La Europa de los charlatanes

“Cuando Alicia, perdida en el País de las maravillas, le preguntó al Gato qué camino debía seguir, él le respondió que dependía de a dónde quisiera ir. Cuando ella, como Europa, replicó que le daba casi igual dónde acabar, su respuesta fue inmediata: “Entonces no importa qué camino sigas”.

Pablo R. Suanzes

 

Escribía el hoy denostado exprimer ministro británico David Cameron [1], en el año 2014, que “para muchos ciudadanos europeos, el tema más interesante en estos momentos es quién se llevará la Copa del Mundial 2014. Tan solo una pequeña minoría seguirá el debate sobre la presidencia de la Comisión Europea. Pero este es un tema importante, porque está íntimamente ligado a la forma en la que la UE toma sus decisiones, a la necesidad de que se respeten sus normas, y a una relación adecuada entre las naciones de Europa y las instituciones de la UE. Los votantes de toda Europa lanzaron un mensaje bien claro en estas últimas elecciones al Parlamento Europeo. Se sienten desilusionados por cómo funciona ahora Europa. Exigen un cambio, que la UE se centre en los problemas que les afectan a ellos: la competitividad, el crecimiento y el empleo. Y quieren que la UE les ayude, no que se limite a dar instrucciones. Esto ha quedado claro con el auge de los partidos antieuropeistas, el descenso de los que acuden a las urnas y el menor apoyo a los partidos políticos más importantes en el Parlamento Europeo”.

Lo dicho por quien hoy es considerado por los europeístas de salón como uno de los culpables del Brexit, sigue hoy –más que ayer- plenamente vigente, máxime teniendo en cuenta “la respuesta” que está dando Europa a la crisis del Coronavirus.

El problema viene dado, principalmente, porque buena parte de los ciudadanos europeos (entre ellos la mayoría de los españoles) se han despreocupado y están ausentes de la política europea. Bruselas les queda demasiado lejos y no tienen la más mínima idea de lo que hacen esos 705 bienpagados eurodiputados que nos representan, con su acompañamiento de asistentes y funcionarios; entre otras cuestiones, porque la política de multilingüismo ha fracasado (con la bendición incluso de la Defensora del Pueblo Europeo) por exigencias de la austeridad. Austeridad que no impide los derroches de sus señorías; el Parlamento Europeo dispone, nada menos, que de tres sedes: Estrasburgo, Bruselas y Luxemburgo. En un informe a disposición del Parlamento del año 2011 se puede leer que “si el Parlamento tuviera una sola sede, se podrían obtener ahorros de verdad; de hecho, en el informe del Secretario General sobre el anteproyecto de estado de previsiones para el ejercicio 2011, la estimación del coste anual de la dispersión geográfica del Parlamento es de unos 160.000.000 de euros, lo que representa el 9 % aproximadamente del presupuesto total del Parlamento; llama la atención sobre el hecho de que ahora mismo la decisión de modificar esta situación –y de ahorrar unos 160.000.000 euros al año, así como de reducir considerablemente la huella de carbono del Parlamento– recae exclusivamente sobre el Consejo Europeo (Estados miembros)”[2]. A los dirigentes europeos parece que les sigue importando poco el despilfarro y la contaminación que provoca esto. No hay dinero para el multilingüismo, pero si para estas sandeces.

Sobre la Comisión Europea se puede decir tres cuartos de lo mismo: ¿cuántos ciudadanos conocen a sus miembros –y lo que hacen-, especialmente al designado por su propio país? Se ha escrito incluso que en la época del histriónico presidente Juncker quien verdaderamente mandaba era el entonces Secretario General, Martin Selmayr [3]. Descocemos lo que dará de sí la nueva Comisión de la señora Von der Leyen, quien ha apelado en sede parlamentaria a la solidaridad entre países de la UE para actuar “con un corazón grande, no con 27 pequeños”, y ha advertido de que la pandemia de coronavirus podría “dividir definitivamente” a los países de la Unión entre ricos y pobres [4].

Una Comisión burocratizada, ajena a los problemas de los ciudadanos. Por poner un ejemplo, no respeta su propia normativa sobre relaciones con los ciudadanos/empresas denunciantes de infracciones del Derecho de la UE. Algunas denuncias tardan hasta nueve años en tramitarse, y la Defensora del Pueblo Europeo considera que eso no es mala administración. No se hacen respetar las decisiones y acuerdos adoptadas en el seno de la UE: a título de ejemplo las sanciones impuestas a políticos venezolanos y el bochornoso Delcygate en suelo español, del no hemos vuelto a tener noticias. Menuda política exterior (común) de la UE.

De gran interés es la carta que el ciudadano Eduardo Vigil remite a la directora de El País (¿Existe la Unión Europea para los ciudadanos?[5]), cuya lectura aconsejo: ¿Sienten los ciudadanos de Italia y España que la Unión, su Parlamento y su Consejo están preocupados por nosotros? Recuerdo mucha mayor preocupación en la crisis financiera que la que percibo ahora. Si no nos demuestran ahora que las instituciones europeas se preocupan por los ciudadanos, volvamos a lo que conocíamos como Mercado Común, resultaba mucho más creíble, ya que claramente su objetivo era el mercado y los capitales”.

