Por unos nuevos Pactos de la Moncloa

El presidente del gobierno evocó ayer en su alocución los Pactos de la Moncloa y otros partidos y medios han usado de su ejemplo en los últimos días. Consideramos por ello que conviene traerlos también a colación en este blog.

La iniciativa de los Pactos de la Moncloa surge en el verano de 1977 a instancia de Enrique Fuentes Quintana, Vicepresidente para Asuntos Económicos en el segundo Gobierno de Adolfo Suárez. Por entonces España atravesaba una fortísima crisis económica como consecuencia de la crisis del petróleo y de su nefasta gestión durante el último año del franquismo y el primero de la transición, pero que se había también agravado con una gravisíma crisis institucional, básicamente como consecuencia de que todavía nos encontrábamos sin Constitución, es decir, sin nuevas instituciones. La inflación se disparó al 30% y el paro aumentaba. Había que detenerlos.

En definitiva, España necesitaba una urgente reconversión social y económica que iba a exigir un importantísimo sacrificio para todos y cada uno de los ciudadanos de los diferentes estratos sociales, careciendo además de la fortaleza institucional necesaria para afrontarla con garantías. Además el gobierno carecía de mayoría absoluta ¿Les suena?

Fuentes Quintana se dio cuenta de que el Gobierno de UCD no puede hacer este trabajo solo. Ni siquiera aunque UCD hubiera tenido mayoría absoluta hubiera sido posible, pero es que no la tenía. La razón es muy simple: las reformas que se necesitaban no eran precisamente coyunturales, sino reformas estructurales y estratégicas a largo plazo, que necesitaban el consenso y la aceptación del conjunto de las fuerzas políticas. Que en una democracia representan todas a los ciudadanos, no lo olvidemos, desde los de extrema izquierda a los de extrema derecha. Recordemos que entonces incluían desde los comunistas a los franquistas pasando por los nacionalistas de entonces. Por último, tenía claro que las medidas económicas tenían que ir acompañadas de reformas institucionales que las facilitasen, so pena de convertirlas en papel mojado. Por eso ante una crisis de esta envergadura no había una respuesta posible de partido o de partidos. Solo podía haberla del Estado o del país o de la nación, como prefieran. Es decir, de todas y cada una de las fuerzas políticas y sociales que conforman la realidad que es España. No sobraba nadie. Y porque no sobraba nadie, salió bien.

¿Cómo se llevaron a cabo estos pactos? El Gobierno encargó un documento a un grupo reducido de expertos que lo preparó en secreto durante el mes de septiembre de 1977. El documento se discute los días 7 y 8 de octubre en el Palacio de la Moncloa. A continuación se formaron distintos grupos de trabajo con representantes de los distintos partidos para ir perfilando las diferentes cuestiones. La discusión continuó durante todo ese mes y el documento final se firmó el 27 de octubre por los representantes de todos los partidos, y posteriormente fue aprobado por el Parlamento. Todo en un tiempo record. Quizás porque mucha gente experta sabía lo que había que hacer desde hacía mucho.

Se pactaron medidas económicas a corto plazo (política monetaria, reducción del gasto público, método de cálculo para los aumentos salariales), a medio plazo (política presupuestaria, reforma de los impuestos, nuevo Estatuto de los Trabajadores con flexibilización del despido, reforma del sistema financiero) y a largo plazo (limitación de la dependencia energética del exterior, reconversión de los sectores industriales y de la producción agrícola). Y, por ultimo se acordó una parte política institucional en complemento de lo anterior, básicamente centrada en el reconocimiento formal de una serie de libertades.

Como resultado de la moderación salarial conseguida, la inflación se redujo prácticamente a la mitad en dos años, pero no fue suficiente para contener el crecimiento del paro. De los restantes acuerdos adoptados, tan solo la reforma fiscal llegó a buen puerto, mediante la implantación del IRPF, con la consiguiente posibilidad de mejorar las prestaciones sociales. Pero, en cambio, los Pactos de la Moncloa corrigieron algunos de los desequilibrios de la economía española y afirmaron el proceso de transición, iniciando una tradición de acuerdo social mediante el intercambio de contención salarial y reducción de la conflictividad a cambio de compensaciones sociales y reconocimiento simbólico de los actores implicados.

