Elecciones 24M: ¿Hacia dónde caminamos?

Las elecciones siguen despertando un sentimiento de ilusión que nos lleva a pensar que esta vez sí van a cambiar las cosas. Cada elección tiene algo de ese lema que solía utilizarse en la sucesión de las monarquías “el rey ha muerto, viva el rey”, con la esperanza de que el resultado de las elecciones cambie el rumbo de la historia. Las semanas que siguen a las elecciones suelen tener un punto de amargura, pero siempre despiertan una pasión por el análisis, que llena los periódicos de datos y reflexiones. En este artículo, como corresponde a este blog, aún creemos que las perspectivas tras las elecciones para la regeneración democrática de España merecen alguna reflexión adicional.

El derrumbe de los partidos tradicionales, y la irrupción de los emergentes, es de esas situaciones que no dejan indiferente a nadie. A pesar de tantas páginas escritas, algunas preguntas no han tenido una clara respuesta. El descenso del PP ha sido de tal magnitud (2,5 millones de votantes) que solo puede calificarse de estrepitoso fracaso. El análisis de las causas se divide entre la impopularidad de las medidas de ajuste, la escasa empatía con los graves problemas de los ciudadanos en temas como los desahucios, o la cascada de escándalos de corrupción. El descenso del PSOE tampoco ha sido pequeño. Ha perdido 700.000 votos, el 10% de sus votantes, respecto a unas elecciones, las municipales del 2011, que ya fueron un fracaso para este partido. Sin duda hay que reconocer al PSOE su habilidad para comunicar como un gran éxito, lo que los votos calificarían como un gran fracaso. Lo que al menos sí podemos concluir de estos dos resultados es que esta vez sí, la regeneración de la vida democrática española entró de lleno en campaña y se coló en las urnas. Los resultados en Madrid, Valencia y Baleares tienen una lectura clara. El hartazgo de la gente se ha desbordado. Presentar a las caras de siempre, y pretender transmitir que han aprendido la lección, y que van a cambiar las cosas, despierta ante todo indignación y rechazo, y moviliza a los votantes de signo contrario. El caso de Esperanza Aguirre en Madrid quedará para los manuales de política como un error de libro. No está claro que el PP lo haya finalmente asumido, pero será difícil que un mensaje pueda transmitirse de forma más clara.

Sobre la reacción de los ciudadanos ante la corrupción, podemos encontrar en los resultados algunos elementos para el optimismo. Los datos de las anteriores elecciones fueron bastante desalentadores. En las elecciones de 2007 el 70% de los alcaldes imputados salieron reelegidos, de acuerdo con un estudio realizado por la Fundación Alternativas. En el año 2011, el porcentaje aún fue de un 58% (40 de 69 candidaturas). En 2011 hubo más de 100 candidatos implicados en procesos judiciales. En las de 2015, me gustaría poder decir que ningún partido ha presentado candidatos imputados, porque es lo que todos ellos han estado transmitiendo a lo largo de toda la campaña electoral, pero la realidad es que, aunque inferior a la de 2011, la lista de imputados no ha sido pequeña: Jerez de la Frontera, Cartagena, Culleredo, Camariñas, Viveiro,… (Ver aquí o aquí). No solo concurrieron a las elecciones, sino que muchos de ellos han revalidado las alcaldías con mayorías absolutas.

La regeneración ha entrado en campaña, pero los ciudadanos siguen percibiendo diferentes tipos de corrupción. Si la corrupción se visualiza como el enriquecimiento de personas concretas, que además se identifican con un partido que ha adoptado medidas impopulares de recortes sociales, los ciudadanos reaccionan con rechazo e indignación. El componente de la crisis parece que era un elemento necesario en esta reacción. Valencia o Baleares han personificado esta situación. En las anteriores elecciones eran mayoría los que percibían que esa corrupción podía beneficiarles de alguna forma, y ese rechazo no se presentaba. Si la corrupción está basada en la instauración de un modelo clientelar, la reacción es mucho más condescendiente. Muchos ni siquiera la perciben como corrupción, y otros la justifican bajo el argumento de que el reparto llega a mucha más gente, y se preocupa de premiar a todos los fieles y adeptos. Andalucía (o Cataluña) sigue siendo el caso paradigmático. La lección, como tantas veces se ha escrito en este blog, es que si alguien pensaba que el sistema clientelar que con tanto éxito se ha instalado en España se puede desmontar fácilmente tras los resultados electorales, debería prepararse mejor para una carrera de fondo que no tiene garantizado el éxito. La regeneración democrática exigirá una reforma de las instituciones, para la que será necesaria mucha más convicción y esfuerzo.

