Diario de Barcelona: ¿Qué se hizo de UCD?

¿Qué se hizo de UCD? De los barones de entonces, ¿qué se hicieron? ¿Qué fue de tanto galán? ¿Y qué de tanta invención como trujeron? Podríamos seguir parafraseando la copla manriqueña y concluir que “cualquier tiempo pasado fue mejor” o, si como parce fue la intención del poeta al escribirlo, “cualquier tiempo, pasado fue mejor” (con coma después de “tiempo”), es decir, que mejor olvidar lo ya pasado y que miremos, no se si con optimismo o realismo, el futuro que tenemos delate nuestro. Pues para que conozcamos lo que ha pasado en España a lo largo de estos cuarenta años de la llamada Transición, como ya les anuncié en este Diario de Barcelona la semana pasada, Juan Antonio Ortega y Diaz-Ambrona ha escrito 1080 páginas en dos volúmenes publicados por Galaxia Gutenberg: “Memorial de Transiciones” (2014) y “Las transiciones de UCD” (2020).

Juan Antonio Ortega, a quien conozco bien desde los tiempos del grupo Tácito (1974) y con el que colaboré en el ministerio de Justicia, es un hombre de vasta cultura, con importante formación filosófica y jurídica (discípulo de Luis Legaz Lacambra) y con sentido práctico, aunque riguroso, del uso de la ley. Fue uno de los artífices del desarrollo legislativo de la Constitución de 1978: Ley General Penitenciaria; Ley Orgánica del Tribunal Constitucional; L.O. del Consejo General del Poder Judicial; L.O. de Modalidades de Referéndum; L.O. del Consejo de Estado; L.O. de Libertad Religiosa; L.O. del Defensor del Pueblo; L.O. de Protección de la Intimidad; y L.O. del Tribunal de Cuentas. Todas esas leyes, fueron aprobadas por un amplísimo consenso con menos de 30 votos en contra cada una de ellas, en el corto espacio de cuatro años. En esos años en los que Ortega y Díaz-Ambrona fue subsecretario de Justicia, secretario de Estado para el Desarrollo Constitucional, ministro para la Coordinación Legislativa y ministro de Educación y Ciencia con Adolfo Suárez; y luego, con Calvo-Sotelo, ministro de Educación y de Universidades. Y fue precisamente en la educación donde, por la cerrazón de socialistas y nacionalistas principalmente, no se pudo llegar a un acuerdo razonable y duradero. De esos polvos ahora tenemos estos lodos educativos.

Desde Cataluña se ve la política de diferente modo que en Madrid. Quienes hemos residido ahí varios decenios, conocemos bien lo que significa, sus virtudes y defectos, la capital de España. Juan Antonio Ortega es una de esas personas que siempre, no solo entendió lo que era Cataluña y su capital, Barcelona, sino que hizo todo lo posible para acercar la capital del Reino a la periferia. Lo explica de forma clara y amena, con escritura que en muchas ocasiones roza el gozo literario, en su reciente entrega de memorias: “Las transiciones de UCD (triunfo y desbandada del centrismo. 1978-1983)”. Cito algunas frases del Epílogo: “Las armas políticas del primer Suárez, y también de UCD, fueron el diálogo y el consenso. Pero hubo otros ingredientes en común con otras fuerzas políticas como el europeísmo…… UCD dejó también un legado significativo de decencia política general, en comparación con la pestilencia que nos invadiría años después… UCD plasmó por consenso con los socialistas esa arquitectura institucional de la democracia actual…. Luchó cuanto pudo contra el terrorismo de ETA. Superó un golpe de Estado militar con las únicas armas del derecho. Y trató de construir por consenso también, la estructura económica básica. No sé si en esto acertó. Yo mismo tenía otra idea alejada del <café para todos>. Pero fallaron varios intentos serios de racionalizar las autonomías de acuerdo con el PSOE”. De todo esto van estas memorias, esenciales, como las que comenté la semana pasada, las de Gregorio Marañón Bertrán de Lis (“Memorias de luz y niebla”).

Ortega va desgranando aquellos años en los que se convirtió en uno de los actores principales del cambio político, ese cambio que permitió tender “un puente de plata para el franquismo”, para que todo aquél que quisiera, desde la orilla de la dictadura, pudiera atravesar a la otra orilla, la de la democracia. Fueron, los de la UCD, hombres muy magnánimos y de extraordinaria cultura la mayoría de ellos. Suárez, que no se caracterizó por ser un hombre culto, pero sí un genio político, se rodeó de ministros mucho más preparados que él. Fueron también trabajadores incansables que no se daban un minuto de respiro, a lo sumo para escuchar en los trayectos de ida o vuelta al ministerio, como Juan Antonio cuenta, a los Clásicos Populares de Fernando Argenta y Araceli González Campa (una de las voces más sensuales que en la radio han sido). Y, last but not least, fueron hombres con sentido del humor capaces de reírse, incluso, de sí mismos. Y hubo, también, buenos escritores, como el propio Ortega, o el que fue su subsecretario en Educación, Antonio Fernández Galiano, que compuso un sarcástico soneto sobre algo tan poco poético como la comisión de Subsecretarios.

