El futuro del empleo y las urgencias en la educación

 La política española está demasiado cargada de debates intrascendentes, y son muchos los temas que nunca consiguen hacerse un hueco en la agenda o en el debate político. El impacto que sobre el empleo y el mercado de trabajo tendrá la revolución digital es uno de esos temas que no capta demasiada atención. Y sin duda debería.

A lo largo de la historia el progreso tecnológico ha tenido un claro impacto sobre el trabajo y el empleo; cada revolución ha desencadenado miedos e incertidumbres ante el cambio, y ha creado ganadores y perdedores ante la nueva situación. Hoy es ampliamente aceptado que el progreso tecnológico siempre tiene consecuencias sociales positivas, pero la economía capitalista se basa en un proceso continuo de disrupción creativa, que conlleva la desaparición de muchas profesiones, y la aparición de otras nuevas. El cómputo global siempre ha sido positivo: ninguna innovación o revolución tecnológica ha dado como resultado una reducción del empleo, más bien al contrario. Sin embargo las consecuencias personales en el corto plazo suelen generar más temor que las positivas consecuencias sociales a medio plazo.

En la revolución digital que estamos viviendo no asistimos a movimientos de rechazo como los vividos durante la revolución industrial, donde el movimiento de los luditas, activos entre 1811 y 1816, se oponían con pasión y violencia a los nuevos avances.  Y sin embargo, la digitalización tiene algunas características diferentes a cualquier revolución anterior, que si no preocuparnos, sí deberían ocuparnos.

En otros países de nuestro entorno el impacto que la digitalización tendrá sobre el empleo sí atrae mayor atención. En un informe reciente del PewReasearch Center (ver aquí) sobre el futuro del trabajo se recogía la opinión de casi 2.000 expertos de todo el mundo sobre el impacto que la robótica, la automatización, la inteligencia artificial y la digitalización tendrían sobre el mercado del trabajo en un horizonte situado en el año 2025. El 52% de los expertos era optimista y preveía un impacto positivo, a pesar de aventurar un horizonte de corto plazo difícil. El 48% era más pesimista y consideraba que en su conjunto el impacto sería negativo. Si consideramos que en el estudio se involucró a expertos y líderes de las principales empresas tecnológicas, universidades y centros de investigación del mundo, el resultado debería inducirnos al interés.

Esta revolución tiene dos características sobre las que merece la pena detenerse. La primera de ellas es la velocidad. En cualquier revolución anterior han convivido tecnologías antiguas y modernas durante décadas, y por tanto los efectos sobre el empleo se asimilaban a lo largo incluso de varias generaciones. Eso no va a suceder en esta revolución, donde los cambios y los efectos se van a producir en muy pocos años. La segunda característica que la hace particularmente única es la clase de trabajos a los que va a afectar. Si tradicionalmente han sido los trabajos menos cualificados, y las clases bajas las que se han visto más afectadas por el progreso tecnológico, en esta ocasión, el impacto alcanzará de lleno a los trabajos tradicionalmente ocupados por la clase media. En la terminología anglosajona, no solo los “trabajadores de cuello azul” sino los “de cuello blanco” se van a ver también afectados.

Cuando pensamos en todas las actividades que realizan hoy en día personas que son susceptibles de ser automatizadas, o que pueden ser realizadas de forma ventajosa por una máquina, nuestra imaginación suele quedarse corta. En los últimos años han aparecido diferentes estudios que analizan el impacto que sobre los trabajos actuales tendrá el proceso de digitalización. La mayoría de ellos se centran en el mercado de trabajo americano, pero son fácilmente extrapolables a cualquier país desarrollado. Uno de los más exhaustivos, y los que ha tenido mayor eco, fue realizado en la Universidad de Oxford (ver aquí). En este estudio se analizaban 702 ocupaciones del mercado laboral americano. La conclusión es sin duda impactante: el 47% de los actuales puestos de trabajo habrán desaparecido en un plazo no demasiado lejano.