El libro, “Gobernanza inteligente para el siglo XXI”, de Nicholas Berggruen y Nathan Gardels, un libro apasionante sobre el que probablemente merezca la pena volver en otros artículos, recoge algunas de esas afirmaciones que en los países occidentales resulta incómodo escuchar: que el modelo de democracia liberal ha evolucionado hacia un modelo de gobierno al que le resulta muy difícil corregirse a sí mismo, muy orientado a satisfacer intereses de corto plazo, e intereses de grupos de poder bien organizados. Y ahí es donde entran en juego los partidos emergentes o minoritarios que han concurrido a estas elecciones, cuyo análisis es aún más interesante.

UPyD se ha desmoronado. Parece que entrará en la historia como uno de esos partidos que pareció rozar el éxito, y se desplomó en un rotundo fracaso, en el tiempo que trascurrió desde las elecciones europeas, a las municipales. UPyD era probablemente el partido que contaba entre sus votantes con menor porcentaje de “forofos”, y mayor porcentaje de ciudadanos convencidos de su programa y sus mensajes. A diferencia de ese suelo de votantes del PP y del PSOE, capaces de defender a su partido, como defienden a su equipo de fútbol, los votantes de UPyD mayoritariamente defendían su programa. Cuando han percibido que para la dirección del partido, mantener el control del partido era prioritario sobre lograr los objetivos de su programa, buscaron otras opciones que permitieran lograr esos objetivos. Lo que debería ser lo habitual, en España es la excepción, y UPyD lo ha sufrido de forma descarnada. Entre los grandes perdedores se ha sumado también IU que, perdido su hueco electoral, camina hacia la irrelevancia.

Podemos, en sus variantes de Mareas, Ganemos, o Ahora, ha sido la estrella de las elecciones. El partido que logró capitalizar y aglutinar el voto del descontento, y de los movimientos ciudadanos de indignación, con unas propuestas económicas populistas y demagógicas, pero con una gran empatía sobre los problemas de la gente, ha sido el gran triunfador. Barcelona y Madrid pueden convertirse en banderas de un movimiento que no quiere quedarse solo en suplantar a IU, sino que aspira a cuestionar el liderazgo de la izquierda al PSOE. En ese objetivo, quizás la lectura no sea tan positiva como en algún momento pudieron esperar, pero puede ser suficiente para seguir alimentando esa posibilidad. Y finalmente Ciudadanos, a pesar de un resultado espectacular para sus pocos meses de vida como apuesta nacional, no ha podido evitar cierta desilusión, especialmente en algún momento de la noche electoral en que parecían no tener capacidad de decisión en ninguna plaza importante. Un proyecto al que le queda por mostrar la madurez que precisa el nuevo escenario de pactos.

Y es en este nuevo escenario de pactos necesarios en el que quedan depositadas las esperanzas de regeneración democrática de este país. Pero conviene no engañarse, todo siempre es susceptible de empeorar. Para un país con una tradición de pactos tan escasa, donde pactar suele significar repartir consejerías o concejalías, la propuesta de los partidos emergentes es atractiva y diferente. Pero el pacto saludable requiere compartir un proyecto de país, de región, o de ciudad. Requiere plantear una ambición a la que varios puedan sumarse. No tenemos mucha experiencia. España a lo largo de su historia ha mostrado que su proyecto de país, capaz de aglutinar voluntades, suele expresarse como el objetivo de desalojar al contrario del poder. Una vez conseguido ese objetivo, las voluntades suelen dispersarse en busca de intereses cortoplacistas e individuales.

El libro que mencionamos antes sobre la gobernanza inteligente recoge el caso de California: una de las regiones más ricas, prósperas y privilegiadas del mundo acabó en bancarrota en el año 2009. Según Forbes, si California fuera un país ocuparía el cuarto lugar en número de ricos por metro cuadrado, sólo tendría por delante a EEUU, China y Rusia. Lugar de referencia por su modelo educativo, su modelo de innovación y sede de las principales empresas tecnológicas, fracasó estrepitosamente en su modelo de gobierno. Las recetas que fracasaron son algunas de las que ahora pueden irrumpir en el panorama político español: un amplio uso de un modelo de democracia directa en la toma de decisiones fácilmente manipulable, y un sistema de partidos más preocupados de su propio interés, que del bienestar común del estado que gobiernan, lo que durante muchos años hizo imposible cualquier pacto sensato en el ámbito fiscal. Los partidos emergentes tendrán una difícil prueba en mostrar que realmente ellos sí están dispuestos a pactar en busca de ese bien común, y de un proyecto de regeneración democrática, que aún no parece haberse puesto de moda en nuestro país.