En estas memorias se describen con exactitud y “finezza” -tan ausente ahora de la vida política- muchos de los personajes que van apareciendo, constituyendo el libro una galería de retratos inolvidable. Doy algunos botones de muestra: de Leopoldo Calvo-Sotelo dice que fue “el más europeo de nuestros presidentes, con idiomas, viajes y conocimientos de economía”. De Federico Mayor Zaragoza, que le sucedió en el ministerio de Educación, se limita a recoger la imagen que de él da el propio Calvo-Sotelo: “Sabes, Juan Antonio, que uno de los errores que pienso haber cometido de presidente fue nombrar a Federico Mayor ministro de Educación y Ciencia. Me he convencido de que es un estúpido”. De Paco Ordóñez, ministro que fue de Exteriores con Felipe González, lo califica como “rápido de reflejos, listo y sibilino”. Y, en cambio, no duda en resaltar “el afecto, ternura y cercanía” de la reina Sofía. También se adentra en el enigmático “ya” del Rey a Milans del Bosch la noche del 23 de febrero: “Ya no me puedo volvcer atrás”. Y tampoco tienen desperdicio sus comentarios sobre el obispo José María Setién, que consideraba el derecho de autodeterminación de los pueblos como un derecho Natural; o lo que cuenta sobre Jordi Pujol y de la tremenda decepción que se llevó cuando afloró la rocambolesca historia del senyor Florenci, padre del ex president, y de los hijos de éste, así como de su mujer, “la madre superiora”.

A mi, con todo, lo que me ha causado más impresión en estas memorias, es lo que cuenta del asesinato del director general de Prisiones, su amigo al que recomendó para ese cargo siendo subsecretario de Justicia, Jesús Haddad. Haddad fue asesinado por el GRAPO, ese siniestro grupo terrorista que dirigía un tal “camarada Arenas”: “y allí vi, tendido y desnudo, el cuerpo joven de mi querido amigo y compañero, apenas cumplidos sus cuarenta años, con doce o trece orificios de bala, alguno en el pecho. Un verdadero horror”. Al año de ese crimen, el GRAPO intentó también asesinar, esa vez afortunadamente sin éxito, al sucesor de Jesús Haddad, Carlos García Valdés. Uno de los integrantes del comando fue Félix Novales quien, gracias a la cárcel que con la nueva ley Penitenciaria se había intentado humanizar desde el ministerio de Justicia, obtuvo la paz interior y renegó del terrorismo ayudado por personas tan sobresalientes como el filósofo Manuel Sacristán. Transcribo lo que dice del “camarada Arenas” (el equivalente al “hombre de paz” Arnaldo Otegui en ETA) en un precioso libro –“Tazón de Hierro”: “Allí, en el patio, haciendo un corro alrededor de las escaleritas que daban a los retretes, Arenas nos lo explicó. Decía que un general no debe dudar en enviar a una parte de su ejército a la muerte para salvar a los demás. Yo todavía no era capaz de comprender cuál era la guerra aquella; pero una cosa estaba clara: el general era él. A aquellas alturas no solo comprendía esto, sino que el <<camarada Arenas>> no era ya para mi sino un cretino sangriento. Un tiranuelo que había levantado su reinado sobre nuestra propia debilidad. Se había hecho mesías de un grupo de mesiánicos. De hombres y de mujeres excesivamente débiles. Y cuando uno se empezaba a desligar del mesianismo, ¿qué veía? Veía a un chulo de barrio. Déspota, egocéntrico, insensible, irracional, inculto… con una sola obsesión: su propia exaltación. O sea, la exaltación de su egocentrismo, su insensibilidad…, su poder”.

Estas memorias merecerían muchos comentarios más porque de casi todo lo que ha sido la reciente historia de España habla Juan Antonio Ortega. Pero como colofón quisiera recordar algo que él también recuerda. Cuando llegaron los socialistas con Felipe González al poder ocurrió algo parecido a lo que está pasando ahora en España. En 1981 François Mitterrand fue elegido presidente de la República Francesa. Nombró a Pierre Mauroy primer ministro que integró en el gobierno a cuatro ministros comunistas y nacionalizaron todo lo que tuvieron a mano. Felipe quizás no llegó a tanto, pero tuvo que convocar un referéndum sobre la permanencia en la OTAN porque habían prometido salir de ella si llegaban al poder. Y al llegar, claro, se dio cuenta que salir de la OTAN e ingresar en la Comunidad Europea, eran cosas incompatibles.

¿Qué fue de la UCD? UCD desapareció. Sus principales “galanes”, unos están muertos y otros son viejos o ancianos. Pero ignorar sus opiniones o vilipendiar su memoria, no solo sería una gran temeridad, sino, también, una solemne estupidez.