La memoria de Gregorio Ordóñez
Este lunes 4 de febrero, a las 19,30 h. en el salón de columnas del círculo de Bellas Artes en Madrid, se presenta el archivo documental de Gregorio Ordóñez, asesinado por ETA hace 18 años. Recordar a Gregorio, escucharle y comprender su visión de la política y sus firmes valores resultan hoy una verdadera necesidad, a la vista de la degradación progresiva a la que la partitocracia nos ha llevado.
Gregorio surgió de una manera sorprendente en el universo político vasco poco después de que yo me fuera a vivir a San Sebastián. En un ambiente donde imperaba el terror, donde tenías que hablar cuidando quién te escuchara para opinar a la contra del discurso nacionalista dominante, y donde la heterodoxia se había refugiado, perdida toda esperanza, en las catacumbas de la intimidad, aparece de improviso una figura popular, que hablaba sin miedo, que denunciaba sin la “asumida prudencia” mentiras y cobardías y que fue capaz de defender todo un discurso político alternativo.
Que el valor adornara su discurso político no quitaba que éste tuviera una solidez que había faltado en los partidos no nacionalistas hasta entonces. Gregorio supuso de hecho toda una revolución en el PP guipuzcoano de aquellos años. Hasta entonces era un partido de gente mayor vinculada de alguna manera al régimen anterior, con todos los tics y el lastre que aquello suponía. Además de que casi todas las figuras relevantes del centro derecha españolista habían sido físicamente eliminadas años atrás por el terror.
Él cambió todo eso, llenó el partido de gente joven que le admiraba y que no tenía el lastre del pasado, le dio otra imagen y, sobre todo, otro contenido completamente diferente. Que no miraba al pasado, sino al futuro.
Era un político de raza, del que puedo destacar dos caracteres:
Hacia fuera, tenía un carisma que le hacía conectar, y hasta ganarse la admiración, de personas que no compartían su ideología. Caía simpático, rompía el molde de político distante de sus antecesores, y escuchaba y resolvía problemas, en la medida que podía, sin hacer distinción de ideologías. No faltaba quien le acusara de populista, por su discurso directo e incisivo. Pero yo creo que, sin perjuicio de su buen manejo de los medios, lo que realmente era es una figura popular.
Hacia adentro, su habilidad y dialéctica políticas no eran vanas, sino que estaban fundadas en firmes convicciones. Como lo demuestra el hecho de que pusiera en riesgo su vida por ellas hasta que la perdió. O que desde siempre fuera capaz de tener un discurso propio, heterodoxo y a contra corriente. El único día que cené con él me dio muchas muestras de ello. Como su opinión de que en los mítines electorales no deberían venir “políticos de Madrid”, pues había que romper la imagen de sucursalismo y demostrar que el PP vasco tenía su propia cantera, que él tanto alentaba. O la necesidad que sentía de aprender vascuence, objetivo al que dedicaba mucho esfuerzo y tiempo, a pesar de lo que éste valía para una persona tan hiperactiva y con tantos frentes abiertos.
Su ascendente popularidad (todas las encuestas le daban ya la alcaldía de San Sebastián) y su hábil forma de desmontar los mitos en que quería justificarse el terror le habían convertido en un formidable enemigo para ETA, y en general para todo el pensamiento nacionalista. No puede sorprender que se convirtiera en un objetivo a batir.
Algunos años de su ascenso antes recuerdo una conversación en la que, ante el reproche de alguno a la mediocridad de los políticos del PP vasco, se comprendía también que si era difícil encontrar personas valiosas que quisieran dedicarse a la política, y aún más héroes dispuestos a poner en riesgo su vida, que ambas condiciones recayeran en la misma persona era de una probabilidad casi imposible. Pues bien, esa persona fue Gregorio Ordóñez.
No me cabe duda de que todas esas cualidades ni le hubieran permitido triunfar en el PP (o en el PSOE o en cualquier partido nacionalista) de hoy, ni tal vez en el PP de otra provincia entonces. Tal vez sólo de aquéllas circunstancias excepcionales pudo surgir un político excepcional como él.
Se ha comentado que en sus homenajes las ausencias de algunos actuales dirigentes de su partido han sido clamorosas. Tal vez su recuerdo en las actuales circunstancias se haya vuelto incómodo. Hoy los ejemplos de valor e integridad que él nos dio se han vuelto entre nuestra clase política dirigente tan escasos como necesarios.
Yo le quiero hacer desde este blog este pequeño homenaje. Y desear que el testimonio de valor, generosidad y honestidad que fue toda su vida sea considerado y admirado no sólo en el PP, sino en todos los partidos, y en general entre todas las personas que sienten hoy con preocupación nuestra actual situación política, económica y social.
Fernando Rodríguez Prieto nació en Madrid el 10 de febrero de 1962. Licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid. Notario (Oposiciones Madrid 1988). Ha ejercido en Andoain, Bergara y Beasain, las tres localidades situadas en Guipúzcoa, y desde 2006 ejerce en Coslada, Madrid. Es también mediador y árbitro.