In Memoriam: José Enrique Gomá Salcedo

Con IgnacioNuestro padre, José Enrique Gomá Salcedo, ha fallecido el pasado 30 de noviembre. No es fácil para un hijo hacer una necrológica de su padre tan pronto y, menos, hacerlo en el tono que la ocasión exige: el que permite recordar al que se fue en aquellas virtudes dignas de conocimiento por su relevancia pública y no simplemente familiar.

Nacido en Valencia en 1930, el centro de su actividad vital estuvo durante mucho tiempo en el ejercicio de su profesión notarial, en diversos destinos. Durante ese periodo siguió estrictamente las reglas que debe seguir un notario según el artículo 148 del Reglamento Notarial -“verdad en el concepto, propiedad en el lenguaje, severidad en la forma”- y siempre “sin mengua de su imparcialidad”, sin ponerse al servicio de ninguno, sino buscando objetivamente la equivalencia de las prestaciones y la perfecta estructuración interna y externa del negocio; como él mismo dijo en un trabajo, el notario estaba al servicio no sólo de la seguridad sino más bien de la libertad del ciudadano. Alguien nos decía por las redes sociales el mayor elogio que él hubiera querido oír: “mis padres me hablaron de la tranquilidad que suponía elevar a público en su notaría”.

Pero quizá el ejercicio correcto de la profesión no sea digno de elogio sino obligación ética y jurídica, aunque para sus hijos y muchos compañeros y opositores a los que preparaba haya sido muestra de la ejemplaridad pública de que tanto ha hablado otro de sus hijos, Javier. Por eso, quizá, es preciso mencionar el legado intelectual público que nos ha dejado: los cuatro voluminosos tomos de sus “Instituciones de Derecho civil”, fruto maduro de muchos años de estudio, observaciones y lecturas, y publicado cuando se jubiló, ya libre del quehacer profesional. Esto último merece la pena remarcarlo: con 70 años, y jubilado, en vez de descansar y realizar relajadamente las tareas o actividades que le apetecieran, emprende la esforzada tarea de ordenar todo lo que ha aprendido a lo largo de tantas décadas de ejercicio profesional y estudio, para culminar, 8 años después, las más de 4000 páginas que componen las Instituciones, y todo ello porque consideraba que debía hacerlo así, y era el mejor momento para ello. Fue la primera vez que un notario ofrecía, en la madurez de sus conocimientos, una visión completa y global del Derecho Civil español, y no “práctica” sino simplemente empapada del realismo que da el bregar diariamente y a la vez con el Derecho y las personas. Su obra contiene miradas personalísimas y novedosas sobre cuestiones clave, como la legítima o la sociedad de gananciales, siempre presididas por un decidido causalismo que, para los no juristas, debe traducirse por una vocación por la justicia, por una preferencia mayor por el ciudadano que por la rapidez y abstracción del tráfico deshumanizado.

En 2011 publicó un libro de Derecho Notarial, en colaboración con sus dos hijos notarios, los que escribimos este post, reelaboración de un libro de temas publicado en los años 90. La génesis de este libro define también a nuestro padre. Comenzó a escribirlo en su momento no porque los temas de Derecho Notarial existentes entonces estuvieran mal, “eran correctos”, decía, sino porque, añadía, “no me gustaba el concepto de notario que se traslucía de ellos”. Es decir, consideraba que les faltaba a esos temas un aspecto ético, de moralidad profesional, que él quiso añadir. En ese sentido, el libro de Derecho Notarial quiso ser desde el principio, -y creemos que lo logra- un Tratado del Buen Notario.

Como dijimos en otra ocasión, nuestro padre tenía una agudeza y un sentido común extraordinarios y su objetividad, a veces dolorosa, siempre desapasionada, se traduce en el mundo jurídico en un rigor conceptual poco amigo de la “broza jurídica” de que hablaba el catedrático de “La casa de la Troya” y repetía él frecuentemente. Por ello su obra, breve y concisa, va a la raíz de las cuestiones, a lo que verdaderamente importa. Humanamente le caracterizaba un sentido del deber entre militar y kantiano, muchas veces contra las propias inclinaciones y deseos; la austeridad en lo material (“grande es el número de cosas que no necesito”), compatible con la máxima generosidad si tú le necesitabas; discreción en la vida social (casi en la vida asocial), y un desapego, quizá excesivo, de reconocimiento y honores, procedente de un individualismo casi romano que se muestra en parte en su obra jurídica, poco amiga de la mercantilización y del gregarismo (como anécdota, en sus Instituciones casi se negó a que debajo de su nombre figurara que era notario, porque ya estaba jubilado…).

Fue preparador de opositores al título de notario durante más de treinta años, y podemos decir de primera mano –pues también atendió a nuestra preparación- que su objetivo era formar juristas, en el sentido más amplio y bello de esta palabra.

Tuvimos, como editores de este blog, la suerte de que colaborara con él, escribiendo artículos ya con más de 80 años, lo que prueba su compromiso y su capacidad de trabajo.

Quisiéramos pensar que sus hijos y nietos – cada uno en sus diversas ocupaciones – somos dignos transmisores de la herencia espiritual no ya de las capacidades intelectuales, más sujetas al azar genético, sino sobre todo de esas enseñanzas y principios vitales -el altruismo, el sentido del deber, la generosidad, el rigor, la rectitud, la profesionalidad, la austeridad, la disciplina, la independencia, la espiritualidad, el señorío, la ecuanimidad, la decencia, el desprecio del materialismo, el sentido estético de la vida, la bondad de fondo, la rebelión ante la injusticia aunque ello le supusiera un mal- cuyo camino nos mostraba con su hacer. Seguramente no lo hemos conseguido del todo ni tenemos esas virtudes, pero nos emociona pensar que algunas de las cosas en las que participamos -como este blog, en el que escribió él y ya se encuentra su nieto Ignacio- lleva también sus señas de rigor, decencia y rebeldía ante lo injusto.

Sus hijos y nietos, todos, echamos de menos su sabiduría y añoramos su compañía con nuestra madre, Mercedes.

El funeral se celebrará el lunes 14 de diciembre en la Iglesia del Espíritu Santo, calle Serrano, 125, a las 19.30, donde esperamos al que quiera y pueda acompañarnos.