Los contratos en el fútbol, o cómo hacer ráfting con el derecho

Durante los últimos años, en diferentes fases, he vivido la experiencia fascinante para un futbolista frustrado como yo, pero también para un notario en ejercicio, de formar parte del Consejo de Administración del RCD Mallorca SAD, un equipo modesto de la Primera División del fútbol español que ha vivido una década realmente espectacular, ganando una Copa del Rey, jugando una final europea, instalándose con descaro en la zona noble del fútbol español y continental, y nutriendo de excelentes jugadores a los mejores Clubes de nuestra Liga y de otras Ligas internacionales. En este tiempo he colaborado estrechamente con la asesoría jurídica del Club, con sus ejecutivos y con el que ha sido hasta hace poco su Presidente, Mateo Alemany, un hombre de sólida formación jurídico-empresarial, dotado de una extraordinaria habilidad para realizar magníficas operaciones con muy pocos recursos económicos, y poseedor de una frialdad de auténtico jugador de póker para aguantar hasta sus últimos límites contrataciones realmente complejas. Una auténtica “rara avis” en el mundo actual del fútbol profesional por su seriedad, discreción, compromiso con su Club y reconocida capacidad gestora.

Y digo que mi experiencia ha sido fascinante no sólo desde el punto de vista personal y como aficionado a este deporte, ya que he podido conocer y tratar de cerca a los variopintos personajes que han poblado el mundo del balompié español y extranjero durante la última década, sino también y especialmente desde el punto de vista profesional. Terminar mi jornada de trabajo en la notaría, absolutamente protagonizada por la vertiente más formal y rigurosa de la práctica jurídica, y pasar un rato por las oficinas del Club, donde la celeridad, el vértigo y la ausencia de toda formalidad convencional presidían cualquier negociación, aunque muchas operaciones manejaran cifras realmente astronómicas, ha sido un ejercicio intelectual realmente estimulante. Varias veces he puesto el ejemplo náutico -cómo no, viviendo en una isla- de que parecía un timonel que abandona por unas horas su buque mercante, el cual ha estado gobernando durante el día con el rigor y formalismo que exigen las normas internacionales de navegación, para aplicar sus conocimientos marineros a hacer “rafting” unas horas por la tarde en una liviana canoa por los rápidos de un río. Pues eso, hacer “rafting” con el Derecho es el mejor símil que se me ocurre para definir la extraordinaria experiencia que he podido vivir en primera línea. Contratos millonarios que se cierran y pagos que se acuerdan con un par de llamadas telefónicas, importantes compromisos aplazados en el tiempo para los que basta un acuerdo verbal, tránsfers internacionales o inscripciones de jugadores que se obtienen con la simple remisión de un fax, operaciones cerradas a tres o cuatro bandas en las que no se ha firmado ni un solo papel, representaciones no acreditadas pero que resultan notorias y reconocidas por el “mundillo” como aptas para concluir cualquier millonaria operación (en una curiosa y extensa aplicación de la doctrina del factor notorio del Código de Comercio), intervención de múltiples y variados intermediarios y representantes en un solo contrato, cláusulas penales de contenido y redacción especialmente peculiar, precios fijados en virtud de circunstancias o acontecimientos futuros, compensaciones sucesivas de deudas entre varios contratantes para concluir una determinada operación de interés común….. en fín, no se me puede ocurrir casi nada más alejado de la práctica diaria del ejercicio notarial.

Las anécdotas acumuladas a lo largo de estos años son innumerables y muy reveladoras de cómo se maneja la contratación en esta mundo tan peculiar. He visto cerrar contratos de jugadores hablando por teléfono móvil en traje de baño sobre la cubierta de un barco fondeado en la isla de Espalmador (entre Ibiza y Formentera). Otras veces –bastantes- en conversaciones, siempre telefónicas, mantenidas a altas horas de la noche, incluso buscando algo de silencio en el baño de algún ruidoso bar de copas. La verdad es que el fútbol es un negocio bastante noctámbulo. Será porque las mañanas están hechas para otros menesteres, o porque muchos presidentes de Clubes dedican las horas del día a otras actividades profesionales o empresariales, pero es realmente al ponerse el sol cuando el mundo de la contratación futbolística entra en plena ebullición. Un famoso y longevo presidente de un Club del norte de España es notoriamente conocido por no cerrar nunca ninguna operación antes de la madrugada, tras haber obsequiado a sus contrincantes en la negociación con una copiosa cena y algunas copas, que mientras van minando la agilidad mental de sus rivales a él no parecen afectarle en lo más mínimo.

