Discurso del presidente en los IV Premios Hay Derecho 2019

Señor vicepresidente del Congreso, otras autoridades y personalidades presentes: muchas gracias por asistir a este Premio tan grato para la Fundación, por ser positivo, por ser ejemplarizante y por ser festivo. Muchas gracias también a quienes hacen posible este premio y, en realidad, toda la actividad de la Fundación: Lucía Prados, Carmina Álvarez Merino, Carlota Tarín y Almudena de la Peña. Y un reconocimiento a mis coeditores Segismundo Álvarez, Elisa de la Nuez, Rodrigo Tena, Fernando Gomá, Matilde Cuena, y a los queridos y currantes junior Ignacio Gomá Garcés, Pablo Ojeda, Miguel Fernández Benavides, Nicolás González Muñoz y Matías González Corona. Sin su esfuerzo desinteresado nada de esto sería posible. Gracias a nuestras parejas y familia, cuyo tiempo hipotecamos en garantía de la misma deuda.

Hoy premiamos a dos personas que lo merecen por haber defendido, cada uno en su ámbito, el Estado de derecho. He dicho bien: defender el Estado de derecho, no simplemente respetar las normas o cumplir con su obligación.

Me gustaría dedicar a unas palabras a este concepto y a reivindicar la importancia de su defensa que es, como se sabe, el designio y divisa fundamental de nuestra Fundación,

Sé que movilizarse por la defensa del Estado de Derecho parece, así, de primeras, como si fuera alzarse a favor de la reforma del impuesto de Actos Jurídicos Documentados o el sistema métrico decimal. Algo mucho menos cool que salvar al orangután de lomo plateado o a la ballena yugurta o jorobada, seres grandes, bien visibles y dotados de cierto encanto.

Ante eso, el Estado de derecho no emociona. Nos parece, algo propio de alemanes decimonónicos con gafas redonditas que en cualquier momento te pueden espetar una palabra larguísima llena de consonantes y oes con diéresis.

Y no andamos desencaminados. Nada menos que Kant define el Estado como la unión de hombres bajo las leyes, y dice que las leyes son en esencia los principios de la razón. Poco después, en 1813, Welcker acuña el término de Estado de derecho que se identifica con el Estado en que se gobierna según la voluntad general racional. Quédense, por el momento, con esta idea de triunfo de la razón.

En un primer momento, el Estado de Derecho es un concepto fundamentalmente formal. La burguesía triunfante en los Estados liberales trata de conseguir un objetivo muy concreto: evitar la discrecionalidad de la Administración, que hasta entonces entendía que tenía libertad absoluta en todo lo que no le estaba prohibido. Según esta idea, hasta un país no democrático podía ser un Estado de derecho. Pero pronto la idea evoluciona hacia un concepto material, porque otros intereses diferentes de la burguesía empiezan a ser relevantes. Así, en el concepto moderno de Estado de derecho material se exige al menos:

  1. El imperio de la ley, emanada de la voluntad general, representada en el poder legislativo elegido libremente mediante elecciones periódicas.
  2. La división de poderes.
  3. La legalidad de la Administración.
  4. El reconocimiento de los derechos y libertades fundamentales.

Por tanto, democracia –es decir, gobierno del pueblo- y Estado de derecho –gobierno de la ley y no de los hombres- son conceptos distintos que, teóricamente, podrían subsistir el uno sin el otro, pero que son indisolubles en un concepto avanzado de democracia y en un Estado de derecho material

Una democracia sin Estado de derecho es un Estado gobernado por personas elegidas pero que no se someten a ningún control, no rinden cuentas, donde no hay separación de poderes. Ni es algo nuevo ni es deseable. Ya Aristóteles dijo hace casi 25 siglos que donde no son soberanas las leyes, sino el pueblo, allí surgen los demagogos“.

Por el contrario, un Estado de Derecho formal, con controles e imperio de la ley, pero sin posibilidad de elegir y derrocar a los gobernantes, no es un sistema democrático y a medio plazo está condenado al conflicto.

Por eso, cuando hablamos de democracia, de libertad, de igualdad me viene a la cabeza la famosa película de los años noventa ¿Por qué le llaman amor cuando quieren decir sexo? En realidad, hablamos de conceptos tan bellos y amplios como democracia pero lo que en realidad anhelamos es algo más práctico y material: queremos una democracia en que la ley impere y los gobernantes no sean arbitrarios, una libertad que respete los derechos de los demás y una igualdad que permita la libertad y los derechos fundamentales. Un país donde la plaza se adjudique al más competente y no al primo del presidente del tribunal, donde no haya que sobornar para que te den lo que te corresponde.

