y durante el máximo tiempo posible…
Comprendo, empero, que las cosas a veces no se pueden o no se quieren ver así. Hay quien se ofusca y quien se quiere ofuscar. En ese territorio agreste entre el medio y el fin, en  el que se teje la red del pensamiento (sophia), algunos encuentran una maraña y otros la crean. No en vano ése es el origen etimológico de las palabras “sofisticado” y “sofista”.
En otro post comentaba lo que sucede con el concepto de tiempo: el objetivo de la ciencia es predecir si una flecha llegará “a tiempo” para matar al malvado, verbigracia; para ello, utiliza un medio, atender a la oscilación de la tierra o de un átomo. Entre medias anida el sofisticado andamiaje de las matemáticas de la relatividad especial y general. Y en esa selva, va uno, se hace un lío y dice que puede viajar en el tiempo a matar a su abuelo. Hombre, no… Lo mismo en nuestro caso: queríamos pensar cómo organizarnos para ser felices y para ello nos fijamos en las afinidades o diferencias que nos unen o separan. Y entre medias pasa un padre con su hijo, ondeando la bandera contraria, y va otro y le tira una piedra. Tampoco es eso…
Los políticos, por su parte, a menudo prefieren auto-ofuscarse. Les resulta cómodo, como decía, encastillarse tras las frases hechas (“Constitución”, “auto-determinación”), pensando que de esa forma defienden mejor sus respectivos intereses, sin meterse en berenjenales.  Ahora bien, que no se crean sus propios sofismas y se queden parados. Deben moverse, dentro de los mecanismos constitucionales, para alcanzar pactos. Sin desobediencia civil, no porque no se “pueda” sino porque, dadas las circunstancias, sería innecesario y hasta descortés. Pero hay que moverse, hay que consensuar soluciones y hacerlo con miras amplias, con al menos un ojo puesto en el Bien platónico. Si el resultado se llama de una u otra manera, me preocupa menos, siempre que en el régimen resultante se respeten los derechos de todos (incluidos los lingüísticos…). Eso sí, no perdamos el norte y no hagamos bobadas: nuestra economía, que no sufra, pues ya anda bastante maltrecha;  y las ligas y las selecciones deportivas conjuntas no me las toquen, que nos divertimos con ellas…