Cuentan los que lo vivieron (José Luis Leal) que fue bastante difícil convencer a las bases de los diferentes partidos. Cuando los dirigentes iban a dar mítines se encontraban con que había gente que devolvía los carnés de militancia. Pero lo cierto es que lo suscribieron y lo mantuvieron. Hay que agradecérselo. Supieron estar a la altura de lo que los tiempos reclamaban.

Pensamos que si entonces había motivo para intentarlo, con mucha mayor razón lo hay ahora. Por supuesto, la pugna política forma parte de la democracia, pues los partidos agregan preferencias políticas de diversos grupos sociales y mediante la confrontación, el acuerdo y el juego de las mayorías y el cambio de estas logran un decantado más útil para lograr el progreso, la convivencia y la paz social que el que resultaría de una permanente mayoría absoluta. Pero hay veces que no es así. Hay situaciones internas de extraordinaria división social que pueden llevar a una cultura del acuerdo, como ocurrió en la llamada democracia consociativa de los Países Bajos, dividido por enormes diferencias sociales, religiosas, culturales y lingüísticas. Otras veces son ataques exteriores los que obligan a prescindir de la enriquecedora (aunque también irritante) lucha política, porque todas las fuerzas han de ponerse frente al enemigo común, como ha ocurrido tras los conflictos bélicos. La crisis que atravesamos no tiene precedentes en los últimos cien años, ni en España ni en el mundo. El enemigo es exterior pero no es otra nación u otro Estado: es un virus muy agresivo. La reacción va a exigir apuestas fortísimas que repercutirán durante nuestra economía y nuestra sociedad durante muchos años. Los sacrificios tiene que repartirse -lo que no sucedió durante la anterior crisis por cierto- de manera equilibrada. Y para equilibrar las cosas nadie ha inventado nada mejor que el consenso y el acuerdo. Además, al igual que lo que ocurrió entonces, las medidas que se adopten deben ir acompañadas de reformas institucionales profundas, que implanten de una vez la meritocracia, la responsabilidad y la rendición de cuentas en las que este blog insiste desde hace diez años. Y que desarrollen políticas públicas que se fundamenten en la evidencia empírica y no en ocurrencias o en cortoplacismos políticos que ahora no tienen ningún sentido. El tiempo de oportunistas, provocadores y propagandistas ha pasado.

Tenemos que contar por supuesto con las Administraciones autonómicas, máxime cuando ahora nos encontramos en un Estado infinitamente más descentralizado territorial y funcionalmente de lo que lo estaba la España de 1977. Especialmente desde el momento en que la sanidad pública tiene que ser uno de los principales sectores necesitados de profunda actualización y puesta a punto. Se necesita dignificar las profesiones sanitarias y dotarles de los medios necesarios, porque con aplausos no basta. En definitiva, cualquier lección que queramos aprender de esta pandemia, tanto para resolverla lo mejor posible como para prevenir la siguiente, va a exigir, en consecuencia, consenso.

Nos preguntamos, por último, si nuestros actuales representantes políticos serán capaces de lo mismo. Muchos nos dicen que tenemos la peor clase política de todos los tiempos y que es impensable pedirles generosidad, altura de mira y cesiones y renuncias. Justo lo que ellos nos piden a nosotros como ciudadanos. Sin duda, la pandemia nos ha alcanzado en un momento político delicado: con un gobierno formado tras dos elecciones y con acuerdos -por decirlo suavemente- arriesgados en un ambiente de grave polarización. Pero nosotros somos optimistas y pensamos, en primer lugar, que frente a pronósticos catastrofistas, una crisis como la presente, externa e inesperada, puede hacer que salgamos con el tiempo hasta más fuertes; en segundo lugar, que cualquier líder político que se enfrente con una situación como la que vivimos es capaz de elevarse por encima de sus limitaciones si tiene el apoyo de los demás y la convicción de que todos actuarán con lealtad para conseguir que este desastre no se lleve el futuro de los españoles por delante. Y en todo caso, desde la sociedad civil y como ciudadanos, tenemos todo el derecho a exigirlo.