Una de las anécdotas más curiosas la viví con la venta de Samuel Eto’o al FC Barcelona, en el verano del año 2004. Con toda la inmodestia del mundo tengo que confesarles que yo, físicamente, con mis dos manos y una máquina de escribir, vendí a Samuel Eto’o al Barça. La operación era complejísima, ya que Eto’o, el mejor jugador que ha pasado nunca por el Mallorca, tenía una situación contractual peculiar, aunque no infrecuente en el mundo del fútbol. La contratación de un jugador profesional de fútbol supone la negociación sobre dos tipos de derechos: los derechos federativos (que facultan para inscribir al jugador en la plantilla profesional de un equipo y para que juegue en él, y que deben pertenecer a un solo Club federado) y los derechos económicos (que atribuyen su propiedad económica y el precio de su traspaso, y que pueden compartirse entre varias personas físicas o jurídicas). Los derechos federativos de Eto’o pertenecían entonces al Mallorca, y los económicos estaban compartidos al 50% con el Real Madrid. Y quien quería comprarlo era el FC Barcelona, el eterno rival. Tras una negociación de las suyas, Mateo Alemany logró convencer de la venta a Florentino Pérez, y se dispuso a rematar los últimos flecos con Joan Laporta. Una noche de verano, bastante tarde, en la sede del Club, en una reunión en la que estábamos nuestro Presidente, varios Consejeros, el Director Deportivo y el Gerente del Club, Alemany y Laporta -que se encontraba en Barcelona- cerraron telefónicamente el traspaso, el más importante en la casi centenaria historia del equipo mallorquinista. Pero, contrariando el informalismo documental habitual en el mundo del fútbol, Joan Laporta nos pidió esa misma noche un fax aceptando su oferta para poderlo comunicar inmediatamente en forma oficial a su Junta Directiva, ya que era el fichaje del año en el fútbol español y europeo, dada su cuantía económica y la importancia del jugador. Al salir del despacho del Presidente nos encontramos las oficinas del Club ya vacías y apagadas, y los ordenadores desconectados, con la sola presencia del guardia de seguridad. Todo el personal administrativo había abandonado ya el estadio de Son Moix, dado lo avanzado de la hora en una calurosa noche de agosto. ¿Y ahora qué hacemos?…. ¿cómo le mandamos el dichoso fax a Laporta?…. ¿alguien sabe escribir a máquina? preguntaba nerviosamente Alemany, fijándose de repente en la máquina de escribir eléctrica situada junto a la mesa de su secretaria. Y el único que sabía escribir a máquina en aquella ilustre reunión era…… el notario, que había practicado lo suyo en su recorrido profesional por algunas notarías rurales. Y así fue como el notario, o sea yo, le escribí el fax al Sr. Laporta y le vendí a Samuel Eto’o…

Anécdotas aparte, lo realmente llamativo de todo ello es que un sistema tan poco formalista, de forma sorprendente en un mundo tan judicializado como el actual, funciona perfectamente. Hay que decir que la litigiosidad en la contratación futbolística es un fenómeno casi marginal, y que en los casos en los que se produce una reclamación ante los Tribunales ésta no suele referirse a la esencia de los contratos, sino a aspectos circunstanciales o interpretativos de algunas cláusulas confusas o que pueden admitir diferentes lecturas, derivados en la mayoría de los casos de la celeridad o premura en su redacción. Realmente hay que decir que el mundo del fútbol vive casi siempre de espaldas a los Tribunales de Justicia, no sólo porque sus órganos rectores (FIFA, UEFA, Federaciones nacionales) gocen por su peculiar normativa de una especie de “extraterritorialidad” que los convierta casi en Estados dentro del Estado en el que tienen su sede, sino porque existe una especie de convención no escrita entre todos los Clubes del mundo profesional para aceptar como buena una forma de contratación celérica y desprovista de casi toda formalidad. ¿A qué razones obedece ese acuerdo no escrito de respetar esta peculiar forma de contratación? Pues sinceramente creo que al “hoy por tí y mañana por mí”. En España sólo hay 42 Clubes de fútbol profesionales, 20 en Primera División (Liga BBVA) y 22 en Segunda (Liga Adelante). Y el mercado de la contratación futbolística internacional está controlado en su mayor parte por una serie de agentes y representantes clásicos, con licencia oficial FIFA, que aparecen repetidamente en la mayoría de las operaciones importantes. En definitiva, casi todos se conocen, y saben que se van a encontrar en no demasiado tiempo en una próxima operación. Y por ello se ha generado desde hace años una especie de convención tácita, que recuerda los usos de los antiguos comerciantes medievales, de respetarse mutuamente las palabras y los tratos. Algo así como “entre bomberos no nos pisemos la manguera”….