Lecciones del Sacro Imperio (comentario al último libro de Sosa Wagner)

En su último libro titulado Gracia y desgracia del Sacro Imperio Romano Germánico, Francisco Sosa Wagner nos ilustra sobre uno de los fenómenos político-jurídicos de mayor transcendencia en la historia de Europa. Y lo hace desde la atalaya privilegiada de un determinado tiempo (su extinción tras la guerras napoleónicas), un lugar (Baviera, uno de sus territorios más interesantes y representativos) y un hombre (el primer ministro bávaro Maximiliam Graf von Montgelas). Con los pies firmemente asentados en ese lugar, Sosa dirige su catalejo hacia atrás y hacia delante con la finalidad de ayudarnos a entender una de las realidades históricas más apasionantes de nuestra rica historia común, y que tanto influjo ha ejercido y sigue ejerciendo sobre nuestra realidad política institucional a nivel europeo.

Es una realidad, además, poco conocida en España, pese a los estrechísimos vínculos que han unido nuestra historia nacional a la del Sacro Imperio, especialmente durante los largos siglos de la preeminencia española en Europa bajo la casa de Austria. Nadie puede desconocer la vinculación familiar, económica y político-estratégica entre los dos imperios, pero tampoco la intelectual y cultural. Como simple botón de muestra basta recordar que nuestro gran Saavedra Fajardo redactó sus Empresas políticas siendo plenipotenciario español en la corte de Baviera en tiempos del Duque Maximiliano I y de la Paz de Westfalia, y que el libro vio la luz en Múnich con gran éxito en toda Europa. Tampoco el influjo de los escolásticos españoles sobre los cultivadores alemanes del Derecho natural. Y si de ahí pasamos a la filosofía basta recordar que Leibniz era un apasionado de Suárez, cuyas Disputaciones metáfísicas –nos dice- leyó en la juventud como si fuera una novela (algo que ni antes ni después de él nadie ha sido capaz de emular).

Por eso resulta tan ilusionante encontrase con una obra como esta, que, sin perjuicio de su rigor, puede leerse como una novela (esta vez sí) y que nos ilustra con claridad y sencillez sobre la compleja estructura jurídica de un imperio en continuo movimiento histórico y que tantas resonancias tienen para la actualidad española y europea. Es necesario recordar que el imperio constituía un impresionante mosaico de composición variable integrado por principados, ducados, señoríos, ciudades… de muy diferente tamaño e importancia, que elegían al emperador por un sistema electivo atribuido a los famosos príncipes electores, en el que el poder se repartía entre el Reich y los Estados de la federación en un delicado y cambiante equilibrio, atravesado a su vez por una multiplicidad de lenguas y de religiones en lucha incesante. Que algo así pudiese durar tanto siglos es un milagro de la mecánica política, cuya sola observación nos previene frente a los modernos agoreros dispuestos a advertir en cada crisis coyuntural el fin de la Unión Europea.

Para que el Imperio llegase a su fin (o quizás a una nueva transición, pues hubo reyes en Múnich hasta 1919) fue necesario la vorágine de las guerras napoleónicas, aunque hay que reconocer que en ese momento estaba ya muy tocado. Por mucha flexibilidad que hubiera podido demostrar a los largo de los siglos, los tiempos históricos eran otros y la pujanza de Prusia y Austria, acompañada de la ola nacional y liberal desatada por la Ilustración, amenazaban con romper definitivamente sus costuras.

Es precisamente en este momento crítico, y en un territorio de fuerte singularidad y protagonismo político como Baviera, donde Sosa concentra especialmente su atención, utilizando a tal fin la interesantísima figura del Montgelas, un político ilustrado de amplios intereses, notable habilidad y larga visión. Pocos políticos han podido tener nunca una misión más difícil en un momento clave de transición, máxime bajo la presión de una situación internacional explosiva, rodeado de colosos con pocos escrúpulos, como Francia, Austria, Rusia y Prusia, y personajes de la talla de Napoleón, Metternich, Talleyrand, etc. El autor combina con inteligencia la historia, la anécdota, el agudo análisis de la situación o del carácter, con las correspondientes aportaciones jurídicas en un momento decisivo para la evolución del Derecho público europeo.

En fin, creo que no solo el iuspublicista, sino cualquier lector interesado en la actual arquitectura jurídico-política española y europea,  puede extraer interesantes lecciones de su lectura. En mi modesta opinión, seguramente equivocada y que en absoluto cabe imputar al autor, la que me resulta más interesante es la deducción de que el modelo teórico del Estado nación soberano, asombrosamente todavía dominante, es una aberración histórica, política y me atrevería decir que intelectual. Europa es un mosaico muy variado y plural, pero íntimamente integrado. Necesitamos estructuras políticas que sean capaces de reflejar y aprovechar esa riqueza pero también esa vinculación, especialmente cuando estamos rodeados de un mundo de colosos todavía con menos escrúpulos de los que rodeaban a Montgelas. La “vuelta” al Estado Nación, bajo formato macro o más bien micro, es una ficción, un sueño, no de la razón sino de la irracionalidad, que solo puede producir monstruos.