El Valle de los Caídos: Reconciliación sobre las tumbas

El Congreso aprobó el pasado 10 de mayo una PNL presentada por el Grupo Socialista (p.27) en la que solicita, entre otras medidas, “afrontar, de forma decidida y urgente, las recomendaciones del informe de expertos sobre el futuro del Valle de los Caídos entregado al Ministerio de la Presidencia el 29 de noviembre de 2011”. Ese informe es el que propone -pese a ser plenamente consciente de las dificultades legales que tal cosa implica- exhumar los restos de Francisco Franco para su traslado fuera del Valle y los de José Antonio a otro lugar no preferente de la misma Basílica.

La presentación de la propuesta en la mayoría de los medios de comunicación, como viene siendo habitual cuando se habla de estos temas, no ha sido la más adecuada, ni al referirse a la causa que la motiva, ni tampoco a sus efectos.

No es adecuada en la causa, porque se han centrado exclusivamente en el dato de la exhumación y traslado de los restos de Franco, como si eso fuera lo importante. Cuando, en realidad, de lo que se trata es de que la España democrática, de una vez por todas y tras nada menos que cuarenta años de vida en democracia, tenga un memorial de la Guerra Civil donde se honre por igual a las víctimas de ambos bandos y, además, donde se explique de una manera equilibrada a las nuevas generaciones el origen, desarrollo y efectos de esa terrible contienda. Conmemorar y explicar, en definitiva, tal como hacen otros países con experiencias semejantes.

Visitar los cementerios y lugares de memoria europeos de la Primera y Segunda Guerra Mundial enseña, sin duda, muchas cosas. No hay amigos ni enemigos, justos o injustos, sino solo víctimas. La mayoría son jóvenes soldados, muchos adolescentes. Y esa condición de víctimas habla por sí sola con tanta fuerza que obliga a preguntarse cómo se llegó ahí. Los principales beneficiarios son los jóvenes de la misma edad que integran las nuevas generaciones. Por ejemplo, la asociación Volksbund se ocupa de cuidar los cementerios de guerra alemanes. Solamente en Normandía hay seis grandes cementerios. Desde 1958 jóvenes procedentes de los países beligerantes trabajan juntos en su conservación. El primer campamento juvenil acuñó el lema que desde entonces ha guiado el trabajo de la asociación: “Reconciliación sobre las tumbas – Trabajando por la paz”.

En España, por el contrario, tenemos víctimas que siguen en las cunetas, y tenemos también un memorial en el Valle de los Caídos en lamentable estado de conservación con una simbología tan alejada de la España actual que no honra ni siquiera a las víctimas del bando vencedor. Porque las víctimas de ese bando también necesitan imperiosamente que las reconozca la España democrática, cosa que hasta ahora tampoco ha hecho en condiciones. Pues bien, si sumamos a las anteriores consideraciones el hecho que en ese lugar se encuentran enterradas víctimas de ambos bandos, parece lógico concluir que mucho mejor que el abandono y el olvido vergonzante sería la recuperación y la conmemoración en condiciones.

Esa incuestionable realidad es la que constata el informe de 2011, que de manera muy razonable propone conservar, restaurar y explicar adecuadamente el complejo del Valle de los Caídos, con la finalidad de atender esa justa demanda. Pero para ello parece evidente la necesidad de dos intervenciones en la Basílica: trasladar fuera de ella los restos de Franco, y trasladar dentro, pero a otro lugar menos preeminente, los de José Antonio. Los de Franco, porque fue un protagonista, sin duda, pero no una víctima de la Guerra Civil, sino algo completamente alejado conceptualmente de esa condición, como prueba su Jefatura del Estado durante casi cuarenta años tras precisamente esa guerra. Los de José Antonio, porque si no va a haber justos e injustos, sino solo víctimas, ninguna puede tener una posición preferente.

Trasladar el cuerpo de Franco no es por tanto ni el meollo de una reivindicación revanchista, como dicen unos, ni un tema totalmente secundario en comparación con otros problemas urgentes como el paro y la crisis o el futuro de Europa, como dicen otros. Sino un asunto colateral de resolución necesaria para un tema importantísimo, como es el de la memoria de la Guerra Civil. ¿O acaso no nos gustaría que en el futuro hubiese un debate público sobre casi cualquier tema que fuese un poquito menos sectario, menos visceral y menos demagógico que el actual? Pues si es así, empecemos a poner ahora la primera piedra: la que facilite paulatinamente sobre un relato mínimamente compartido una “reconciliación sobre las tumbas”.

Pero la presentación mediática no solo ha errado en la causa, sino también en el efecto de la propuesta. Se nos dice que por su condición de PNL no vincula al Gobierno, como si este pudiera decidir la cuestión a su capricho. No me cabe duda de que el Gobierno, siguiendo la consolidada doctrina Rajoy, no desea retratarse en este ni en ningún otro asunto delicado que le obligue simplemente a un esfuerzo de mínima explicación. Su iniciativa sería muy conveniente, sin duda, pero aquí quien tiene la competencia definitiva para tomar la decisión es la Iglesia Católica, por un lado, y la familia de Franco, por otro.

La Basílica es un lugar de culto, así lo reconoce la Ley de Memoria Histórica y así debe seguir siendo conforme a lo indicado en el mencionado informe. Por ello, la competencia de la Iglesia en este ámbito es incuestionable, a la vista de los Acuerdos de 1979 con la Santa Sede, que no cabría menoscabar ni aunque la propuesta del PSOE se hubiera convertido en una ley del Estado. Por tanto, si se saca o no a Franco de ahí lo va a decidir la Iglesia, salvo que se denuncien unilateralmente esos Acuerdos.

Pero no me cabe ninguna duda de que si, en un momento dado, la familia de Francisco Franco solicita el traslado de sus restos al Panteón familiar de El Pardo, para que se reúnan con los de su mujer, donde estaba previsto especialmente su enterramiento, la Iglesia no va a poner ninguna dificultad, sino más bien al contrario, porque también para ella este es un asunto que demanda solución definitiva. Así que, quizás, gracias a la colaboración de todos, podamos empezar, cuarenta años después de la llegada de la democracia, la reconciliación simbólica que los españoles nos merecemos.

La memoria es una función de la historia y no al revés, afirmaba Cayetana Álvarez de Toledo en un artículo publicado ayer en el diario El Mundo. Sin duda alguna, la memoria sin historia es tergiversación y manipulación. Pero la historia sin memoria es olvido, y ya sabemos qué pasa cuando se olvida la historia. Nuestros amigos alemanes, franceses, italianos, belgas, etc. lo han comprendido perfectamente, aunque desde hace poco tiempo, porque también a ellos les ha costado. Han comprendido que un futuro sin un esfuerzo constante de memoria histórica, por muy dolorosa que esta sea, es peligroso y resbaladizo. Y creo sinceramente que es precisamente el Sr. Macron, frente a su olvidadiza y sectaria contrincante, el que personaliza mejor que nadie ese nuevo espíritu: recordemos públicamente de dónde venimos para no transitar de nuevo ese camino y merecer así un futuro mucho mejor, en beneficio de las nuevas generaciones.