Cuando Martin Luther King y cientos de manifestantes negros provenientes de Selma marchaban de manera pacífica hacia Montgomery no luchaban por la democracia sino por el Estado de Derecho, porque lo que ocurría es que aunque teóricamente el derecho al voto estaba reconocido a los negros, el estado lo obstaculizaba burocráticamente y con intimidación. Allí en realidad lo que se pedía era Estado de derecho material: sexo, no amor; algo más prosaico y material, pero imprescindible.

¿Está en peligro hoy el Estado de derecho? Ni la Fundación ni yo mismo somos catastrofistas: hay índices que nos muestran que, en muchos aspectos, este tiempo es el mejor de la Historia. Pero las instituciones y los logros históricos son frágiles y cuando los hemos obtenido tendemos a pensar que los teníamos desde siempre y los descuidamos. El Estado de derecho es un fruto de la Ilustración y, por tanto, de la razón. Y hoy tiene, a mi modo de ver dos amenazas.

Una es la consecuencia de una cierta degradación de la democracia por el anquilosamiento de sus instituciones, y fundamentalmente de los partidos, que considerándose depositarios de la voluntad popular vieron prescindibles las normas y procedimientos, como si fueran incómodos obstáculos a la democracia, lo que lleva al conflicto de intereses y, finalmente, a la corrupción, como bellamente nos hizo ver Muñoz Molina en su librito Todo lo que era sólido. Nuestra premiada Irma es, precisamente, una luchadora contra esta degradación.

La otra amenaza viene del populismo y del nacionalismo, y es la degradación de la norma, de los procedimientos y del Estado de Derecho a consecuencia de una concepción errónea y torticera de la democracia. No hace falta irse muy lejos: hace una semana, el presidente Torra proclamaba que la democracia está por encima de la ley. Como dice Böckenförde, la supresión de la libertad en los regímenes totalitarios no comienza nunca con un respeto escrupuloso de las garantías formales y los procedimientos sino con su quebrantamiento en nombre de un derecho material y prepositivo superior, ya sea la religión verdadera, el proletariado o el pueblo, en nuestro caso el catalán.

El sentimiento se sobrepone a la frágil razón y surge la polarización, el enfrentamiento, la mentira, el trazo gordo, el chute en vena de la droga del sentimiento colectivo. Como en el Capricho de Goya el sueño de la razón produce monstruos.

Por supuesto, las instituciones democráticas son criticables, también con la razón, y eso las hace parecer frágiles. Y las nuestras son democráticas. Mucho, aunque dudemos. Y es que la diferencia entre los que son demócratas y los que no lo son es la misma que hay entre los listos y los tontos: como decía Ortega, el listo siempre está a cinco minutos de verse tonto a sí mismo; y el demócrata siempre está a cinco minutos de verse no demócrata, autoritario y abusón. Por eso, en una democracia verdadera existe crítica, duda, balances y contrabalances. Eso es una democracia y no las unanimidades bajo la bandera, los desfiles con antorchas y los editoriales idénticos de todos los medios de comunicación.

En la Fundación hacemos un esfuerzo por volver a los valores de la razón. Eso no quiere decir que renunciemos a los de proximidad, desformalización y atención a los que sufren que aporta la posmodernidad. Queremos lo que podríamos llamar una razón empática, una razón que quiere conservar los valores de la ilustración y mejorarlos con la empatía con los que sufren, con la lucha contra la desigualdad injusta, con el reconocimiento de las identidades, siempre dentro de las reglas del juego, que pueden cambiarse si se sigue el procedimiento, pero que han de respetarse.

Y por supuesto, compatible con diversas opciones políticas. Por eso en nuestro patronato tenemos gente de todas las tendencias y consideramos un éxito de la razón que esa diversidad coincida en una cosa: respetar las reglas y dentro de ellas que gane el más votado.

No es nada nuevo. Pero, como dice Hayek, para que las viejas verdades mantengan su impronta deben reintroducirse en el lenguaje y en los conceptos de las nuevas generaciones. Llamémosle razón empática, llamémosle reglas del juego, pero seamos conscientes que sin Estado de derecho lo que nos viene será injusticia, arbitrariedad, desigualdad y caos.

Nuestros premiados de hoy son los héroes de esta lucha, aunque quizá ellos no lo hayan planteado así. Han defendido la ley, el estado de Derecho, la racionalidad y con ello la democracia, la justicia, la libertad, o sea, el amor. Y ambos lo han hecho contra los dos enemigos modernos:

Irma Ferrer en su lucha contra la corrupción, el capitalismo clientelar que privatiza las ganancias y socializa las pérdidas usando como pago lo que es de todos: el medio ambiente, la ordenación urbanística, lo que es de todos

Pere Huguet ha defendido las reglas del todo frente a la voluntad de la parte en la deriva soberanista catalana.

Enhorabuena.