En el año 2013, la hoy directora de El País, Soledad Gallego-Díaz, daba su “Adiós a la peor generación de directivos europeos” [6] y decía que “las instituciones europeas han atravesado, en mitad de la peor crisis económica posible, la peor crisis de falta de protagonismo y de falta de capacidad política que se recuerda en la UE, ocupadas, para desgracia de los ciudadanos, por personajes sin carácter ni convicciones que han producido un daño considerable al proyecto europeo. Y que es urgente cambiar esa situación. Es urgente que los ciudadanos europeos nos vayamos fijando en los posibles candidatos porque ya sabemos, por las heridas que nos dejan en la piel, que quienes hacen política en Europa hacen política sobre nosotros, sobre nuestro futuro y nuestros derechos”. Me temo que los que vinieron después no mejoraron en nada la situación y está por ver que los que ahora están lo hagan, aunque haya un Vicepresidente-comisario cuya cartera se denomina “Promoción de nuestro Modo de Vida Europeo (sic)”.

Par terminar, me remito al espléndido análisis que hizo recientemente el corresponsal de El Mundo en Bruselas, Pablo R Suances[7]: “La ausencia de un debate profundo, maduro y crítico sobre la UE, la construcción, las instituciones, las ambiciones, es sangrante y no inocua. En los países de nuestro entorno, grandes y pequeños, la discusión existe. A veces en términos razonables y otras muchas no, pero los ciudadanos conocen posturas y argumentos que los españoles no han escuchado nunca. Los que están en contra, con la UE como chivo expiatorio, pero también los que están a favor, más allá de la paz o la prosperidad. Que son los elementos esenciales, la raison d’être de la Unión, pero insuficientes por sí mismos para satisfacer a generaciones que no pueden concebir la idea de guerra o muros internos. “Nuestro gobierno ya no se puede apuntar a un consenso que no existe en muchos asuntos importantes. Debe presentar iniciativas que conformen la agenda del futuro de la UE, explicar cuáles los intereses españoles y su visión de qué Europa queremos en las instituciones de Bruselas y dentro del país”, apunta José M. de Areilza, Profesor de ESADE y experto en Derecho europeo. Porque si no haces Europa, te la acaban haciendo. Ha sido típico meter en un mismo saco a todos los que tienen opiniones que se alejan de la convención, equiparando a partidos o voces extremistas o nihilistas, que abogan por la destrucción de la UE, con quienes están cómodos en ella pero aspiran simplemente a menos integración o añoran los tiempos del mercado único y poco más. Se da por hecho que la única vía aceptable es una Unión cada vez más fuerte, marginando y despreciando posiciones escépticas sobre el ritmo o el destino. Un discurso que genera descontentos y que empuja a quienes están hoy más alejados del sentir mayoritario todavía más hacia el extremo. Hasta ahora han sido pocos, o no han estado organizados, pero su discurso, que tiene eco y altavoz en la Eurocámara, empieza a coger forma y fondo”.

No comparto la idea que tienen algunos [8] de que el inter-gubernamentalismo es el responsable de que no se dé una respuesta común europea a la crisis del Covid-19. El método inter-gubernamental es un mecanismo más de actuación dentro de la UE y el problema no es de forma, sino de fondo: si se quiere o no actuar en común en determinadas cuestiones.

Por mi parte, me declaro entre los que aspiran a menos integración y añoran los tiempos del mercado único y poco más; considerando que es un grave error que la única vía aceptable es una Unión que cada vez haga más cosas de las que tenemos poca noticia o simplemente perjudican lo importante, lo que ha dado éxito a la UE.

 

NOTAS

[1] “La presidencia de la Comisión Europea”. https://www.gov.uk/government/news/presidency-of-the-european-commission-article-by-david-cameron.es 13 de junio de 2014.

[2] (https://hayderecho.expansion.com/2011/07/12/despilfarro-en-el-parlamento-europeo-tres-sedes/).

[3] https://elpais.com/internacional/2019/07/26/actualidad/1564155449_513809.html

[4] https://www.elmundo.es/internacional/2020/03/26/5e7cbb44fdddff429b8b465e.html

[5] https://elpais.com/elpais/2020/03/21/opinion/1584811445_210203.html

[6] https://elpais.com/elpais/2013/10/04/opinion/1380890014_306220.html

[7] “España: del europeísmo naíf a la amenaza euroescéptica”. El Mundo, 23 de febrero de 2020. http://felipesahagun.es/wp-content/uploads/2020/02/Espa%C3%B1a-y-Eyuropa-por-Suanzas-Feb-22-2020.pdf

[8] Andoni Montes: “No culmen a la Unión Europea…” http://agendapublica.elpais.com/no-culpen-a-la-union-europea/