Estelas funerarias

El día 18 de junio de 1938, Juan Negrín, presidente del Gobierno de la República, pronunció desde Madrid un discurso dirigido a todos los españoles. Al término, y después de advertir que no a todos iba a gustar lo que tenía que decir, evocó su anhelo de una paz que permitiera reincorporar a la ingente tarea de reconstruir y engrandecer a España “a todos los compatriotas que de buena fe quieran cumplir los deberes que a todos nos reclaman”, y exclamó: “El gobernante que, al cesar la contienda, no comprenda que su primer deber es lograr la conciliación y armonía que hagan posible la convivencia ciudadana, ¡maldito sea!” La máxima aspiración del hombre de Estado, añadió, “deberá ser que sin transcurrir muchos años, en las estelas funerarias de cada pueblo figuren hermanados los nombres de las víctimas de la lucha, como mártires por una causa de la que debe surgir una nueva y grande Patria”.

Que en las estelas funerarias de cada pueblo figuren hermanados los nombres de las víctimas de la lucha: quizá debían recordar estas palabras de Juan Negrín los concejales del Ayuntamiento de Madrid Mauricio Valiente, de Ahora Madrid, y Ramón Silva, del Partido Socialista, que se han negado a considerar siquiera la posibilidad de que el memorial a las víctimas de la represión franquista, proyectado en el cementerio de la Almudena, incorpore también los nombres de las víctimas de la represión republicana. Si lo hicieran, si se pararan aunque solo fuera un momento, a reflexionar sobre las palabras de Negrín, tal vez el memorial recordaría a todas las víctimas de la violencia y de la represión que siguió en Madrid al golpe de Estado militar contra la República, que continuó durante los meses de verano y otoño de 1936 y que volvió a multiplicarse con la caída de la capital de la República en manos del ejército de ocupación. Tal vez así, los ciudadanos madrileños llegarían a saber que de la represión republicana resultaron en Madrid y su provincia 8.815 muertos y que de la franquista, toda ella ejecutada en los años de posguerra, resultaron 3.474 muertos, unas magnitudes similares, por cierto, a las de toda Cataluña, donde por represión republicana murieron 8.826 persona y por represión franquista 3.688.

Y no se diga que los muertos por represión republicana ya tuvieron su memoria y sus homenajes en los años de dictadura. Precisamente de lo que se trata ahora es de que el modelo implantado por la dictadura no se repita en la democracia, aunque sea vuelto del revés. A los 80 años del comienzo de aquellas matanzas sería buen momento para que los demócratas prestaran oídos  a las palabras de Juan Negrín, que nunca tuvo nada de equidistante, y actuaran en consecuencia. Lamentablemente, exterminio fue consigna corriente en los discursos de dirigentes políticos de los dos campos en guerra: corresponde a los demócratas, transcurridas ocho décadas, evitar el exterminio de la memoria de todos los que sufrieron persecución y muerte por motivos ideológicos, políticos o religiosos, en cualquiera de las retaguardias de los dos campos en guerra. Ese es el principio de la justicia auténtica: todas las víctimas tienen derecho a ser consideradas y recordadas como tales, no porque sean de un lado o de otro, sino porque su muerte como víctimas las iguala a todas.

Nota: Los datos de la represión franquista y de la represión republicana proceden de Julio Prada Rodríguez, La España masacrada. La represión franquista en la guerra y la posguerra. Madrid, Alianza, 2010, pp. 436-438. Las citas del discurso de Juan Negrín están tomadas de ABC, Madrid, 19 de junio de 1938. En La Vanguardia, de Barcelona, suprimieron, “por causas ajenas”, el final del discurso.