¿Puede un partido regeneracionista tener hoy éxito electoral? (I)
Pienso que en los tiempos que corren y a la vista de los últimos resultados electorales esta pregunta resulta muy pertinente. En mi modesta opinión es otra forma de preguntarse si España va a tener o no posibilidad de sobrevivir dignamente en un mundo cada vez más competitivo. En definitiva, un partido pequeño que busca reformar radicalmente el actual sistema institucional, con su clientelismo y su complejo entramado de intereses (crony capitalism), pero jugando conforme a las reglas de ese sistema, a través de propuestas razonables y no demagógicas ni populistas, organizado como un partido tradicional y no como un “frente amplio”, ¿puede hoy aspirar a tener un éxito electoral que le permita influir de verdad en la política nacional?
No parece fácil. Para que un partido pequeño y serio (es decir, no populista) pueda aprovecharse de la erosión del bipartidismo, debe solventar dos barreras formidables: la desconfianza y el miedo.
La confianza es el ingrediente básico de la política moderna, muy difícil de ganar e increíblemente fácil de perder. La gente a estas alturas no confía en los políticos, y con buenas razones. Tampoco confía en los políticos de los partidos que todavía no han gobernado. Puede parecer sorprendente (“eh, que todavía no hemos hecho nada”) pero si reflexionamos tendremos que reconocer que la sospecha del electorado es perfectamente racional (precisamente porque esos partidos todavía no han hecho nada, es decir, no han gobernado nada). Son partidos que funciona conforme a las reglas de la política tradicional, hoy tan absolutamente desprestigiada. ¿Hay que confiar en ellos simplemente porque nos digan que son diferentes, que no van a robar o gestionar en su exclusivo interés, que no mienten y van a cumplir sus promesas? Si es por retórica sus competidores tampoco andan escasos.
La segunda barrera es el miedo. El recurso al miedo del electorado es ya tradicional en la política moderna a escala universal, especialmente por los partidos conservadores (aunque en España fue utilizado durante muchos años por el PSOE, recordemos al famoso doberman). El miedo a lo desconocido, a la inseguridad, al desastre económico y social, es hoy el principal activo estratégico del PP, enormemente reforzado tras la aparición de “Podemos”. Se trata de un balón de oxígeno de primer orden que van a explotar al máximo. “Podemos” amenaza con devorar a los partidos de izquierda y crear una alternativa real de sesgo populista caracterizada por propuestas inviables o directamente desastrosas como la salida del euro o la nacionalización de la banca. Ante tal riesgo, la reacción del electorado tradicional del PP, pese a estar harto de su mala gestión y de sus corruptelas, será enrocarse por puro miedo, desechando posibles alternativas atractivas pero de más incertidumbre, como las regeneracionistas. Si frente a tal espantajo esos partidos se limitan a invocar esperanza e ilusión (es decir, más retórica) estamos perdidos. Si algo ha demostrado el análisis histórico de las campañas electorales de la segunda mitad del siglo XX, es que siempre que se han enfrentado el miedo (actual) frente a la esperanza (meramente hipotética), ha triunfado… el miedo.
¿Cuál sería entonces la estrategia adecuada? Dada mi proverbial tendencia a escribir sobre lo que no conozco bien (únicamente como simple aficionado) me voy a aventurar otra vez en un terreno extraordinariamente profesionalizado: el de la estrategia electoral. Desde el momento en que no procede echar la culpa al electorado por no votarte, pese a la solidez de tus ideas, realizar campañas profesionales resulta muy relevante. Puede parecer una verdad de Perogrullo, pero ha habido a algunos que les ha costado bastante percatarse de ello. Cuenta Philip Gould (“The Unfinished Revolution”), uno de los estrategas políticos más influyentes del mundo –y que fue junto con Peter Mandelson (el llamado “Principe de las Tinieblas”) uno de los creadores del Nuevo Laborismo británico- que cuando llegó al Partido Laborista la gente se quejaba de lo incomprensible que resultaba el que, teniendo las mejores ideas, al menos las ideas que más proyección parecían tener en un momento dado, perdiesen inexorablemente elección tras elección. No entendían que si perdían era simplemente porque el Partido Conservador hacía mucho mejor las campañas electorales. No lo entendían y, además, parecía importarles poco, como si el tener mejores ideas debiese garantizar de por sí la victoria, a la manera de una especie de derecho adquirido. Por el contrario, a él le parecía que perder las elecciones, pese a tener las mejores ideas, era absolutamente imperdonable, un acto de indulgencia con uno mismo sin posible justificación.
Así que se puso manos a la obra. Realmente no fue fácil, pero al menos dispuso de medios materiales que para los partidos pequeños españoles son de absoluta ciencia ficción (aunque en comparación con lo que se estila en EEUU fuesen ridículos). En Millbank, la nueva y moderna sede junto al Támesis, trabajaban a tiempo completo sólo en la preparación de la campaña electoral 310 personas. Es obvio que se trata de otra liga, pero eso no quita para que no se pueda aprender algo de esa experiencia profesional. Al fin y al cabo, si se aspira a ser un partido de gobierno hay que acostumbrarse a pensar a lo grande (Think big), pues hay muchas cosas que, como el pensar, salen gratis. Las ideas que siguen (en este post y en el siguiente) pretenden simplemente esbozar unas pautas de actuación que quizás puedan ser de interés.
Lo primero, sin duda alguna, es dejar de mirar de manera sospechosa el tratamiento profesional de las campañas electorales (y por campaña electoral se entiende el periodo de medio año, como mínimo, anterior a las elecciones). Esta sospecha está bastante generalizada dentro de algunos partidos (especialmente en los que han surgido de iniciativas ciudadanas sinceras y muy ligadas a la defensa de ciertos valores fundamentales) como si la profesionalidad comprometiese de alguna manera los principios. Esta reacción es casi natural, y ocurre en todos los países, pero la verdad es que no tiene mucha justificación. Es cierto que a Mandelson le llamaban “The Dark Lord”, y que Gould titula su capítulo sobre las técnicas de campaña “The Dark Arts”, al más puro estilo Slytherin (o anti Harry Potter), pero ambos se tomaban tal cosa a chota, evidentemente. Si hay una idea que ambos insisten en transmitir, es que para que el mensaje tenga éxito debe apoyarse de manera absoluta en un argumento central: la razón por la cual el electorado debe votarnos. Si el partido no tiene substancia, no hay posible mensaje. La conclusión es que el mensaje no debe jamás traicionar a los principios, sino condensarlos y destilarlos hasta ser capaces de escribirlos en una caja de cerillas. Parece fácil, pero es endiabladamente complicado. A Gould le costó tres años de intenso trabajo.
¿Hay esperanza entonces para el partido pequeño? ¿Qué cabe hacer frente a la desconfianza y el miedo? Afortunadamente la respuesta que nos proporcionan esos especialistas es la misma para los dos obstáculos:
Tú, militante de un pequeño partido regeneracionista: siéntate, coge unos cuantos folios y empieza a escribir tu “War Book”. Sí, efectivamente, esto es una guerra y hay que diseñar una estrategia y una táctica. Pero hay que hacerlo por escrito. Una estrategia que no consta por escrito no merece ese nombre.
Rodrigo Tena Arregui es Licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid. Notario de Madrid por oposición (OEN 1995). Ha sido profesor en las Universidades de Zaragoza, Complutense de Madrid y Juan Carlos I de Madrid. Es miembro del consejo de redacción de la revista El Notario del siglo XXI.