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Independencia: camino a ninguna parte

Produce una inmensa y profunda tristeza constatar como el independentismo radical catalán, ha convertido en realidad los peores presagios, rompiendo a las bravas, y en una sola sesión parlamentaria por la vía de urgencia y sin debate alguno, la Constitución Española que nos dimos los españoles en el año 1978, como marco básico de convivencia, ofreciendo cobijo, acomodo y protección a todas las sensibilidades, ideológicas, territoriales, lingüísticas, que conviven en nuestro país.

Prueba de ello –conviene recordar-, la Constitución Española (CE) de 1978 cosechó 325 votos a favor de un total de 350 en el Congreso de los Diputados, entre los que se encontraban -es oportuno resaltar- el nacionalismo catalán.

La parte catalana tuvo un protagonismo e influencia decisiva en el nacimiento y contenido de la actual Constitución Española, con la relevante aportación realizada por Miquel Roca i Junyent, diputado de Convergencia Democrática de Cataluña, como miembro de la Ponencia encargada de elaborar la Constitución.

Sería saludable en un ejercicio de sana memoria histórica citar alguna de las frases que en aquel momento histórico fueron pronunciadas.

Miquel Roca i Junyent: “Punto final a las viejas querellas internas”;
Jordi Pujol: “Sólo pedimos reconocimiento, no tratos a favor”;
Joan Reventós (Socialistas de Cataluña): “Hay algo obvio: el Estado es indivisible”

Cuando desde el independentismo catalán se cuestiona la legitimidad de la Constitución, resulta imperativo ético recordar como acertadamente señala Emilio Lamo de Espinosa, que fue en Cataluña donde la Constitución Española consiguió mayor número de apoyos por encima de la media española. Siendo de destacar que dos de cada tres ciudadanos catalanes aprobaron la Constitución Española, uno de cada dos el primer estatuto de autonomía (1979), y uno de cada tres el segundo estatuto de autonomía (2006).

El nacionalismo catalán ha conseguido a través de un proceso lento pero sin pausa, mediante la educación en las escuelas, el monlingüismo catalán -y la consiguiente expulsión del castellano-, y sobre todo el uso y abuso del lenguaje convertir a la independencia, en una ideología hegemónica que absorbe, engulle y desplaza a todas las demás opciones políticas, que automáticamente son tachados de malos catalanes, reaccionarios y fascistas si rechazan a la nueva ideología-religión en que consiste el independentismo.

El nacionalismo radical catalán, como todos los nacionalismos se alimenta del sentimiento y la emoción siempre a rebosar, y yo añadiría que especialmente de la mentira, la manipulación y la falta de ética como tratare de explicar en este mismo artículo en materia de financiación, pertenencia a la Unión Europea ect..

Artur Más en un carta conjunta suscrita por los miembros de la candidatura de Junts pel Sí Carme Forcadell, Oriol Junqueras, y otros, publicada en el periódico El Pais de fecha 6 de septiembre de 2015 utilizaba los siguientes argumentos: “Catalunya ha amado España y la sigue amando. (…) No hay vuelta atrás, ni Tribunal Constitucional que coarte la democracia, ni Gobiernos que soslayen la voluntad de los catalanes (..)El problema no es España, es el estado español que nos trata como súbditos”.

Como habrá tenido ocasión de comprobar el lector abundan los razonamientos que apelan al sentimiento y no a la razón. Casi se podría decir, que dicha carta hubiera sido escrita por el joven William Walace en la película Braveheart.

En un nuevo ejercicio saludable de memoria histórica, convendría recordar que el nacionalismo catalán ha gobernado la Generalidad de Cataluña durante 40 años ininterrumpidos disponiendo de amplisimas competencias (que ya anhelarían tener otras regiones de los países más descentralizados del mundo)

Igualmente la antigua CIU (ahora denominado PDeCAT) ha participado de forma decisiva en la cogobernación de España, con su apoyo parlamentario a Felipe González (1993-1996), José Maria Aznar (1996-2000) y junto con Esquerra Republicana (ERC) e Izquierda Unida-Iniciativa per Catalunya Verds (IU-ICV) a José Luis Rodríguez Zapatero (2004-2011).

Si aceptamos como válido el exabrupto intelectual, de expresiones del tipo “España nos oprime, España nos roba”, habrán de aceptar los nacionalistas siguiendo la lógica aristotélica que ellos mismos han colaborado activamente en esa imaginada opresión.

Una de las quejas más comunes del independentismo catalán, consiste en el maltrato fiscal por parte del Gobierno central, la archiconocida expresión “Espanya ens roba”. Pues bien una vez más pura imaginación, que desmiente la realidad.

Las últimas y más importantes reformas de financiación autonómica que se han producido en los últimos 15 años, han contado con el voto favorable -y entusiasta en algunos casos- de los partidos nacionalistas (en el año 2001 la antigua CIU) con la Ley 21/2001, de 27 de diciembre y en el año 2009 (ERC y IU-ICV) con la Ley 22/2009, de 18 de diciembre, por lo que una vez más, aplicando la lógica aristotélica -y no el sentimiento-, habrá de concluirse que el nacionalismo catalán ha sido protagonista activo de su propio maltrato.

Otro de los puntos de inflexión que según el independentismo justifica su huida hacia delante, es la anulación por parte del Tribunal Constitucional del Estatuto de Cataluña del año 2006, que había sido aprobado en referéndum por el pueblo catalán.

Más allá de desconocer lo que significa el Estado de Derecho, una vez más -y ya son unas cuantas- la exageración desplaza a la realidad, por cuanto si alguien se ha tomado la molestia en leerse la Sentencia 31/2010, de 28 de junio de 2010 habrá podido comprobar como el Estatuto Catalán se mantiene incólume, siendo que apenas el 4% de los preceptos fueron anulados y otros pocos objeto de interpretación. Pero una vez más la afrenta imaginada se ha apoderado en el imaginario colectivo. Claro que entre leerse 491 páginas y creerse el eslogan, mejor lo fácil que lo difícil.

Llama poderosamente la atención que el nacionalismo radical proclame amar y anhelar tanto el Estatuto del año 2006, cuando éste en su artículo 222.1b) -también por cierto votado por el pueblo catalán-, requiere de dos tercios del parlamento autonómico, para su reforma, y en cambio con una mayoría simple, por el procedimiento de urgencia, sin debate previo y aplastando los derechos de la oposición parlamentaria, pretenden liquidar el Estatuto que tanto dicen querer.

Como se ha dicho con anterioridad, uno de los combustibles del nacionalismo es la mentira derivado de una absoluta falta de ética. El independentismo radical no se cansa de proclamar a los catalanes que seguirán perteneciendo a la Unión Europea, consumada la independencia, cuando precisamente la Comisión Europea ha dicho día sí día también, que una Cataluña independiente quedaría fuera de la Unión Europea.

El mantra continuamente invocado por el independentismo es que poner urnas y votar es siempre democrático.

Pues bien Stéphane Dion ex-ministro del Gobierno de Canadá y uno de los mayores expertos en secesionismo, ha señalado en multitud de ocasiones que la democracia y el principio de legalidad son inseparables, añadiendo “en una democracia se trata de ser solidario con todos tus conciudadanos. Aceptas a todos sin atender a sus orígenes, su idioma o su religión. Y el secesionismo es lo contrario. Con el secesionismo eliges a quiénes quieres mantener como conciudadanos y a quienes quieres convertir en extranjeros”.