La rectitud: en el décimo aniversario de la muerte de Julián Marías

Antonio Machado estaba equivocado: no a todos los españoles que vienen al mundo les hiela el corazón una de las dos Españas. A los mejores españoles hace tiempo que les hielan el alma las dos, porque la independencia, el rigor y la equidad se pagan doblemente.

Las tribus no aceptan extraños, salvo que sea para convertirse, y quienes no se adscriben incondicionalmente a tribu o cofradía ninguna son vistos por todas como ajenos, y potencialmente peligrosos individuos con pensamiento propio. Ese es el triste caso del Prof. Julián Marías, un ejemplo de dignidad, de cuyo fallecimiento se cumplen hoy, 15 de diciembre de 2015, ya diez años sin que tengamos noticia de que exista convocatoria alguna para honrar en debida manera la memoria del insigne filósofo en tan señalado aniversario.

La “degradación del honor civil” la “capitisdeminutio”, aunque sea “minima”, es – en todo tiempo y lugar – una herramienta de los tiranos de todo signo para deshacerse de las personas libres. Una de las formas más sutiles es opacar al ilustre, como dice su hijo que hicieron los herederos de Besteiro por quien sufrió tal degradación (cfr. aquí ), que acaso nunca perdonaron su frase “los justamente vencidos y los injustamente vencedores”. Tampoco le perdonaron los vencedores: encarcelado en 1939 por la delación falsa de un “amigo”, él, sin embargo jamás renegó de su maestro Ortega y Gasset, al punto de que en 1942 no se le permitió obtener el doctorado y por tanto el acceso a una Cátedra que le correspondía por méritos propios. Nuestra Universidad peca siempre de los mismos males, sea cual sea el color de quienes en ella mandan. Marías declaró que la comisión que le juzgó “parecía más que un tribunal una cheka”. Esto es otro de nuestros rasgos distintivos.

Marías nos dejó tras 91 años de fecunda vida – jalonada con unos 50 libros– y su pérdida no pasó inadvertida. Para entenderle, además de leerle y de releerle convendría saber qué pensaron de él quienes le trataron. Fue alumno y discípulo, nada menos, que de Ortega y de Zubiri en la Universidad Central de Madrid entre 1931 y 1936. Depurado, como hemos dicho, tras la infame Guerra Civil tuvo que dedicarse a la enseñanza privada y las traducciones para sostener a su familia, y tuvo que emigrar en 1951, siendo profesor y lector en diversas Universidades de los Estados Unidos e Hispanoamérica.  De regreso a la Patria, finalmente, en 1964 la Real Academia le acogió en su seno, en contra de la opinión del entonces Jefe del Estado, y desde entonces influyó en la vida española mediante su obra, sus muy numerosos artículos periodísticos y sus lecciones.

Este castellano viejo (natural de Valladolid, como nuestro tercer Don Miguel) apostó sin ambages por la reconciliación nacional en la Transición pero advirtió contra la invasión de la esfera privada por la pública, ya en la época del Presidente Felipe González (cosa que tampoco se le perdonó) de la que ha derivado, gobierno tras gobierno, legislatura tras legislatura, el estado actual de nuestra Democracia.  Así se ve muy especialmente en la intervención del poder judicial por el legislativo y, a la postre, por los partidos, de los que tanto y con tanta razón, a nuestro modo de ver, desconfiaba.

Senador por designación Real en 1977, fue por tanto “paterpatriae” durante el periodo constituyente, pero advirtió claramente sobre la ley electoral y las listas cerradas. En 1979, cumplido su mandato junto a una generación de españoles que supo ver más allá de los intereses del momento, se alejó para siempre de la Política, con mayúsculas,  (aunque siempre escribió sobe ella).Ese mandato no fue otro que la injustamente denostada Constitución Española que nos ha permitido vivir, a pesar de su incumplimiento parcial, en paz casi cuatro decenios. En 1996 recibió el Premio Príncipe de Asturias de Humanidades junto con Indro Montanelli.

Si bien su obra filosófica y antropológica tiene talla propia  (La mujer en el siglo XX (1980), La felicidad humana (1987), La mujer y su sombra (1987), Mapa del mundo personal (1993), o Persona (1996)), creo que en este Blog es menester poner énfasis en su obra socio-política  “España Inteligible. Razón histórica de las Españas”, “Meditaciones de la Sociedad Española”, “España como Preocupación” y tantos otros trabajos certeros afortunadamente publicados en diversas editoriales.

Su última obra, recopilatoria de artículos escritos en diversos medios, tan diversos como “ABC” y “El País”, se publicó en el año de su fallecimiento (“La Fuerza de la Razón”). Poseo un ejemplar dedicado por todos mis sobrinos políticos que pertenecen a una nueva generación de españoles que poco ha oído hablar de D. Julián Marías, pero que debería saber de algún modo que España es – también y sobre todo – una Nación enorme llena de hombres ilustres que han sido generosos con los demás, de hombres ejemplares a los que hay que tomar como Norte de conducta; que no es necesario ni conveniente construir desde cero y que nosotros, además de todos nuestros motivos para la melancolía o el exilio, tenemos motivos para estar orgullosos de nosotros mismos y querer hacer las cosas bien.

Creo que es imposible entender a Marías sin su esposa, Lolita, que fue también su colaboradora y a la que permaneció aferrado a pesar de su pérdida en 1977, cuando ella contaba con 65 años de edad.  Espero que algún lector que le conociese o haya leído con detenimiento complete estas parvas líneas escritas en su insigne memoria. Él se entendía a si mismo como narró en “Una vida presente” (1988).  Mi modesta opinión es que el Prof. Marías ejerció en toda su vida una cualidad de la que apenas se habla, una palabra que causa problemas a sus usuarios y practicantes: la rectitud.

Si el lector desea saber más sobre este español ilustre, puede dedicar un tiempo a su memoria en este aniversario de su pérdida en la mucha información que se encuentra en la red concentrándose en un par de reseñas detalladas.

Algunas de sus biografías dicen de él que fue “republicano, liberal y católico”. Lo que ocurre es que poner adjetivos a D. Julián Marías, hombre, filósofo, persona, es una tarea inadecuada, porque algunos nombres propios no admiten adjetivos. Su memoria trae a la mía estas palabras de Marco Aurelio: “Con los ojos fijos en tu tarea, indágala bien, y lo que exige la naturaleza del hombre, cúmplelo sin desviarte y del modo que te parezca más justo: sólo con benevolencia, modestia y sin hipocresía”.