Lo que hace diferente la actual revolución es el tipo de trabajos a los que afectaría la automatización. En este tipo de análisis, los trabajos se clasifican en rutinarios y no rutinarios que a su vez pueden ser manuales o cognitivos. Todo trabajo rutinario, sea manual o cognitivo, es susceptible de ser automatizado, y por tanto previsiblemente desaparecerá como ocupación en un futuro próximo. Esto es lo tradicionalmente aceptado. Pero la capacidad de computación, unida a la capacidad analítica del big data hace que trabajos cognitivos no rutinarios sean también susceptibles de ser automatizados, y esto es sin duda una novedad. Muchas de las actividades que hoy realizan personas bajo la categoría de analistas en diferentes sectores de actividad son hoy ya susceptibles de automatización. Igualmente tareas manuales no rutinarias poco complejas, están siendo también automatizadas, producto igualmente de los avances en la potencia de cálculo y en la inteligencia artificial. Las actividades que desaparecerán en el futuro no se restringen ya solo a las que tradicionalmente nos vienen a la cabeza, como pueden ser empleados de cadenas de montaje o cajeros de supermercados. Asesores fiscales y contables, analistas de riesgos, taxistas o transportistas son también profesiones que acabarán desapareciendo en un horizonte no demasiado lejano.

Aunque seguramente nos equivocaríamos si elaborásemos una lista sobre cuáles serán las nuevas profesiones del futuro, si podemos identificar algunos elementos sobre los que existe un amplio acuerdo: las profesiones no susceptibles de automatización serán aquellos con un mayor componente cognitivo y que de alguna forma incorporen la creatividad y las habilidades sociales en su desempeño. Abogados o consultores serán previsiblemente profesiones que mantendrán su vigencia, pero también otras como peluqueros o cuidadores sociales.

Los resultados de estos estudios deberían captar mayor atención por parte de la clase política. Si hay algo en el que todos los análisis están de acuerdo es en que el modelo educativo actual no está preparando a nuestros hijos para las actividades que reclamará el futuro mercado laboral. Y ello nos lleva a la triste realidad de la educación en España.

Reformar el modelo educativo español no es solo urgente, sino una necesidad imperiosa. La irresponsabilidad de nuestra clase política y la pereza de nuestra generación para reclamar una enseñanza de calidad están condenando a nuestros hijos a un futuro poco prometedor. En el caso español no es solo que el modelo educativo no les prepare para el mercado laboral futuro, es que ni siquiera les prepara para el mercado de trabajo presente.

Las mejoras que el modelo educativo español precisa han sido objetivo de numerosos artículos y estudios, y seguro serán objeto de otros artículos en este blog, pero si merece la pena recordar dos ideas básicas que no por muy repetidas parecen hoy asumidas: el problema de la educación en España no es una cuestión de dinero, es una cuestión de gestión: España dedica un 5% del PIB a la educación y con ese dinero es posible optar a una educación de alta calidad. El cambio a una educación de calidad se puede hacer en muy poco tiempo. No se necesita una generación. En 5 años puede obrarse el cambio. Lo que funciona, lo que hay que hacer, se conoce, porque ya se ha abordado con éxito en otros países.

Sobre los cambios que deben abordarse podrían mencionarse muchas referencias, pero me gustaría destacar especialmente un informe reciente publicado por la Fundación de Estudios Financieros, que aborda el análisis de la ocupación y el empleo en España, y plantea las reformas necesarias en nuestra sistema educativo (ver aquí).

Para el futuro digital precisamos no solo una enseñanza de calidad, sino una que desarrolle la creatividad, y eso requerirá repensar el modelo educativo. Aunque a veces se menciona que muchos de los líderes y emprendedores que han tenido éxito nunca terminaron sus estudios universitarios (Steve Jobs es el ejemplo paradigmático), hay una anécdota que invita a la reflexión: lo que tienen en común personas que han destacado en el mundo digital como Jeff Bezos (Amazon), Larry Page y Seguei Brin (Google) o Jimmy Wales (Wikipedia), no es la universidad a la que asistieron, sino que todos ellos fueron a un centro que aplicaba el método Montessori, centrado en el desarrollo del potencial de los niños en el ámbito creativo, de las habilidades sociales y de la innovación (ver aquí).

Quizás un buen comienzo es empezar por asumir el diagnóstico: la educación en España es mediocre y el sistema universitario es malo. La educación ha sido utilizada por los partidos políticos como herramienta de confrontación y movilización, y nunca ha existido un verdadero interés por mejorar la calidad de la enseñanza. Solo asumiendo este diagnóstico podremos empezar a construir un futuro mejor para nuestros hijos en el nuevo mundo digital.